“La esperanza es lo último que se pierde” había escuchado decir, y yo, hace buen tiempo la había perdido. Tengo mis razones, si bien pertenezco a una generación X, que igual no hizo nada, hoy en día, al escuchar sus conversaciones frívolas y al verlos caminar por sus universidades privadas y públicas desorientados brotándoles de sus oídos unos delgadísimo cordones umbilicales uniéndolos a su única fuente de vida y que el mismo Steve Jobs había prohibido a sus hijos, asentía en definitiva que toda esta generación de jóvenes era la más idiota de todas.
Mientras que en Chile surgía una camada de lozanos líderes políticos
como Camila Vallejo, que intentaban darle un aire renovado a su país, aquí la presidenta
de la federación de estudiantes de la católica, Sigrid Bazán, desde su ridícula
visión de izquierdista “andaluza” mostraba su mayor dialéctica en unos anacrónicos y decadentes prejuicios al
oponerse visceralmente a la enseñanza del idioma quechua dentro de las
universidades “cholas”.
Con este tipo de ejemplos se veía al futuro de nuestro país completamente
jodido.
Quien diría que en este mes de diciembre aparecería esa luz al
final del túnel, porque mientras los medios de comunicación preparaban a los
peruanos el nacimiento y el pavo para la noche buena, en las calles de la
ciudad de Lima se estaba escribiendo una historia distinta cuando una nueva generación
de jóvenes irrumpía en este escenario monótono y necio.
Las veces que había leído sobre las jornadas de Mayo de 1968 en París y sus repercusiones en el resto del mundo, me convencí que nunca lo vería
aquí. Pero estaba totalmente equivocado, porque después de ver las imágenes de aquellas
protestas, nos hemos dado cuenta que todavía existe dentro de nosotros esa casta
de jóvenes que no han perdido aun aquellas ansias que te instan a mejorar tu
sociedad. No se han quedado con los brazos cruzados, como quizás yo lo hice
alguna vez, todo lo contrario, con los mismos bríos de aquellos jóvenes en
Paris, hoy me han demostrado que el Perú es un país de gente digna y no lo que
otros intentan hacernos creer: una tierra de muertos de hambre que se venden al
mejor postor y se conforman con el desprecio y las limosnas.
Estos días he vuelto a creer en este país, gracias al ejemplo
que me ha dado esta juventud que no muestran los conocidos medios de
comunicación y que una oprobiosa ley esclavista los ha obligado a hacerse notar.
Mañana lunes 29 de diciembre habrá una tercera jornada de protestas
contra la denomina ley Pulpín. Será más numerosa que las anteriores, y también pacífica,
nadie lo sabe. Lo cierto y más importante que rescato de todo esto es que existe
un buen sector de la juventud consiente de su realidad y sobretodo con una autoestima
suficiente que lo insta a exigir respeto para con ellos y para con su futuro,
uno verdaderamente digno.