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sábado, 20 de diciembre de 2014

Los peruanos y la nieve










Dos personas con cierto acento cusqueño mascullaban cerca. Era mi oportunidad para averiguar con qué frecuencia caía  nieve en el ombligo del mundo, así que me acerqué hacia ellos  y les hice esa pregunta.  Pero, debí  suponerlo,  porque  olvidé que  estas poblaciones   producto  del maltrato y el prejuicio capitalino  los han llenado de tales complejos y  vulnerabilidades que se les empeora  con la  ignorancia;  lo ocultan muy bien, hasta que afloran  espontáneamente  cuando un incauto les hace esta simple e inocente pregunta, porque  se erizaron tanto,  como si les  hubiera   mentado  la  madre. 
No hay que ser un experto peruanólogo para saber que ridículos complejos  se esconden detrás de la  reacción que tuvieron  aquellos cusqueños, porque son  los mismos  síntomas que encuentro también en muchos peruanos.
La nieve,  hermosa  e inolvidable experiencia  cuando  cae  alrededor,  envuelta en una  álgida brisa,  y sobre todo cuando  sus copos se diluyen  en la palma de tu mano.  Deseada por tantas ciudades  en el mundo  tal vez porque  les da cierta categoría, pero increíblemente aquí en el Perú  es vista con tal desprecio como el que tiene esta decadente cultura criolla sobre  el indio y los andes.
Hace  algunos meses  la  televisión limeña se encontraba  asombrada   comentando sobre  los estragos dejados por el friaje en esos inhóspitos páramos andinos.  La repulsa  en el rostro de Mónica Delta  no era por ver la desgracia de los campesinos  padeciendo  esas  gélidas temperaturas,  sino que sus gestos de aversión se debían principalmente al ver la nieve “estropeando”  todo el paisaje. 
Esa nevada que los habitantes de Sao Paulo, Madrid o Buenos Aires tanto la desean,  los limeños la desprecian,  porque su mentalidad  mórbida  lo relaciona  con su abominable sierra.  Esa nieve  para estos acomplejados  es sinónimo de serrano,  de indígena.
La nieve como consecuencia de los climas fríos, a través de la historia, casi siempre, ha estado relacionada con pueblos fuertes, laboriosos, disciplinados y también austeros,  que en su afán de  sobrellevar las gélidas temperaturas  forjaron con  el tiempo,  el esfuerzo y la previsión  prosperas ciudades y naciones.  Así nacieron Nueva york,  Washington,  Londres, Moscú, Beijing, Berlín o Tokio y hasta el mismo Cuzco. 
Aquellas  ciudades que no la tienen habitualmente, la desean enormemente, porque en el fondo saben lo que ella  representa. Tanto es su anhelo  por poseerla  que se vuelven imborrables en su memoria aquel  día,  aquel  mes o  el  año que hubo  la última nevisca,  así  esta haya ocurrido  hace  varias décadas. 
Pero, tristemente,  en el Perú, la nieve tiene otro significado, gracias a esa  visión enfermiza  de una Lima ignorante y prejuiciosa,  porque para ellos la nieve es fea   porque  simplemente es serrana,  y esas patologías  lo han diseminado por el resto del país  recrudeciéndose en la actitud que tuvieron esos  cusqueños  cuando les hice aquella simple pregunta.
Como envidio a Nueva York,  Berlín  o al mismo  Cuzco cuando las veo  cubiertas de nieve.  Antiguamente los peruanos convivíamos con  la nieve  cuando en mayoría habitábamos la región andina. Los Incas y Pachacutec  realizaron sus conquistas con la nieve alrededor, al igual que  Napoleón,  Genkis Kan,  Von Brauchitsch o ZhúKov.  
Hoy, que distinto seríamos,  si al menos un instante  experimentaríamos la sensación de ver caer la nieve. Que distintos valores, fortaleza y autoestima   hubiésemos adquirido. Seguro que no  estaríamos  soportando  esa cultura  desértica   y asfixiante,   decadente,  desordenada,  sucia y  tercermundista.
Hoy he decidido, alquilarme una casita  por la localidad de Imata a dos horas de aquí en la frontera entre Arequipa y Puno  y pasar  la  navidad  en un clima frio  y,  con suerte,   rodeado de nieve.


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