El conflicto en Ucrania, extrañamente, sigue prolongándose
y sus consecuencias, sobre todo económicas, se van sintiendo a nivel global. Esta
coyuntura a pocos países les beneficia pero tristemente a la mayoría que
estamos en la periferia el golpe es más fuerte y lo paradójico es que, una de sus
principales víctimas es Alemania con su estrangulado sector energético que absurdamente
sus tecnócratas y estólidos adictos de seguir hojas de ruta interpuestas se buscaron
el pleito con Rusia quien había sido su principal proveedor de gas barato.
Ahora Putin les ha cerrado el caño y ahora todo Deutschland sufre esa
falta de autonomía de sus políticos.
Una triste imagen que no deberían imitar aquellos países
que suponemos les molesta que los señalen que forman parte de ese grupo de Estados
que Donald Trump “coloquialmente” llamaba "países de mierda" .
América Latina, como era lógico, no podía estar fuera de los
estragos causados por ese conflicto -hasta ahora- focalizado solo en Ucrania. Y, si analizamos el grado de resiliencia de
los países del área, podemos entender que, en el Perú, si bien es cierto,
también estamos sufriendo estos terribles efectos de ese conflicto que nos está
ahorcando, pero, si aún no llegamos a la completa asfixia es gracias a ese
pequeño "hilillo" de respiración que nos está dando el particular dinamismo de
nuestra economía, estamos hablando de ese libre mercado que impera.
Es que, si uno lo ve desde la óptica de esa historia
imparcial y para muchos molesta. Si no fuera por la corrupción imperante en la
clase política y patrocinadas por las poderosas instituciones supranacionales que
mantienen unas hojas de ruta con directrices y sistemas burocráticos, torpes y
lentos que maduran el cochambre y el subdesarrollo, sin estos factores
predeterminados y perniciosos, estamos seguros que está comarca sería como Suiza.
Aquí debemos aclarar que, desde esta perspectiva histórica
e imparcial, la prosperidad de los pueblos producto del comercio y el libre
mercado en nuestra comarca andina siempre ha sido tradicional si no recordemos la
civilización de Caral que prosperó gracias a ese libre comercio. Sin lugar a
dudas ese libertad de comercio que va nacer en Europa occidental en el siglo
XVIII sus ideólogos definitivamente tuvieron que inspirarse en estos pueblos
antiguos.
Pero regresando a la actual cruel realidad, hoy por hoy
la “gallina de los huevos de oro” lo sigue poseyendo el Perú con la vigente constitución
de 1993.
Esta Constitución con sus "pros" y sus "contras", es justamente
su parte económica la que está ayudando en el intento de salir de esta enorme
crisis provocada por las cuarentenas dispuestas que hicieron el mismo daño que hace
una guerra convencional con el incesante bombardeo de la artillería pesada que
obliga a cerrar comercios. Aquí fueron decretos estrictos bajo la restricción de
los derechos fundamentales.
Lo que notamos también es que, afuera, a nadie le
conviene ver al Perú estable y próspero, por eso tienen dentro de nuestras fronteras
a sus lacayos que buscan azuzar la anarquía y la división entre los peruanos,
para así hacer aquellas "reformas" que les traerá grandes réditos manteniendo
nuestro subdesarrollo.
En este momento para los peruanos sería hacernos "harakiri" cambiar la actual Constitución Política de 1993. Si bien es cierto que existen
políticos y un sector de la sociedad peruana que buscan su cambio, creemos que
este sería la mayor torpeza que se podría realizar en estos tiempos porque solo nos llevaría al incremento
de nuestros problemas ya que los que intentan hacerlo, por su mediocridad, no aseguran que el resultado sea beneficioso para el Perú y los peruanos.
Solo falta algunos pequeños ajustes o reformas en
cuestión de recursos naturales y el aspecto laboral, y en otros ámbitos
sociales que respete la diversidad y la descentralización, el resto del texto constitucional
no debería tocarse. Pero esto se tendría que hacer con otros protagonistas porque
en las manos de la actual cerril y semianalfabeta clase política peruviana (derecha, izquierda y centro) llevarían al país entero al abismo.
Aquí se trata de madurar con algo de autoestima. No somos
ni más ni menos que nadie, y bajo esa sana coherencia debemos buscar soluciones
tomando decisiones con cierto grado de autonomía que refleje la madurez de un país
milenario.
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