sábado, 12 de julio de 2014

Vladimir Putin, el último de la estirpe


En estos tiempos,  en donde los gobernantes no se pueden quitar de encima  esa  ingrata reputación de burócratas peleles y títeres estólidos, sometidos al capricho y designio de ocultos intereses de distintos poderes, se hace difícil  creer que dentro de  la historia de la humanidad  hayan surgido  hombres que por sus propias capacidades y virtudes  lograron cambiar los destinos de toda su  nación.
Parecía  que este mundo moderno con su cruda realidad frívola  y decadente  había acabado con esas épicas historias donde los líderes dejaban a un lado sus apetitos personales y tomaban la arriesgada tarea de hacer de sus pueblos  uno completamente distinto,  uno más fuerte, soberano y digno. 
Cuesta esfuerzo creer que en el pasado hayan podido existir paladines  como por ejemplo Pachacutec,  que en el siglo XV transformaría para mejor al pueblo quechua  y a todo el territorio andino conocido, como también lo hicieron en su momento Gengis kan, Alejandro Magno o el mismo Napoleón,  cuando rescataron  a sus poblaciones de la anemia  y la subordinación,  para transformarlos en grandes y poderosas potencias. Porque en la  historia de los distintos países del mundo,  no hay peor injusticia que ver  a  importantes  pueblos, sumergidos en el  estancamiento, mereciendo por su valía otro destino.
Las palabras vertidas por aquella francesa esa soleada mañana en plena plaza de armas de Arequipa en 1998, afirmando que la situación de Rusia de finales de esa década de los noventa se asemejaba más a  la realidad de un país del tercer mundo, nos parecía exageradas e injustas con esa nación
Ya han pasado cerca de dieciséis años  desde  que aquella parisina, con conocimiento de causa, resumía la caótica situación por la que atravesaba en ese momento la Federación  Rusa. Me pregunto si hoy seguirá pensando  lo mismo. Eso, lo dudo mucho, porque desde que asumió el poder Vladimir Putin,  los avances  rusos son evidentes.
No solo a mejorado el bienestar de la mayoría de su población, si no que también, el ex KGB, una vez que puso orden en  la casa, se enfocó en la política exterior, en ese campo, gracias a la eficiente reinversión  de aquellos importantes recursos producidos por el “boom” petrolero de principios de la década del 2000 hicieron posible la modernización de su enorme aparato industrial - militar posicionando de nuevo a Rusia como superpotencia mundial, así que, ya no volveremos a ver campañas como Kosovo, Serbia, Libia, en donde la OTAN se manejó al libre albedrío. El punto de inflexión fue la campaña de Georgia de 2008, y Siria fue la consolidación del nuevo poder ruso.
Como se pudo observar, en el 2008 fue el Cáucaso y luego será  Ucrania, ya que como México para Estados Unidos,  es un territorio clave para su  seguridad.  
La firma de tratados de asociación con Bielorrusia y Kazajstán  solo es el preámbulo  de que en los próximos años  seguramente nacerá  una nueva federación de estados,  siguiendo el mismo proceso de formación que tuvo la ex URSS después del periodo de caos que sobrevino a la revolución de octubre de  comienzos del siglo XX.
Después de ese complejo proceso de desintegración que sufrieron  los territorios ex soviéticos, daba la impresión que la anarquía provocada por decadentes gobernantes como Boris Yeltsin, sería el triste final  para la heredera de la ex superpotencia, un destino infame muy parecido a otros pueblos condenados como los latinoamericanos balcanizados con lideres abyectos y peleles de cualquier poder externo e interno y sin un gramo de sentido de pertenencia con su pueblo. Pero esto no a ocurrido con la madre Rusia, porque sus destinos tomaron el rumbo de la redención desde la aparición  de Vladimir Putin.
La historia de la humanidad se sigue escribiendo, gracias a la obra y trascendencia de  estos grandes estadistas, Alejandro Magno, Genghis Khan, Julio Cesar, Napoleón y ahora Vladimir Putin que buscaron y buscan la grandeza de sus pueblos  rescatando los valores culturales de su pasado. Durante todos estos miles de años fue así y a comienzos de  este nuevo siglo, no tenía por qué ser distinto,  porque hoy nuestra generación de seres humanos tenemos el privilegio de ser contemporáneos y poder presenciar -quizás- al último representante  de esta gran  estirpe.  

Ridley Scott en su Waterloo

  Las oscuras nubes de unas horas bajas no solo ensombrecen a Occidente en su enfrentamiento con Rusia para conservar la unipolaridad en el ...