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jueves, 1 de febrero de 2018

La muerte de la voleibolista

Johnny, agitado y sudoroso se levantó precipitado de la cama, sentía que el aire le era escaso. Respiraba con dificultad y tenía la boca seca.  Estaba sofocado casi al  punto del ahogo.
- ¡Maldito calor! ¡Maldito calor! repetía y seguía sin poder dormir esa noche. Los ojos, los cerraba con fuerza como si al abrirlos de nuevo intentara en vano ver que todo lo ocurrido había sido una maldita pesadilla.
-¿Cómo pudo suceder? ¿Qué mala suerte? -Maldecía Johnny- ¿Qué va ser de mi carrera ahora?
Caminó lentamente hacia la ventana y mirando el Parque Central, la fuerte luz de los faroles, le regresaron a aquella mañana.
Todo empezó con el teléfono timbrando repetidas veces. Era Sandra, aquella joven charapita con la que venía saliendo a escondidas hace seis meses. Tenía un cuerpo que nadie le creería que era menor de edad, es que era deportista, la gran promesa del vóley nacional.  
Notó en la pantalla que había varias llamadas perdidas y el teléfono sonó nuevamente.
- ¿Qué quiere ahora? murmuró mientras levantaba el fono.
Habló con ella y se quedó frío, colgando de inmediato el teléfono.
Se alistó rápidamente y tomó unas pastillas del cajón del velador. Bajó a la cochera y sacó su auto, no  avanzaría mucho porque  seis cuadras más adelante, en esa esquina del parque, se encontrarían.
Descendió la luna polarizada y con un gesto, la conminó para que subiera.  
La llevó al mismo hostal de siempre. Ingresaron a la habitación, pidiendo dos cervezas al muchacho que atendía.   
- No te preocupes, eso pasa, debiste cuidarte, pero no hay problema –le dijo Johnny.
Y sacó del bolsillo del pantalón la tableta de pastillas (decía cytotec con pequeñas letritas).
- Apenas llegues a tu casa tomate seis, de dos en dos cada 6 minutos, te duermes un rato, y te va “bajar”,  y todo solucionado, -le aseguró Johnny-.
- No te preocupes hijita, no te va a pasar nada, salimos de esta y nos vamos a  casar como te prometí.
Sandra estaba de miedo, sentía un mal presentimiento, dudó. Es que era la primera vez que se embarazaba, pero le creyó, lo quería a pesar del poco tiempo que se conocían, la escondía pero se sentía bien con el veinteañero futbolista afroperuano.
- Toma las pastillas apenas llegues a tu casa y mañana nos encontramos en la fiesta que estoy organizando en el departamento que alquilo y ya conoces, -le recordó Johnny-.
- Vamos, te llevo a tu casa, y la dejó en el mismo parque de donde la había recogido, y se despidieron.
-Todo solucionado, carajo, -vociferó Johnny-. Encendió el equipo sonido y se puso el volumen alto. Sonaba esa salsita que bailaba siempre en su barrio de Villa El Salvador cuando en ese arenal con sus amigos jugaba los domingos sus pichanguitas.
Ya eran otros tiempos, ahora vivía en Miraflores y manejaba  otro carro y podía darse esos lujos que soñó desde niño cuando veía por la televisión a esos grandes cracks.
Y llegó la noche esperada. Era justo y necesario celebrarlo. El nuevo contrato en el Montreal, la llamada a la selección,  qué más se podía pedir a esta vida.
Johnny estaba rodeado de toda su “mancha” y la fiesta estaba en su clímax. Los tragos fluían como ríos, la salsa rompía los vidrios de las ventanas y las chicas bailaban con su ropa cortita levantado alegres las manos.
Hasta que sonó su celular, no se podía escuchar lo que decía. Se sorprendió, era Sandra.
¡¿Cómo estás?! ¡¿Estás bien?! -le gritaba Johnny por la bulla-.  
- ¡Vente! ¡Te extraño! ¡Me avisas apenas llegues!
Pasó pocos minutos y apareció Sandra, estaba bellísima, su cabello negro lacio brillaba,  estaba con esa hermosa sonrisa como siempre.
- ¿Sandra, todo bien? -le preguntó Johnny-.
- Sí,  le respondió.
Los tragos siguieron viniendo uno tras otro, y Johnny, agarró del brazo a Sandra, llevándosela al dormitorio.
La guapa jovencita y el futbolista se fueron perdiendo detrás de esa puerta que se fue cerrando lentamente.
La música seguía estridente y la gente eufórica. La mayoría eran jóvenes.  La salsa y el reggaetón reventaban los tímpanos, hasta que intempestivamente la puerta del dormitorio se abrió. Era Johnny, estaba como loco, asustado gritando:
-  ¡Sandra está muerta! ¡Sandra se ha muerto, carajo! y seguía gritando con  sus manos ensangrentadas.  

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