Si uno se
encuentra dentro o fuera del país y pregunta a ese extranjero ¿Cómo le trata el peruano? (y
al decir extranjero me refiero aquel que
por sus rasgos y color de piel se
identifica claramente como foráneo) encontrará
que la mayoría de ellos responderá que
cuando visita o visitó el Perú encontró a un peruano muy atento con el forastero,
muy servicial que hasta llega
al extremo de brindarle techo y comida y si fuera el caso le ofrece hasta a su misma hija, (sobre todo si este extranjero resalta por su palidez). Esta actitud
peruviana no distingue raza, porque lo hacen tanto cholos, negros, indios,
charapas, criollos, etc. Tiene que ser peruano de pura cepa.
Pero qué hay
detrás de esa conducta del peruano cuando se muestra como en estos casos tan serviciales y atentos
con el extranjero. Será producto de una muy buena educación o habrá detrás un
muy bien tapado y encubierto sentido de inferioridad frente a todo lo foráneo
porque desde hace cinco siglos le han hecho creer que es inferior a todo
extranjero.
Y es que es
así, en esa aquiescencia del peruano con el forastero está lo segundo.
Aquí lo que
ha existido siempre es que una minoría étnica domina culturalmente a una gran mayoría, y su cultura lo inyecta por
todos lados y aprovecha todos los medios para hacer que el peruano mayoritario y muy diferenciado de esa minoría
quiera ser como ella, y si para eso tiene que recurrir al cirujano o cambiarse el apellido, él lo hará, sin medir el costo tanto
psicológico como emocional. Millones de
peruanos seguirán este camino, el camino de la aculturación.
Esto siempre
ha ocurrido en la historia del hombre, pero aquí el problema está en que la
cultura de esa minoría es torpe y degradada y muy escasa en valores; en cambio los valores milenarios que están en
ese Machu Picchu, en ese tapiz huari, en ese Capác Ñan, en esos Incas,
son enormemente necesarios para la felicidad y el progreso de esas mayorías.
Esta
receta de aculturación que excluye la
cultura milenaria, para el infortunio
del país se continúa dando al peruano. No hemos aprendido de nuestros errores.
Al final si seguimos así, continuaremos con una sociedad carente de autoestima,
porque no existe identidad nacional ni
sentido de pertenencia, y cuando eso ocurre, la decadencia se manifiesta con desorden,
caos, corrupción, desdicha, violencia, el imperio de lo ilícito, la
improvisación, la corrupción. Males que
por ejemplo se han agudizado y se ha generalizado en la sociedad mexicana. Ellos
eligieron el camino de enterrar su pasado milenario y han creado el monstruo
aculturizado que ahora conocemos. Gracias a la providencia no somos México y
estamos a tiempo de no serlo nunca.
Han pasado
miles de años y avances tecnológicos, y
los países que lideran al mundo, sus sociedades se caracterizan por poseer
autoestima, patriotismo, sentido de pertenencia, identidad nacional. Esto no ha
variado con la economía de mercado ni con la moda de los tiempos, todo lo
contrario.
Así qué, si queremos que el foráneo nos respete,
primero aprendamos a respetarnos nosotros mismos, aprendamos a querernos como
somos y a valorarnos. El día que
llaguemos a esto, el extranjero
aprenderá de nosotros y ahí por fin conoceremos la palabra respeto.