“No
sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”, debería ser la frase que resumiría la historia ferrocarrilera del Perú.
Los
ferrocarriles son las venas y arterias de una nación, y en este ‘’polvos azules’’ político peruviano, nadie se ha detenido siquiera a meditarlo.
El Perú dos
veces perdió la soberanía sobre sus estratégicos ferrocarriles: la primera fue cuando
los británicos se quedaron con ellos después de ganarnos la esa infausta Guerra de 1879 y el consiguiente contrato Grace. La segunda, ocurrió como
parte de las privatizaciones que se dieron durante la dictadura de Alberto Fujimori, y claro, otra
vez, el Perú, en escombros, pero, ya no por una guerra exterior si no por algo más
calculado, un conflicto interno.
Los
gobernantes desde Lima (y volvemos al meollo del asunto) nunca dieron la importancia debida a este medio de transporte, dominados por los prejuicios de esa
capital. Es esa inquina virreinal que se le tiene a los Andes. Ya que esos rieles, como conducían a la
sierra, eso significaba, para ellos, que esos trenes no iban a ninguna parte. Por
eso para Lima los ferrocarriles siempre fueron una carga, si no los remataba por
una derrota lo hacía privatizándolos con
la excusa de que eran obsoletos, olvidándose
así de su valor estratégico.
Sería
el año de 1997 y un alma caritativa me compró los boletos, partimos esa misma
noche desde Arequipa.
Una
experiencia imborrable, sentado ahí observando a los viajantes desde esa enorme
ventana.
Las luces de la estación eran como en las películas tenues en una noche brumosa y fría.
Desde mi asiento alcazaba a ver una
pequeña placa cerca a la puerta de salida que decía: "made in Rumania", seguro fue construido cuando aun ese país de Europa oriental
aun poseía esa importante industria ferrocarrilera que hoy, después de la caída del muro de Berlín y las consiguientes
privatizaciones de la década de los
noventa solo han quedado recuerdos y lamentos cuando su poderosa industria exportaba coches y locomotoras, hoy de eso no queda nada.
Un golpe repentino del acople nos estaba anunciando que el
tren estaba a punto de partir de esa estación arequipeña que es una verdadera joya de arquitectura. Luego vino otro choque un poco más intenso y ya estábamos en
marcha, listos para el inicio de esta travesía que sería imborrable, dejábamos la ciudad de Arequipa.
El rítmico vaivén y el sonido del hierro golpeando era el tren en movimiento que en
su lenguaje nos recordaba que aún estaba vivo manteniendo en pie ese orgullo y fortaleza que solo poseen aquellos países ferrocarrileros.
En medio de la travesía, el tren se detuvo unos minutos en
la zona de Imata, tiempo que aproveché al máximo.
Por la amplia ventana se lograba ver un gastado poste de madera su farol apenas alumbraba pero era suficiente para ver caer los copos de nieve.
-Esto, no me lo pierdo- dije, y me dirigí hacia esa
puerta de salida.
Las manijas estaban en buenas condiciones, se notaba, que el coche era nuevo.
Ya, afuera, sobre ese piso de rejillas, de bajo, alcanzaba a ver el enganche con el otro vagón, y la nieve continuaba cayendo, pero ahora, con
mayor intensidad.
Esa noche, estaba sobre ese tren alejado de ese sol calcinante, tropical, holgazán y subdesarrollado, disfrutando del frío, la nieve y ese tren de
pasajeros que, -quién diría-, unos años despues, dejaría de funcionar.
No
cabe duda que viajar en ese tipo de transporte fue todo un privilegio.
Unos meses antes de caer la cleptócrata dictadura de Alberto Fujimori, ese ladronzuelo y genocida lo privatizaría, o mejor dicho, "regalaría" ENAFER PERÚ a sus más cercanos complices, y como era de esperarse, los nuevos dueños, infames y miserables, quitarían ese servicio de pasajeros a los peruanos, arrebatándoles así el más seguro transporte que había entre las principales ciudades del sur del Perú.
Las privatizaciones aquí como en Rumania no han traído mejoras en cuestión de ferrocarriles, y despues de veinte años de esa tragedia, solo ha quedado un ferrocarril del sur abandonado,
estancando en el tiempo con sus viejas locomotoras diésel hoy pintadas con
ese enlutado azul oscuro que muestra el nefasto manejo que hacen estos infames y antiperuanos oligarcas que se han apropiado de nuestros ferrocarriles, rotulando con el desprestigiado nombre de PERURAIL.
Hace
algunos meses leí que el servicio de pasajeros se iba a reponer, pero, este, siguiendo el pensamiento segregacionista y antiperuano de PERURAIL, solo sería para turistas millonarios.
Es
que ahora está segura forma de viajar en estos tiempos de inequidad,
egoísmo mercantil y gobiernos que abandonan a su población, ese pueblo no merece disfrutar
de este cómodo y seguro viaje. Para estos gobernantes limeños les importa un píloro
las cientos de muertes que se producen anualmente en esa carretera Arequipa-Juliaca, que es una de las más peligrosas del mundo.
Pero esta novela de expolio tiene nombre y apellido, porque uno de estos personajes que se han apropiado de nuestros ferrocarriles es un frecuente candidato a la presidencia de la república, Rafael López Aliaga.