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sábado, 1 de febrero de 2014

El rey de los huevones y el chileno ganador

Con el permiso  del respetable. Pero, es que,  ya es demasiado. En todo dialogo,  el respeto es necesario para ambas partes en la solución de cualquier discrepancia. Pero, aquí,  solo veo burlas y gente opacada y mas interesada en el sueldo de fin de mes y en los réditos que  van a obtener de  toda esta murga.
Desde la lejana perspectiva limeña y siempre en detrimento de sus “provincias” se firmaron los tratados mas infames de nuestra historia. Ahí está  Miguel Iglesias,  que por querer  “manejar” las menguadas harcas del estado  apresuró la firma del Tratado de Ancón en 1883.
Desde esos años el ritmo en las relaciones entre Perú y Chile  siempre lo ha puesto el segundo. Desde aquella derrota,  ellos  han  visto  a nuestro país   y a  su  diplomacia  como otea  Estados Unidos a México,  siempre con el mismo trato vertical, de civilizado a bárbaro, de fuerte a débil, que lo lleva a aprovechar   cualquier lío  entre ambos para sacarle ventaja,  así sea un pisco, un suspiro limeño  o  un  ínfimo triangulo de arena estéril. Y claro,  siempre habrá compatriotas tan  ruines  como el Iglesias de aquellos años que  absorbidos por  sus apetitos personales  danzaran  al  golpe que da la cueca.
Es que nos sacaron la mierda en 1879. Y cuando digo: mierda,  no exagero. Esos,  –en ese entonces- subestimados habitantes  de los confines del mundo  nos humillaron,  sus equinos  se cagaron en nuestras bibliotecas,  saquearon y mataron como si para ambos no existiese un  mañana. Ni los nazis fueron tan hijos de puta con la Francia ocupada. El chileno no consideró nada salvo la total  humillación histórica para el Perú, marcándonos  en nuestra  memoria el pensamiento de que ellos serían siempre  invencibles. Quizás por ese trauma nunca nos propusimos recuperar seriamente esos territorios perdidos,  ni siquiera  en la época de Velasco,  a pesar,  de estar en ventaja  pesó más ese  trauma  que comprimió   los huevos del tirano peruano para no dar luz verde a  la invasión.
Como no recordar los años de finales de los  ochenta del siglo pasado,  cuando  Bedoya,  Belaunde   junto con Vargas Llosa y sus “turroneros”  miraban y deseaban  el avance chileno y vociferaban la urgencia de trasplantarlo por estos lares como una solución para  nuestros grandes males. Inclusive, algunos,   con la aparición  del dictador Fujimori y después de liberalizar la economía  tuvieron la idea de  bautizarlo  con el sobre nombre de “chinochet”, como una forma de imitar al dictador chileno y demostrando que  tanto los empresarios como la clase política estaban  chilenizados hasta el tuétano.
Por estas razones la burla de los chilenos continua y se notó este ultimo lunes cuando el mandatario mapocho en su discurso después de escuchar el fallo del límite marítimo  se apropió del ahora famoso triangulo del hito 1. Humala no tuvo mejor  idea que celebrarlo rodeado de sus  conocidos “espontáneos”  y con bandera incluida, como si estuviera en plena campaña electoral.
Una  patética muestra de la  inferioridad que sienten algunos peruanos frente al chileno lo pudimos observar  claramente en estos días a través de la pantalla de la televisión y el protagonista de semejante escándalo fue el periodista  Augusto Thorndike. Ese día  estaba  frente a un periodista chileno. Fue triste ver aquellas  escenas. El ex rastafari estaba nervioso inseguro,  tembloroso asentía cada corrección y opinión del mapocho,  era conmovedor la sumisión  del “colorao” frente aquel  invitado,  daba vergüenza ajena, era tan complaciente como una geisha.         
¿Por qué esa actitud, si solo tenía al frente a un ser humano  como él o como cualquiera?                                Pero,  -y esto,  no me dejará mentir el psicoanalista-, es que el  nerviosismo y los balbuceos era solo la espontanea  manifestación  de ese  conocido sentimiento de inferioridad que se tiene frente al extranjero y particularmente al chileno y que no solo posee  Augusto Thorndike  sino también  gran parte de los limeños  y esto torpemente se ha difundido como el cáncer por toda la patria.
Una ciudad que tiene un espíritu tan menguado  producto de  darle  la espalda a su  pasado milenario andino y en su lugar, creyéndose patológicamente una  ficticia tierra de colonizadores europeos, le ha creado  una total  falta de identidad,   pasándole la factura al producirle una alicaída   autoestima y provocándole,  sin saber,   a través de su historia -y  como cabeza de este país-   tantas derrotas  y una de las principales causas para que  afuera  nos vean como  cobardes y simples gallinas.
Menos mal,  el Perú  no es Lima,  porque todavía existen connacionales  con la autoestima suficiente como para enorgullecerse de nuestro pasado triunfador,  cuando como Incas dominamos hasta lo que hoy sería el sur de Santiago de Chile. Pero es una pena, Lima no siente toda esta  energía,  por eso, se conformó con esa derrota.

Se terminará  el problema con Chile con lo dispuesto en la Haya  y se cerrará  esta  historia  con la paz entre los dos paises. Pero,  lo cierto es que mientras Lima  y su pensamiento no recupere             -o mejor dicho-  no descubra  la autoestima sana  aceptando e interiorizando  su importante pasado andino  y sus valiosos aportes, solo  conocerá  la paz de un eterno derrotado.

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