Mientras en el
frente oriental europeo el resurgimiento del fascismo se consolida como una de las
principales causas del conflicto en Ucrania, aquí, en estas tierras andinas, la
democracia peruana ha sido tomada desde hace varios año por las huestes
neofascistas del fujimorismo y el acciopopulismo que ha ocupado el lugar dejado
por los apristas.
Detrás de ellos están importantes instituciones del país, desde el Tribunal Constitucional hasta
los más gravitantes medios de comunicación de la comarca.
Estos grupos, también
supremacistas y de extrema derecha, están sufriendo una crisis demográfica ya que sus
familias no se multiplican, dicha falencia, los han vuelto más misántropos y violentos
en contra de un sector muy numeroso de peruanos y de toda iniciativa que reclame algo de respeto a la diversidad. Les incomoda el actual Estado de Derecho, la democracia, qporque les impide, hasta cierto punto, concretar sus objetivos políticos y sociales para seguir manteniendo al Perú, por otra generación más, como un país desigual, en
donde, una sola etnia en declive y minoritaria, debe seguir conduciendo las riendas
de un vetusto establishment.
Dentro de su
ideología busca una clara segregación de todo lo que se muestre como
precolombino, desde los monumentos, idiomas, costumbres, rostros y, sobre todo, las
identidades, en este caso los apellidos.
Estas tropas neonazis, porque así posan orgullosos en los diarios haciendo ese conocido saludo fascista. A propósito, en el Perú, esta ideología siempre tuvo muchos seguidores, desde dictadores como Oscar R. Benavides o Manuel A. Odría, este último, llegó a extremos de imitar los atuendos mussolinianos vistiendo con sus coleres los uniformes de los escolares peruanos.
Estos ideales del
fascismo también lo llevaron muy marcado en la frente influyentes personajes
políticos peruanos que se hacían llamar demócratas. Algunos inclusive llegaron a fundar importantes partidos como el PPC con su líder Luis Bedoya Reyes, representando en la comarca a la Democracia
Cristiana alemana que en esas tierras de Goethe eran acusados de dar cobijo a numerosos expartidarios del Nacionalsocialismo teutón.
Otro destacado
seguidor de esta extrema derecha fue el conocido político Fernando Belaunde Terry,
quien dejó el acostumbrado careto hipócrita de sus antecesores para poner en práctica la teoría de esa ideología genocida con los pacíficos
campesinos peruanos, cavándose durante su mandato innumerables fosas comunes para
niños, mujeres y hombres quechua hablantes que su pensamiento supremacista
consideraba inferiores. Una de esas fosas fue la de Putis.
El último famoso fascista
peruano, es el conocido y redundante exdictador Alberto Fujimori que, como un torpe
aprendiz de las SS hitlerianas realizó la conocida matanza de Barrios Altos y como emulando a Josef Mengele, experimentó nuevos “métodos” de reducción
de población con sus esterilizaciones forzadas a mujeres -también- quechua hablantes.
Claro que, detrás
de todos estos caudillos y agrupaciones políticas están números empresarios y parte
del gran capital, acomodando sus intereses a los de estos sanguinarios genocidas
fascistas peruanos.
Hoy estos poderes
fascistoides utilizan a inhumanos ágrafos dispuestos a quemar libros y levantar
cadáveres de niños como trofeos y, desde el Congreso o la tapa de la revista Cosas,
se muestran vigentes y achorados, enmierdando
a cuanto peruano (ministro o ciudadano común)
no sea de su agrado.
Y siguiendo las
costumbres del aprista Jorge del Castillo que ante cámaras se alegraba de no encontrar Mamanis dentro de un gobierno, ahora algunos congresistas han movilizado sus ataques
en contra del ministro Hernán Condori, con diferentes denuncias que más
parecen en la realidad simples excusas de unos mercenarios que aprovechan estos tiempos
democráticos para impedir que ningún peruano de a pie ocupe cargos importantes
en el gobierno o dentro del Estado.
La democracia
peruana y sus instituciones deberían de contar con mecanismo que eviten este
tipo de acciones discriminatorias en contra de estratos de nuestra sociedad
históricamente desfavorecidos, camuflados en denuncias con poca sustancia, urdidas
por grupos e instituciones de claro hedor fascistoide.