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sábado, 5 de febrero de 2011

Mario Vargas Llosa, el marqués de la Avenida Parra



El sueño que seguramente tienen algunos, añorando a esa Lima, centro del colonialismo hispano en Sudamérica, junto a la figura de un noble virrey Amat dándole el infaltable toque aristocrático a esa villa malsana de mediados del siglo XVIII, cortejando a su "indigna" pero deseable “Perricholi”. 
Complementando este escenario dramático tenemos las infaltables tapadas cubriéndose el olfato del insoportable hedor que despide el hecho de que los peruanos fuimos los últimos en tomar las ideas republicanas e independentistas, aderezados con esa “Orden del Sol” de San Martin y su búsqueda infructuosa y desesperada de un rey en Europa para intentar darle una forma de gobierno al joven Estado que aún estaba naciendo. 
Todas esas ideas arcaicas parecen que todavía siguieran vigentes con la entrega del título nobiliario de marqués a Mario Vargas Llosa.
Ese traumático deseo de un minoritario grupo para dejar de ser descendientes de unos plebeyos, barbaros y pestilentes conquistadores tenía que algún día concretarse. Sus abuelos les inculcaron a sus padres y ellos a sus hijos,  y Mario Vargas Llosa, desde pequeño, lo aprendió sin necesidad del maltrato.
Dejar de ser ese hispano ordinario y buscar por todas las formas esa “sangre azul” tenía que ser su objetivo de vida.
Aún recuerdo la letra de esa cancioncita que hace algunos años escuchaba corear a unos niños en esa calle populosa en medio de los Andes del sur  peruano que decía: “Si la reina de España muriera y Carlos V quisiera reinar…..etc.”, me demostraban que el peruano había sido colonizado hasta el tuétano, incrustándosele una cultura hispana en la mente como cuando se marca al ganado con ese hierro al rojo vivo.
A pesar de poseer un rostro tan distinto al ibérico, desde sus adentros enfermizamente sigue añorando algún día formar parte de esa hispanidad y, en algunos casos, esa "nobleza" que ahora Mario Vargas Llosa parece haberlo conseguido.
Yo, me pregunto, ¿habrá meditado el escritor el significado que tendría aceptar ese vano, superficial e intrascendente "título nobiliario"?
Lo que está claro, es que el nobel, al consentir este regalo, a pesar que lo justifica llamándolo como un "gesto cariñoso" de parte del rey Juan Carlos I, nos está mostrado su verdadero careto mohoso y conservador, aquello que, paradógicamente, siempre criticó.
Esa huchafada de aspiración nobiliaria seguro le inspiró para nombrar en su libro “El pez en el agua” como "Boulevard Parra" a una simple callejuela donde había nacido, como queriéndole con el termino "boulevard" darle un toque aristocrático a esa vía de la ciudad de Arequipa porque sabia al momento de escribirla que se había convertido en un lugar lúgubre poblado por innumerables bares y prostíbulos.
¿Y por qué tenerle vergüenza al hecho de que ahora pululen putas donde antes habías nacido? 
Si todo se degrada, hasta las palabras y las promesas. 
Hoy Mario Vargas Llosa se ha vuelto un patético fundamentalista de lo frívolo y conservador, rotulando en venta a su pluma mercenaria como la furcia más docil.
En vano  reniega de la prostitución cuando su literatura lo ha impregnado de un tufo prostituto ofreciendola a los grandes poderes para quién pague más. 
Cómo nos degradamos algunos cuando despreciamos nuestra verdadera cultura y nos sometemos aquiescentes al dominio de otras insignificantes.
Mario Vargas Llosa a pesar de sus triunfos vemos que siguió sintiéndose el insignificante que abre la boca cuando te dan el dinero. 
Nunca superó el complejo del pueblerino marginal, el indio "choleado". Un claro representante de los cúrsiles plebeyos del mundo, infelices que añoraran la "nobleza" de los aristócratas que se solean en Saint - Tropez.
¿Qué dirá su epitafio? 
Seguro: “Aquí, descansa Mario Vargas Llosa, premio nobel de literatura y ridículamente nombrado: El marqués de la Avenida Parra”.


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