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lunes, 4 de marzo de 2013

Phillip Butters y el cholo bruto


Los cobardes y crueles de todas las latitudes se parecen mucho. En Argentina, por ejemplo, cuando se les antoja,  protestan en contra de su justicia cuando esta quiere mandar a la jaula a Videla o Galtieri. En Chile, estos,  después de salir sudorosos de la eucaristía y luego de despedirse de sus amigos en ese influyente círculo religioso, en su momento,  se dieron el tiempo de reclamar indignados,  cuando  los ingleses retuvieron por algunas horas en Londres  a Pinochet,  por haber,  desaparecido algún ciudadano  británico en su pasada dictadura.
Hoy,  en nuestro país, que en estos veinte años se ha ido formando  como un espécimen amorfo  hecho  con los desperdicios rescatados de  los servicios higiénicos de Wall Street y los desechos del insignificante capitalismo  que viene desde el Manzanares y el Mapocho. Estos desalmados seres de vez en cuando salen a la palestra amenazando con romperle la cara   cualquiera que ose oponerse a sus ideas, casi siempre, autoritarias y represivas,  porque, desde su abyecta genealogía lo  acostumbraron a ello. Estos medrosos en el fondo son  seres aquejados por los peores males originados por sus patéticos trastornos  que por las noches  les hacen sufrir la terrible pesadilla de amanecer algún día maricón.
En esta tierra de caínes y navajeros y cerriles de todo tipo,  los más abyectos  y violentos son fácil de identificar porque  casi siempre poseen  los mismos distintivos. En su gran mayoría son fervientes católicos y admiradores de aquellos personajes  que  gustan de patear el culo al más indefenso. De estos, los más peligrosos son aquellos que detentan algún cargo importante o influyente, cuando esto sucede,  riegan a la sociedad impunemente con una lluvia de inequidades,  injusticias, abusos e intolerancia, prejuicios y estereotipos. Uno de esos especímenes lo encontramos aquel día jadeante y trastornado esperando las preguntas incomodas del entrevistador.
Aquella mañana, estaba Phillip Butters sentado en ese programa de televisión. La primera impresión que nos dio fue  su aspecto que exageradamente distaba del nombre británico que dieron en  su presentación,  ambos estaban tan alejados étnicamente  como los nuevos apellidos que encontraron los esclavos negros recién desembarcados  en América o como esos millones de peruanos, aculturizados y  con rostros oscos,  llevan  estólidos aquellos motes  como de Del Castillo o  García, cuando en la realidad,  más les correspondería un auténtico Mamani o un Quispe. 
Phillip Butters demostró en esos minutos lo que esconden estas personas. Transpirado y nervioso,   a la primera sensación de amenaza, no agudizaba sus sentidos con mejores argumentos, sino,  le recordaba al que tenía en frente,  su metro ochenta y que con solo una pecheada de su robusto cuerpo podía partirle el alma  a cualquier hijo de puta que se atreviera a discutirle. Esa  violencia al hablar solo es el muro aparentemente infranqueable para que los hostiles de siempre no vulneren sus entrañas  temerosas, delicadas y rodeadas  de femineidad.
Se alinea con lo más conservador, por eso,  la malévola imagen de Cipriani hace de  sumo pontífice en su cosmovisión violenta y tirana. Lleno de contradicciones se tambalea de la mano con Haya de la Torre y su vecindad alanista  y acaricia las axilas del fujimorismo excusándolo  torpemente de sus  excesos antidemocráticos.
Un típico personaje más de nuestra abyecta sociedad, criado en las mejores familias limeñas, juntos con los blandinis y los huevermeyers,  todos cobardes por antonomasia que se orinan ante el chileno o el extranjero, pero, eso sí, los mejores cuando se trata de humillar a la empleada o al  jardinero, sumidos eternamente en ese océano de miedos desde cuando  niños un salvaje a golpe de puteadas les fue moldeando.



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