Como todos los años por estos días, la publicidad televisiva nos
anega con el mayor evento benéfico, nos
referimos a la conocida Teletón. Sus organizadores y “beneficiarios”
tratan de despertar en el televidente esa solidaridad que son muy
necesarios para este tipo de campañas, porque ayudan en el objetivo
de recaudar la mayor suma de dinero para así poder contribuir en la
mejora de las condiciones de vida de las personas que sufren problemas
de discapacidad, sobre todo aquellos con menores recursos.
Bonitas historias y loables acciones. Pero como tantas otras,
cuando husmeas un poco dentro de ellas, te topas con una
realidad que dista mucho de lo que te publicitan.
Llegar a la Clínica Hogar San Juan de Dios de Arequipa no es tan
fácil, sobre todo por el tráfico y los enormes huecos de la Avenida
Ejército. Su playa de estacionamiento, si se le puede llamar así, es pequeña,
pero a pesar de eso, cuenta con un moderno expendedor de tickets, que te
avizora que para los presbíteros que manejan
este negocio el dinero no es cosa de juego.
Dudé un poco, pero igual ingresé al edificio, y una
vez dentro me puse hacer mi cola como el resto. Mientras esperaba pude comprobar
cómo se maneja dicho hospital, supuestamente “solidario” con los que menos
tienen.
Mientras aguardaba mi
turno, una familia estaba delante de mí, eran delgados y empalidecidos, lo conformaban:
una pareja de ancianos y una mujer joven, llevando en una silla de ruedas
a un pequeño. Se notaba que no eran de la ciudad de Arequipa, -de Quillabamba- alcancé a oír.
Tímidamente la mujer más ajada se acercó a la ventanilla, y mientras conversaba, su rostro iba
mutando de un gesto esperanzador para pasar luego a uno de preocupación,
culminando la escena con esos músculos faciales alicaídos
que dejaba entrever una frustración imposible de
ocultar.
Derrotada se retiró del mostrador para regresar junto a su tropa
que les esperaban impacientes. Se acercó a ellos y desesperada les dijo que
solo podían descontarles diez nuevo soles para toda la atención del
pequeño, ya que entre placas, análisis y tratamiento,
ellos necesitaban alrededor de 5,000 soles.
Todos se miraron, y el más viejo, escéptico, no salía de su asombro
y murmuró en voz alta: “cómo va ser eso…y la publicidad… y los millones de
soles recaudados en esa teletón”. Sacó pecho y regresó a la misma ventanilla
para “sacarse el clavo”.
Se oía que el tipo comenzó
a levantar la voz, reclamaba, increpaba, pero todo era inútil, porque la
señora de la ventanilla seguía inmutable moviendo la cara fríamente de un lado al otro.
El tipo de seguridad ya estaba listo para actuar, pero
el viejo al verse rodeado miro a su pequeño pariente durmiendo en su silla de ruedas,
se calló, y digno,
se retiró. “no vale la pena rogar ante tanto insensible hijo de puta”,
seguramente asintió. Da la orden al grupo, agarran la silla de ruedas que
llevaba al niño que de cansancio se
había dormido y abandonaron esa conocida
clínica San Juan de Dios.
El motivo que me obligó asistir para ver todo eso, no interesaba, ni tampoco el alto costo del estacionamiento.
Lo que no podía soportar era ver a ese niño dormido salir de esa Clínica sin
haber recibido tención alguna.
Mientras me retiraba de ese lugar no podía dejar de preguntarme: ¿Dónde
quedó la solidaridad que prodigaban en la última Teletón por las pantallas de
la televisión, cuando un regordete clérigo con túnica blanca aseguraba
que con los recursos que recaudarían, los niños con mayores necesidades
serian atendidos?
Solo fueron mentira, burdas mentiras, porque de solidaridad y
preocupación por el prójimo, esa mañana no encontramos nada, salvo un
enorme interés por sustraerle la mayor cantidad de dinero al que ingresara a
ese sanatorio.
La honestidad y la solidaridad, escasean en estos tiempos de
inequidades. La ambición por el dinero desprecia todo, inclusive la vida
humana y algunos, con el fin de acumular la mayor cantidad de dinero, no
dudan en recurrir, si es posible, a la misma estafa.
Ya comenzó la
Teletón con todo su show, junto con sus inagotables promesas, y hay gente
que se enriquece - seguramente- y es lo
de menos, pero, mientras tanto, en algún lugar de Quillabamba, hay un joven
discapacitado en silla de ruedas, que ha palpado en carne propia esta cruel
realidad que difiere mucho de lo que te pinta esa caja boba plagada de TV
basura.
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