Esas malas
noticias que llegaban de Brasil, desde protestas parecidas a aquellas primaveras árabes hasta una mortal epidemia
causada por un peligroso mosquito tropical, una tras otra se veían más que una completa información
como una sutil campaña de desprestigio que no llegaron a opacar a una de las Olimpiadas más alegres y
coloridas realizadas en la historia de este tipo de certámenes, porque así fue
Río 2016, los primeros Juegos Olímpicos organizados
en tierras sudamericanas.
Desde la
época de la Guerra fría no veíamos, previo a la inauguración, tan encarnizado
enfrentamiento entre las grandes potencias como ese “boicot” a un buen número de atletas rusos cuya ausencia supieron cosechar en el medallero final EE.UU., Gran Bretaña y China.
Los Juegos Olímpicos
a través de su historia siempre han sido la mejor vitrina para que los distintos
gobiernos y países expongan al mundo el nivel
de desarrollo alcanzado, no es solo la
participación aislada de un atleta o un grupo de atletas sino que ellos
representan a sus sociedades que junto a ellos se están jugando su prestigio. Esto
no ha cambiado mucho desde los primeros
Juegos Olímpicos de la Grecia clásica, los triunfos y derrotas reflejan el
valor, la moral, la felicidad y el grado de civilización al que han llegado o
también pueden dejar en los espectadores con sus mediocres participaciones su podredumbre convivencia con la barbarie y los
vergonzosos hábitos de hordas desvinculas y sin amor propio.
En la
ceremonia de inauguración de Río 2016 vimos, como todos, desfilar al Equipo Olímpico
Nacional y nos llamó la atención que llevaran el atuendo de chalán, no vamos a negar
que nos pareció una decisión poco
acertada, elegir una vestimenta que nos regresa a un pasado desigual e insensible
y poco representativo para una población tan diversa como la nuestra, pero bueno,
como nunca falta, alguien seguramente impuso esa vestimenta.
Es que
después de ver en retrospectiva yo hubiera elegido otro traje porque el de chalán
simboliza inequidad y anacronismos, en fin, derrotas y relajos que los peruanos
hemos visto durante todos estos años de atmosfera criolla. No era una simple indumentaria,
era el reflejo de un menguado espíritu que nunca iba dar energía y fortaleza a
ese grupo de deportistas.
Fue un
fracaso anunciado, ni una sola medalla ganada, fiel reflejo de lo que se ve en
nuestras calles con la pobreza de valores, no hay arte no hay ciencia, solo
ágrafos miserables que nos les interesa estas virtudes tan inherentes al ser
humano.
Más se gasta en un caballo de paso que en un atleta peruano
de gimnasia, en templos que en piscinas
olímpicas y pistas de atletismo, en
festividades gastronómicas que en campeonatos de atletismo. El deporte se
reduce como hace un siglo a solo observar un deprimente clásico de futbol entre
Alianza Lima y Universitario con sus barras bravas hasta las orejas de pasta básica
y alcohol.
Ese atuendo de Chalan, refleja ese Perú del siglo
XX que queremos olvidar, una Lima frívola e inculta alejada de un país pobre y
hambriento, hipocresía ante la
inequidad, espíritu derrotero, desvinculado y relajado, un criollismo que no ha dado los valores
suficientes para darle al peruano la fuerza y la moral que se necesita para
llevarlos al desarrollo.
“Hacerla a la
criolla” bien lo dice la Real Academia,
significa actuar con improvisación, sin
orden, disciplina ni planificación, elementos
indispensables que llevaron al podio a esos atletas ganadores. Pensando
como criollo y vistiendo como chalán nos conformamos con la derrota y seguimos delirando envueltos
en nuestros prejuicios sintiéndonos jinetes “superiores” sin darnos cuenta que en la realidad ante el mundo damos la imagen de que no
le hemos ganamos a nadie.
Una vez más
desechamos la oportunidad de recargarnos con la energía de Machu Picchu, de la
disciplina y el trabajo de los Incas, de
la fortaleza de Sacsayhuaman o de la
inmortalidad de Caral. En su lugar algún idiota perdedor eligió el otro camino,
el mismo que nos llevará la cabalgata de ese chalan fracasado con su frivolidad,
su racismo y la apatía hacia un Perú
milenario que sigue abandonado y visto con prejuicios estos casi doscientos
años.