Por más que he
intentado verlo por completo y a
pesar de las marcas mundiales y todas
esas disciplinas deportivas, lo que
siempre me ha interesado de los juegos
olímpicos de verano son las ciudades que
hacen de sedes y sus anfitriones. Las construcciones,
sus costumbres y el espíritu de su población que muchas veces es el reflejo del
país entero, me ha llamado más la atención
que la competencia en sí.
En un momento, creí
que una de las candidatas era Buenos Aires, -hubiera sido interesante- pero, la capital argentina solo era el lugar
en donde el Comité Olímpico
Internacional se reuniría para tomar la
decisión de cuál sería el nombre de la urbe que albergará los juegos olímpicos
del 2020. Como candidatos estaban
Estambul y sobre todo Madrid. Al final, el
resultado fue frustrante, porque el COI optó por los menos interesados en esta
competencia, desechando una vez más a la capital española.
Aún recuerdo ese
1992, cuando pensaba que por fin habría
una olimpiada hablada en nuestro idioma. Pero,
esa bisoña ingenuidad terminaría rápidamente cuando el narrador comenzó
a transmitir la competencia con un indescifrable catalán. Seguro se debe
a lo mismo de siempre, porque como para todo en este mundo el dinero es lo que
manda, el COI tampoco no da puntada sin hilo y no pone en riesgo ni un solo centavo y como sucedió con
Londres, vuelven a la misma opción trillada y aburrida de repetir el mismo
plato, empalagando a los espectadores al nombrar como sede a la capital japonesa. No encuentro
comparación. Madrid, una ciudad tan variada y con todos esos colores y
olores, aderezos que la hacen tan
interesante. Imperfecta algunas veces,
pero al final cómoda y hogareña.
Y mi rechazo por Tokio no se debe a Fujimori, sino que desde el automóvil escuchaba los escandalosos chillidos de un personaje de ojos rasgados y con el rostro tan despintado como el papel bond. Bajé el volumen de la radio para identificar su idioma, porqué podría ser nipón, coreano o chino, pero esos sonidos fonéticos, oídos también en la NHK, sin lugar a dudas, era un japonés, y hablando por celular. La verdad es que tenía una pinta y unas maneras que le hacían parecer un indiscutible integrante del jakuza. Sucio y vulgar. Ruidoso, almacenaba esputo desde su guargüero y escupía continuamente al piso como queriendo llamar la atención del respetable para que observen como se cagaba en esta tierra tercermundista y pobre. Este indeseable era uno de los tantos asiáticos que habían venido a esta ciudad con motivo de una conocida convención minera. Mientras observaba esa grosera soberbia de aquel grupo amarillento y singular muestra del país del sol naciente, me preguntaba: estos son los que te van a dar la bienvenida en esos futuros juegos olímpicos.
Y mi rechazo por Tokio no se debe a Fujimori, sino que desde el automóvil escuchaba los escandalosos chillidos de un personaje de ojos rasgados y con el rostro tan despintado como el papel bond. Bajé el volumen de la radio para identificar su idioma, porqué podría ser nipón, coreano o chino, pero esos sonidos fonéticos, oídos también en la NHK, sin lugar a dudas, era un japonés, y hablando por celular. La verdad es que tenía una pinta y unas maneras que le hacían parecer un indiscutible integrante del jakuza. Sucio y vulgar. Ruidoso, almacenaba esputo desde su guargüero y escupía continuamente al piso como queriendo llamar la atención del respetable para que observen como se cagaba en esta tierra tercermundista y pobre. Este indeseable era uno de los tantos asiáticos que habían venido a esta ciudad con motivo de una conocida convención minera. Mientras observaba esa grosera soberbia de aquel grupo amarillento y singular muestra del país del sol naciente, me preguntaba: estos son los que te van a dar la bienvenida en esos futuros juegos olímpicos.
Qué aburrida monotonía nos espera, los
mismos fríos y estólidos anfitriones y espero que no todos tengan las
poses e insolencias agresivas de aquel
“ponja” hijo de puta, quizás el ejemplo de un Japón opacado por su eterna antítesis, la enorme sombra
china. Con semejantes especímenes, ahora
entiendo porque los gringos optaron por las dos bombas atómicas para someterlos.
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