Los primeros españoles que se
asentaron en el Valle del Chili, tenían un pensamiento y una actitud muy distinta al
que pobló el resto del territorio peruano,
particularmente Lima. Aquí ese
hispano tenía en la mente formar una nación y, esto se notó en las costumbres que asimiló en su forma de vida como su alimentación, por ejemplo, al fundir la carne de cerdo característico de su ganadería con la bebida sagrada andina, la chicha, naciendo el adobo, platillo que hasta ahora es infaltable en cualquier mesa arequipeña un día domingo. Esta embrionaria noción de patria también se observó al
asimilar términos quechuas en su lenguaje naciendo el hablar loncco.
Este ibero, naturalmente, hizo suyo al mundo andino, en cierta medida, distinguiéndolo para siempre en fortaleza y amor propio de los limeños y del
resto de peruanos y, estos valores se fueron difundiendo entre todos sus habitantes a través de los siglos.
Arequipa es la cuna de la
democracia en el Perú, porque antes que se difundiera por el mundo la igualdad y la
fraternidad con la Revolución Francesa, aquí sus famosas picanterías ya eran lugares en donde los lonccos y los
ccalas, los ricos y pobres, el blanco y
el cholo se sentaban en una sola mesa a departir sus alimentos, por eso se acuñó la frase “Arequipeño, ni grande ni pequeño,
Arequipeño”, haciendo de este lugar esa tierra
de igualdad y libertad en donde sus pobladores, tanto blancos y cholos, se sintieran orgullosos no de ser blancos ni cholos sino por ser sencillamente
arequipeños.
Desde el nacimiento de la República
Peruana uno de sus grandes males ha sido el centralismo limeño, el cual ha ido
creciendo con los años, convirtiendo al
área metropolitana de Lima en el núcleo que cobija la tercera parte de la
población del país, el 80 % de la
industria nacional y el 90% de sus finanzas, y toda esta acumulación de recursos y
actividades económicas se hace en detrimento del resto de las regiones peruanas.
Arequipa como segunda ciudad
del país con alrededor de un millón de habitantes junto con sus actividades económicas, cuenta con un desarrollo muy por debajo, si la comparamos con la realidad de otras segundas ciudades de países sudamericanos; en Colombia, por ejemplo, la segunda ciudad es Medellín, urbe que cuenta
con cerca de tres millones de habitantes y es el más importante núcleo
industrial y hasta cuenta un sistema de metro para su transporte; en Chile la
segunda ciudad es Valparaíso que junto
con su conurbación posee un desarrollo urbano que al igual que su par
colombiana posee un sistema de metro soterrado para su transporte; Bolivia, su segunda ciudad es Santa Cruz, urbe tan importante en industria y con sus casi dos millones de habitantes rivaliza y hasta en muchos aspectos supera a la misma capital; Ecuador, su segunda ciudad es Guayaquil que en
industria y comercio y demográficamente rebasa ampliamente a su capital Quito.
Es evidente entonces el nivel
de atraso al que nos ha llevado el centralismo limeño. Por estas razones es
urgente que Arequipa sea más autónoma en
sus decisiones, sobre todo en lo que se refiriere al manejo de sus propios recursos; hoy es la región que más aporta a las arcas
del estado peruano, pero, no es la que más se beneficia con el presupuesto que se le otorga desde Lima.
Arequipa tiene una larga
tradición regionalista, pero, esta, nunca se ha plasmado en un ideal político serio, por esto,
creemos que ha llegado el momento
demográfico para que sus líderes
políticos tomen estas banderas en un
futuro cercano para buscar una alternativa de
desarrollo más real y beneficioso para los arequipeños que al ver el escenario nos damos cuenta que solo fortaleciendo nuestra autonomía se puede conseguir.
Bien lo dijo aquel diplomático canadiense en su visita por esta ciudad, Arequipa es muy parecida en su idiosincrasia a Quebec, y también, hasta con la misma Cataluña.
Bien lo dijo aquel diplomático canadiense en su visita por esta ciudad, Arequipa es muy parecida en su idiosincrasia a Quebec, y también, hasta con la misma Cataluña.