martes, 3 de enero de 2012

Los aterradores beatos



Esa fría mañana mientras me acomodaba frente al televisor, buscando entre ese menú matutino de noticieros que tienen el mismo corte hace más de treinta años, aprovechaba los pocos minutos que tenia para encontrar alguna noticia o la historia que servirían de tema para escribir ese día.
Después de revisar cada uno de los telediarios, me detuve en la entrevista que le hacían a la actual ministra de la mujer Ana Jara. Luego de observarla y analizar sus respuestas, quedé completamente perplejo y angustiado, porque solo bastaron un par de sus palabras para darme cuenta del tipo de persona que ahora tiene a su cargo ese ministerio. De pronto, la nueva ministra, llenó ese estudio de televisión con un sombrío tufillo de fanatismo, muy parecido a esa clase de ceguera y perturbada alucinación que nos tienen acostumbrados esos fundamentalistas religiosos y que en la historia de la humanidad siempre han dejado como reguero de pólvora y acompañando a sus oraciones esas miles de muertes como los atentados a las Torres Gemelas, Palestina, el Ulster, en fin, todos esos conflictos originados cuando estos fundamentalistas toman como bandera de batalla el tema religioso.
En ese discurso poco técnico y más bien cargado de una excesiva y delirante proclama litúrgica, dijo fervientemente convencida que apoyaría los métodos naturales de planificación y continuó firme como la más fanática militante con su sermón medieval. Intransigente, jadeante y trémula a la vez, observaba perturbada con una mirada que solo poseen aquellos delirantes manipuladores en esos cultos abundantes en desmayos, gritos y ataques esquizoides. Completaba sus arrebatos afirmando que el vínculo entre madre e hijo se reducía a un simple y estúpido hecho sobrenatural, como si el embarazo de mi mujer sería producto de un furtivo y escurridizo “espíritu santo”, hay que ser gilipollas.
Coño, después de escucharla a esta apasionada de las escrituras bíblicas, debo decirlo, sentí unos escalofríos y una vergüenza ajena por la clase de ignorantes que asumen estos importantes cargos. Luego de inundar la pantalla con todo ese ridículo fundamentalismo religioso, se despidió de los televidentes mencionando un pasaje bíblico, finalizando la eficiente tarea de pintarse su cuerpo entero con toda esa alucinación y anacronismo.
En realidad, me preocupo por aquellas personas que sufrirán indirectamente su intolerancia y a la vez siento espanto por ese impune y enfermizo pensamiento medieval. Sin ir muy lejos, hoy la mujer por su misma condición se encuentra en total desventaja frente al hombre, es la triste realidad. Por lo tanto, colocar en estos cargos a personas poco lucidas y con esa obtusa e intolerante religiosidad, siempre significará ahondar los problemas, no al presidente ni a los burócratas que manejan este ministerio, si no que la cruz lo llevaran esas mujeres pobres, porque no tendrán acceso a métodos de planificación más económicos y menos perjudiciales para su salud, porque por culpa de ese pensamiento que tiene la actual ministra se desecharan cualquier tipo de avance de la ciencia en materia de control de natalidad, porque estas persona ven a la mujer solo como un ser “creado” para preñar, para este tipo de ideas la mujer no posee derechos y su valor se reduce al injusto sometimiento, peor aún, si es pobre y está embarazada.
En la práctica a estas gentes, nos les interesa la vida y el desarrollo de ese futuro ser humano, si tendrá un hogar, si no estará sometido a un entorno de violencia o si su madre contará con los recursos suficientes como para mantenerlo o si en el futuro no engrosará ese numeroso grupo que pueblan en su mayoría las cárceles y la delincuencia organizada en nuestro país.
Esta es la realidad si hablamos de soluciones para ese novísimo reducto burocrático en el que se ha convertido el ministerio de la mujer, cediendo estos cargos de dirección a este tipo de funcionarios que en realidad no solucionan nada, si no, gracias a su poca lucidez y extremismo religioso, ahondan más los problemas y nos demuestran el trato que le da el actual régimen a ese importante sector de la población.

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