¡Soy blanco!
Sacando pecho exclamaba en ese estudio de televisión de escenografía de triplay.
A pesar que muchos conocían su ascendencia negra, nadie se atrevió a contradecirlo, no hubo murmullos ni el mínimo gesto que
pudieran objetar lo dicho. No estaba en
el libreto, pero era el momento de
gritarlo para que se escuche en cada
rincón de esa madriguera que el
“zambito” o ilegible cholito del
pasado hoy estaba enterrado para siempre y qué mejor ponerlo bien claro a todos
sus empleados y televidentes ese día.
Escudándose en
sus imitaciones Jorge Benavides de vez
en cuando elije el escandalo para
facturar y sus víctimas serán siempre los cholos y los negros, y los hijos de
puta sobran para difundir sus bodrios. ¿Es solo esto? O es que a pesar de los
años y las distracciones no ha logrado
disipar aquellos infiernos que surgieron
de niño en ese mercadillo limeño campeones en no fabricar automóviles ni acerías ni de dar artistas lucidos y de buen gusto al
mundo sino en discriminar.
Jorge Benavides
fue torpe en la escuela, como era lógico, así que solo le quedó apostar a lo
que le heredó esa alacridad quimbosa de sus genes africanos, y se presentó,
según cuentan, a Risas y Salsa
apenas terminado la secundaria. Ahí se
encontró con la crema y nata de la comicidad peruana pero también con toda esa
enfermedad que han hecho de este país lo que conocemos.
El “flaquito”
llegó al lugar indicado, Risas y Salsa, el café teatro televisivo. Nido de
navajeros y horteras. Lo miraron de reojo por sobre el hombro, fue el cojudo el
huevón, “el pollito” de las putas. Pero no siempre iba ser así, algún día tenía
que dejar de ser el segundón descendiente de negros y cobraría venganza no
contra los que le patearon y le escupieron en el rostro sino torpe elige ir en
contra de los que padecían junto con él.
Jorge Benavides,
detesta tanto su pasado negro y pobre que lo vomita con sus representaciones
del “negro mama” y la “chola Jacinta”.
Ese odio a los negros es la negación a el mismo y con su inquina a los
cholos continua la tradición de la Lima colonial que dio la espalda a los Andes
abrazando en su lugar el arenal y lo africano, el origen de todos los males de
esta milenaria nación.
En ese aniego de
prejuicios se maceró Jorge Benavides, los insultos en su niñez y adolescencia
le hizo crear un solo objetivo de vida: blanquear a su prole para que ellos no
sufrieran lo que él pasó, y claro, con esa mente enferma de humillaciones y
auto flagelo le hicieron cavilar la forma de tomar venganza, esa sería insultar
a los que consideraría inferiores, así, sus víctimas serían el negro y el
indio.
A peruanos como
Jorge Benavides los llaman “racistas”, ¿Racistas?, si son solo patéticas
deformaciones hasta las orejas de ignorancia que pudren de prejuicios nuestra
sociedad diversa y plural. Y no estoy hablando de mil o de cien mil, estoy
hablando de millones. Soy honesto, porque no candidateo a nada. Estos seres me repugnan, porque sé, que, a
través de la historia, por su cobardía, siempre han sido el cáncer y el pus
dentro de cualquier pueblo, enfermos terminales, resignados y abandonados a su
propia suerte. Encima analfabetos que se empecinan en ese círculo vicioso de
subdesarrollo. Condenados por ellos
mismos a vivir entre ridiculeces de color de piel y apellidos, que siempre les impedirá
estar preparados para formar parte de una sociedad moderna e industrial, pero
eso sí, reúnen todos los requisitos para ser los sucios personajes de una
ridícula y lúgubre película rural mejicana.
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