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viernes, 16 de julio de 2010

El estrangulamiento del águila

El día no podía ser mejor. Lo que tanto habia esperado. El producto del esfuerzo de tantos años, hoy sería utilizado para hacer realidad ese sueño tan anhelado por él y por su esposa recientemente embarazada. Juan, había retirado todo ese dinero reunido desde que comenzó a trabajar en aquella empresa y hoy lo utilizaría en lo acordado con su pareja. El hecho de tener en sus manos toda esa cantidad de dinero con el correr de los minutos hacian aumentar más su nerviosismo. Todavia le resonaba en su conciencia las palabras de Lourdes –su guapa esposa-, aconsejándole que baya acompañado por algún familiar, a lo que él, -obstinado como siempre-, se habia negado hacerlo.
Juan, apresurado y mochila en mano, abandona el banco. Su mirada rápida y nerviosa solo atinaba a seguir de frente. Pero es cuando en uno de sus bruscos movimientos de cabeza, observa la presencia de un par de sujetos que en ese instante lo señalaban. Instintivamente, apresura sus pasos rogando que aquella esquina tan distante se volviera por algun milagro cercana.
Al sentirse ya cercado por los delincuentes y al verse inundado por la terrible idea de perder todos sus ahorros y con ellos la idea de comprar la cuna deseada para su futuro bebé. Juan, de pronto, siente un enorme respiro al advertir la presencia de dos policías que en ese momento custodiaban una cercana agencia bancaria.
Él, nervioso, se acerca a los uniformados advirtiendoles de la presencia de aquellos sujetos que lo estaban siguiendo.
De un momento a otro los uniformados, después de observarse mutuamente, a empellones lo arrinconan al muro del aquel edificio y con gritos e improperios lo conminan a levantar los brazos y a separar las piernas. Encañonado con sus revólveres, reducida la victima es obligada a guardar silencio.
Juan, no podía creer lo que le estaba sucediendo, de un momento a otro había pasado de victima a victimario. Pero al final le tranquilizaba pensar que todo esto era solo una equivocación y que pronto los custodios lo dejarían libre -Cándido raciocinio de un humilde poblador que no sabe los niveles de corrupción que alcanza la policía en países tan subdesarrollados como este-.
Juan es llevado enmarrocado a las oficinas de aquella agencia bancaria. Sentado observa que tras el cristal que lo separaba de la oficina contigua, sobre una mesa se encontraba su maletín conteniendo todos sus ahorros.
Aun con las esperanzas de que esta equivocación, pasaría pronto, observa atónito que dentro de toda la gente aparecen de repente los mismos sujetos que anteriormente lo estuvieron siguiendo. Horrorizado ve como aquellos indeseables se saludan amigablemente con los policías que hasta hace algunos momentos lo habían detenido. Ellos voltean hacia él y lo observan con una sarcástica sonrisa, un haz de frigidez sintió cubrirle todo el cuerpo. Es esa sensación de presentir que estas al borde de la muerte. Era ese instinto de supervivencia que te prepara para recibir o esquivar esa muerte que te rondaba.
Es ahí, en donde la situación se hacía ya insostenible, obligandolo a Juan a tomar la decisión de insubordinarse contra sus captores. Comenzó de pronto a pedir auxilio de forma iracunda. Inútiles alaridos de una víctima que había sido elegido por un grupo de delincuentes, con un poder tan grande que sus ramificaciones llegaban a alcanzar hasta las mas altas esferas de la politica y que de enterarse la victima, simplemente no lo creería. Y ellos no permitirian que saliera vivo de todo esto.
Los policías con esa mirada fría y la voz simulando tranquilidad, se le acercan, y uno de ellos rápidamente lo sujeta por el cuello. El se calma creyendo otra vez ingenuamente que la presión del brazo de su captor terminaría pronto, pero se da cuenta tarde que las verdaderas intenciones del brazo de su asesino no era solo calmarlo si no de matarlo.
Mientras aumentaba la presión del garrote, en la mente de Juan discurría los rostros de su mujer, de sus padres y de su futuro hijo.
Mientras la vida de Juan se apagaba. En la sala de al lado un grupo de uniformados con una águila negra bordado en el pecho de sus uniformes, holgadamente se repartían los ahorros que tanto le había costado juntar a la víctima. Con el mismo escrúpulo y frialdad los mismos sicarios le "sembraban" una pequeña bolsita repleta de mariguana dentro de aquella humilde mochila que hasta hace algunos minutos habia cobijado los sueños de una pobre familia.

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