Cómo se puede
promover y consolidar la democracia en nuestro país, lo que justamente propone la Carta
Democrática Interamericana, cuando existen poderosos grupos que les incomoda hallarse
dentro de ella. Este axioma no tiene nada de novedoso porque en Chile, su democracia
ha estado bajo la férrea tutela de los
que mantuvieron la dictadura pinochetista. La democracia chilena fue una dadiva
muy vigilada, con un control casi prusiano, por los protectores y herederos de aquel
gobierno tirano.
Las aguas en la
política peruana al fin se habían
calmado después de la tempestad provocada por el legislativo fujimorista y, el presidente Kuckzynski inerme profería progreso al colocar la primera piedra de un importante plan para desarrollar al maltratado Ayacucho.
Cuando parecía que el país entero se estaba tomando un respiro, aparecen de
nuevo. Era mucho pedir para estas hordas esteparias curtidas en la cruda corrupción
y las matanzas de la década de los
noventa.
De pronto los
diarios y los otros medios inclinados al
fujimorismo como en las mejores épocas de los Schütz y los Crousillat retornaban con su implacable bombardeo
desestabilizador sobre la “Guernica” peruana (que vendría a ser nuestra neonata democracia). Esos titulares otra vez removían el ambiente
político ahora obligando al mismo presidente de la republica a un encuentro con
la cabecilla de esos “hunos”. El propio mandatario elegido por la mayoría de los
peruanos la máxima autoridad de este país es forzado, sacado a empellones de su
justa, tranquila y cálida morada para “dialogar”. Se había invertido los papeles
porque ahora los fujimoristas con
garrote en mano actuaban como aquel almirante Perry que en 1852
se presentó en las costas del Japón exigiendo la presencia
del shogun para un “amable” dialogo.
A pesar que
los medios están creando esta especie de culto a la personalidad en
torno a la imagen de la primogénita de Alberto Fujimori, la realidad es otra en
las calles. El fujimorismo ha mostrado una vez más sus músculos obligando
esta reunión. Tiene a su favor la mayoría de la presa y los grandes grupos económicos que se
empecinan en imponernos a esta especie
de “kim Jong-um” mediático restregándonos diariamente su rostro jalado y regordete. A pesar de toda esta fuerte campaña de los medios
de comunicación la candidata a la
presidencia por Fuerza Popular no tiene
al pueblo peruano. Ni los miles de millones de dólares han logrado cambiar esto,
porque todavía existen connacionales que, como en ese entonces, no aceptaron ni
aceptarán la plata que daba Laura Bozzo
para que lamieran las axilas de ese
régimen fujimorista.
Una enorme
nube toxica como en el peor momento del
desastre de Chernóbil ha escapado del parlamento fujimorista, creando este escenario
de asbesto que te asquea y te provoca un
incontenible vómito cuando te enteras que el posible reemplazo para contralor
sería Rafael Rey.
El
fujimorismo una vez más ha pisoteado la voluntad popular.
Desde aquí nos
preguntamos: ¿Es necesario seguir imponiendo a keiko Fujimori a la población
peruana?
¿Esta
democracia que nos ha concedido la providencia
sólo puede sobrevivir si los peruanos aceptamos a la hija del ex tirano
como presidenta?
¿Los peruanos
no merecemos como ciudadanos respetables
otra opción fuera de esta imposición de los medios? ¿Por
qué no nos cambian este manoseado y nauseabundo menú?