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lunes, 23 de junio de 2014

RENIEC y el cambio de apellido


Solo franquear ese edificio en el centro de la ciudad te hace pasar la saliva lentamente, por el suplicio y la asfixia que deben salvar los que dentro están hacinados, nadie se escapa a semejante  tortura.
Hasta que llegó mi turno, mi DNI había caducado, así que,  yo era el siguiente en las lista para soportar  el sacrificado trámite en ese templo del  RENIEC. 
Aquellas sensaciones que te hacen meditar de cómo se quiere un peruano y si en realidad te respetan o terminas aceptando que eres un ciudadano de segunda clase lo puedes percibir cuando estas dentro de esa interminable y agobiante cola de  ingreso.
Primero,  te encuentras  con un lugar pequeño atiborrado de personas formando meandros sinuosos y tan pegados y desordenados que se vuelven un laberinto interminable.  Bulla,  desorden y asfixia, el peor martirio mientras el grito de los niños y bebes se entremezclan  con el de algunos ancianos suplicando un trato más justo. 
Yo seguía en mi cola  observando y comparando y, preguntándome si esto también le ocurrirá a ese chileno  que eliminó  a España en este mundial o a ese ciudadano  inglés o norteamericano cuando  tiene que recoger su documento de identidad.
¡Dios, acaba ya con todo esto!   Y la cola se detiene  porque la mujer que atiende detrás de la ventanilla  se había retirado  sin dar alguna explicación.
En esa hora de hacinamiento el llanto de los críos y los alaridos de las abuelas continuaban dentro de lo que parecía más alguna de esas tristemente célebres barracas de Dachau. 
Hasta que todo este martirio es interrumpido por los baladros de una mujer que desde la ventanilla contigua llamaba al público para  que se aproximen a recoger su documento de identidad. Uno a uno los nombraba y, algo que podías notar con un poco de atención era que la gran mayoría de los convocados poseían el rostro y el color de la piel que los identificaba como cholos o indígenas  y que además  llevaban apellidos de origen español. Todos esos cholos sacaban pecho cuando los nombraban con sus apellidos  españoles cuando evidentemente de españoles solo poseían el nombre que les había heredado sus antiguos amos. 
Otro detalle  que también podías observar con especial minuciosidad, es que algunos indígenas o mestizos que poseían apellidos andinos apenas contestaban el llamado, se acercaban  a aquella ventanilla casi cabizbajos y con  un evidente  gesto de avergonzado, no tenían donde esconder sus putos rostros.  
Hasta que dentro de todo ese barullo logro percibir unas voces interesantes que me hicieron parar  las orejas. Como a dos metros detrás de mí alguien  levantaba la voz en su  conversación como queriendo ser escuchado. Decía que tenía una organización dedicada a promover la cultura peruana y dentro de ella la promoción del Qapac Ñan como patrimonio de la humanidad y, que junto a esta muestra son innumerables los ejemplos que nos han dejado los  antiguos peruanos como  para sentirnos racionalmente identificados con la cultura inca o  andina.
En algún momento pensé que la temperatura y la falta de oxígeno del lugar me hacían delirar los ecos de mi conciencia  o quizás también por esos azares de la vida se trataba de algún  asiduo  lector de este blog. Pero, lo cierto es que el tipo seguía ilustrándonos a los que podíamos escuchar  sobre la importancia del mundo andino. De forma  lucida y libre de prejuicios continuaba con su discurso  cuando arremetió aún más al afirmar que tenía el deseo de  cambiarse el apellido español que llevaba por uno andino y lo argumentaba diciendo: ¿Cómo puedo llevar un apellido que no me pertenece y que un conquistador nos impuso  y  no poseer uno de origen indio o serrano y auténticamente  peruano? Finalizaba  justificando toda su arenga.
Carajo,  dije. Este tipo es distinto. Seguro debe ser el caso atípico de un cholo orgulloso de sus orígenes y color de piel. Un ser iluminado por la inteligencia y el conocimiento y, claro, totalmente desprejuiciado de toda esta campaña orquestada que siempre hace que el peruano sienta vergüenza de él y de su cultura autóctona.
Olvidé de pronto toda esa tortura previa. Lo que más me interesaba era saber: ¿Quién sería el   iluminado y qué rostro tendría el dueño de aquellas palabras?, que habían demostrado que si existiesen  muchos como él  este país sería distinto,  muy pero muy distinto y para mejor, por supuesto, porque a eso te lleva la autoestima sana.
Hasta que repentinamente el llamado  de la mujer de la ventanilla con un rostro a prueba de balas me decía que el suplicio estaba  por culminar. La  saludé  mientras me entregaba  mi  pequeño pero costoso documento de identidad. Le agradezco y me encamino de regreso hacia la multitud, mientras me acerco, oteo entre ellos para encontrar a la persona que dio semejante discurso vanguardista de autoafirmación e identidad nacional. 
No tardé mucho en ubicarlo. Grande fue mi sorpresa  al  ver que la persona dueña de semejantes expresiones y que había hecho menos tediosa la espera en ese recinto del hacinamiento y desorden era nada más y nada menos que un peruano de aspecto blanco  y su acompañante era una preciosa rubia.   
Qué paradojas nos tiene preparado el destino en este Perú del siglo XXI, en donde,  el blanco peruano, educado y por ende desprejuiciado, se quiere identificar con lo andino; mientras tanto, el cholo y el indio, los nuevos ricos  del que hablaba Claudia Danmert, se han convertido en los mayores ridículos anti andinos, patéticos ejércitos desmedrados de identidad y autoestima, imposibilitados de sentir amor propio,  cabizbajos de porvida  para cualquiera que intente timarlos.
Varguitas y Zavalita,   ahí  está  la respuesta a todo.
Desde 1920, estos cambios de apellidos se dan con bastante  frecuencia entre los peruanos, según las estadísticas, cerca de un 70%  de la población total del país, tiene o poseía en su historia familiar un apellido de origen indígena


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