Son fantasmas penando en el cielo.
Aquí, en el Perú, es harto conocida esta melodía, porque este es el país de
las esperanzas frustradas, de los sueños rotos, de las almas de inocentes vagando
en el limbo en espera de la redención.
Es que tenemos estampado en el broquel de este período moderno la derrota
permanente.
Porque aun penan los más de cien mil inocentes ejecutados durante la masacre
española en contra de todos los sospechosos de seguir a Túpac Amaru II.
Penan los miles campesinos de la “marcha india” eliminados durante el
gobierno de Andrés Avelino Cáceres.
Penan las almas venditas de las decenas de miles de niños y mujeres campesinas
y ocho periodistas que desaparecieron en el gobierno de Fernando Belaunde Terry.
Es que aquí penan por todo lado porque el Perú es como la casa Matusita
pero de 1 millón 285 mil kilómetros cuadrados, un extenso territorio sembrado de
miles de fosas comunes como la de Putis.
Pero, esta vez, el lamento de los espíritus atormentados viene de otras latitudes,
algo más frías y boreales, con Johnny Cash y el sufrimiento de su cowboy
estadounidense.
Tuvieron que pasar demasiados días para que las cadenas globales vociferaran
la derrota de Donald Trump. Demasiado
tiempo para dar unos resultados que antes era en el momento.
Es que ahora los tiempos han cambiado tan rápido que nos cuesta percibir
que la rapidez y eficiencia se ha mudado a otro continente.
Para esta generación la desgracia de los EEUU comenzó con la muerte de J.
F. Kennedy.
Ahora se ha perdido todo: el buen gusto en el arte y los intelectuales
solventes y serios. Mientras tanto, los cerebros de adolescentes caníbales de
cuarenta años se deleitan con Netflix y los cohetes de SpaceX.
Esta atmosfera de derrota que viene desde muy al norte del continente, quizás,
es la misma que habrían sentido Jefferson Davis y Robert Edward Lee cuando vieron
que ese mundo sereno y rudimentario se había acabado.
Es que aquí en vida está el infierno y el cielo y todo lo que se hace se
paga.
Porque quizás ese fue el mismo sufrimiento que padecieron millones de indios
en las praderas norteamericanas cuando vieron como aprisa los iban extinguiendo
junto a sus bisontes.
Ese “siglo americano” parece que estuvo maldecido por esas almas en pena
que aún siguen vagando en los cielos estadounidenses persiguiendo sus búfalos y
reclamando su revancha con esos cowboys condenados ardiendo como la jirafa de Dalí
junto a ese ganado de ojos rojos que representan a ese “capital” que hicieron grande
a ese país y que hoy también se va extinguiendo velozmente.