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sábado, 21 de septiembre de 2013

Madrid y el esputo del japonés

Por más que he intentado verlo por completo y  a pesar  de las marcas mundiales y todas esas disciplinas deportivas,  lo que siempre  me ha interesado de los juegos olímpicos de verano son las ciudades  que hacen de sedes y sus  anfitriones. Las construcciones, sus costumbres y el espíritu de su población que muchas veces es el reflejo del país entero,  me ha llamado más  la atención  que  la competencia en sí.
En un momento,  creí  que una de las candidatas era Buenos Aires,  -hubiera sido interesante-  pero, la capital argentina solo era el lugar en  donde el Comité Olímpico Internacional  se reuniría para tomar la decisión de cuál sería el nombre de la urbe que albergará los juegos olímpicos del 2020. Como candidatos  estaban Estambul  y  sobre todo Madrid. Al final, el resultado  fue frustrante,  porque el COI optó  por los menos interesados en esta competencia,  desechando  una vez más a la capital española.
Aún recuerdo ese 1992, cuando pensaba que  por fin habría una olimpiada hablada en nuestro idioma. Pero,  esa bisoña ingenuidad terminaría rápidamente cuando el narrador  comenzó  a transmitir la competencia con un indescifrable catalán. Seguro se debe a lo mismo de siempre, porque como para todo en este mundo el dinero es lo que manda, el COI tampoco no da puntada sin hilo y no pone en  riesgo ni un solo centavo y como sucedió con Londres, vuelven a la misma opción trillada y aburrida de repetir el mismo plato, empalagando a los espectadores al nombrar como sede  a la capital japonesa. No encuentro comparación. Madrid, una ciudad tan variada y con todos esos colores y olores,  aderezos que la hacen tan interesante. Imperfecta algunas veces,  pero al final cómoda y hogareña.                                                       

Y mi rechazo por Tokio no se debe a  Fujimori, sino que desde el automóvil  escuchaba los escandalosos chillidos de un personaje de ojos rasgados y con el rostro tan despintado como el  papel bond. Bajé el volumen de la radio para identificar su  idioma, porqué podría ser nipón, coreano o chino, pero esos sonidos fonéticos,  oídos también en la NHK, sin lugar a dudas,  era un japonés, y  hablando por celular. La verdad es que tenía  una pinta y unas maneras que le hacían parecer un indiscutible integrante del jakuza. Sucio y vulgar. Ruidoso,  almacenaba esputo desde  su  guargüero y escupía continuamente al piso como queriendo llamar la atención del  respetable para que observen  como se cagaba  en esta tierra tercermundista y pobre. Este indeseable era uno de los tantos asiáticos que habían venido a esta ciudad con motivo de una conocida convención minera.  Mientras observaba esa grosera soberbia de aquel grupo amarillento  y singular muestra del país del sol naciente,  me preguntaba: estos son los  que te van a dar la bienvenida en esos futuros  juegos olímpicos. 
Qué  aburrida monotonía nos espera,  los  mismos fríos y estólidos anfitriones y espero que no todos tengan las poses e insolencias  agresivas de aquel “ponja” hijo de puta, quizás el ejemplo de un Japón opacado  por su eterna antítesis, la enorme sombra china.  Con semejantes especímenes, ahora entiendo porque los gringos optaron por las dos bombas atómicas para someterlos.

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