Fue más perecido a un
“golpe de estado” del tipo aldeano, por la forma cómo lo apartaron del cargo al gobernador
regional Elmer Cáceres Llica, que, dicho sea de paso, fue elegido por el propio
pueblo arequipeño.
Es cierto que su
gestión fue tan mediocre e intrascendente como sus antecesores, y lo más probable
era que finalizaría libre e impune, como otros perniciosos que se sentaron también
en ese sillón de gobernador regional de Arequipa. Pero no fue así.
Llica fue solo un
oportunista que utilizó las ideas del resurgimiento andino para triunfar en esas
Elecciones regionales. Él nunca creyó en esas ideas o lo entendió
mal viéndolo tal vez desde la perspectiva de un “indio aculturizado”. Ahí ya
estaría marcada su caída.
Estas ideas que tendrían que llevar al Perú al desarrollo, Llica, lo escuchó e imitó burdamente,
reduciendo estas doctrinas vanguardistas, a solo usar un atuendo étnico y hablar
algunas palabras en quechua.
No es así Llica,
es que el hábito no hace al monje.
En el Perú de hoy,
vociferar en política el discurso del renacimiento andino es ser vanguardista y pionero, es alejarse de lo común y corriente, de esas recetas que solo han traído
subdesarrollo y estancamiento al país. Y, no choca con la democracia ni el libre
mercado, por si acaso.
Llica, siguió
haciendo lo mismo que hizo Yamila, Vera Ballón o Guillén Benavides. Y como
roedor de laboratorio jugó al gusto de los que permitieron que llegara a gobernar
la segunda región más importante de este país.
Era muy limitado
y lógicamente cándido, por eso, se rodeó de gente mediocre y vulnerable. Estaba
como “borrachito” de poder.
Cuando faltaba
poco para terminar su pésima gestión, siguió cometiendo errores garrafales. En
ese sinuoso camino de la autoflagelación,
viendo que el fujimorismo es la fuerza económica y política más poderosa del país,
apoyó a Keiko, quizás creyendo desesperado que así se libraría de sus futuros problemas judiciales. Hoy vemos que todo esto no le sirvió de nada.
Ese apoyo a la primogénita
del exdictador Alberto Fujimori fue la mayor metida de pata, porque se quedó solo
y a merced de su séquito de adulones, alejándose cegado por la soberbia, del
resto de arequipeños que le habían elegido y además estaban en contra de esa candidata.
Su suerte estaba echada.
Mal cálculo. Porque el resultado fue su expulsión de forma escandalosa del
ruedo político de esta comarca arequipeña. Se hundió solo.
Cae como caen todos
los oportunistas que en estas tierras del tercer mundo creen que la política es
utilizar al pueblo y sus esperanzas, para su beneficio personal.
Cuando estos aprovechados
politicastros levantan estas banderas del resurgimiento andino se convierten en
los mayores destructores de estas iniciativas de renovación política, porque se
dejan manejar al antojo de estos titiriteros que intentan con este tipo de personajes
ridiculizar esta energía milenaria que poco a poco y soterradamente se está
difundiendo dentro de nuestra población lúcida que busca que el Perú, algún día, sea
un país desarrollado.
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