Está
claro entonces, algo positivo tenía que salir con la polémica desatada por la
carta de AMLO exigiendo un justo perdón a los herederos de los que hace 500
años mataron a 60 millones de seres humanos.
Y
quién mejor para darnos luces sobre este problema que las palabras de uno de
los españoles actualmente de mayor solvencia y seriedad intelectual, Arturo Pérez
Reverte, que a raíz de esa misiva, el
escritor respondió, textualmente: “Que se disculpe él, que tiene apellidos
españoles y vive allí. Si este individuo se cree de verdad lo que dice, es un
imbécil. Si no se lo cree, es un sinvergüenza.”
Si
interpretamos las palabras del autor de la serie “El capitán Alatriste”, tiene justa
razón.
¿Cómo
en estos temas puedes criticar a España o defender a tus nativos americanos, cuando
llevas un apellido español?
Y
es cierto, no puedes estar en desacuerdo, completamente, con esa carnicería, si
sigues llevando esos apellidos de origen español.
Muchos
de los que criticaron a AMLO en México y Perú, tenían apellidos de origen
español lo cual les hacían identificarse más con los conquistadores españoles
que con los indígenas y a pesar que muchos de ellos tienen dentro de su ADN un gran contenido amerindio. Lo
que debería ser la indignación de un continente se reduce a pocos porque pocos
han desarrollado una identidad coherente con el suelo que pisan y en donde –dicho
sea de paso- han nacido.
Esos
apellidos de origen hispano son un lastre cuando se quiere formar una nación en
México como en el Perú. Esos apellidos hispanos manteniéndolos como signo de identificación
en los Andes y dentro de la población mestiza, nativa o andina, es como seguir manteniendo esas antiguas cadenas
o esas marcas en la piel que le hacían a sus antepasados los indios, hechas con el hierro fundido del
español.
A
través de la historia de Latinoamérica y, del Perú sobre todo, esas iniciativas
que han intentado crear una identidad nacional o poner la primera piedra para nuestro
desarrollo soberano han tenido grandes probabilidades de caer en un completo
fracaso cuando él que lo hacía llevaba ese apellido español, o han existido los
aculturizados, como Humala, que a pesar
de tener apellidos aborígenes detestan cualquier vínculo con sus ancestros y su
cultura y se han comportado como verdaderos lacayos.
Un tártaro con apellido ruso, el negro con apellido inglés o francés, el kurdo con
apellido turco y el quechua con apellido español, siempre serán serán seres humano débiles y proclives de traicionar a su verdadera nación. En el Perú el 75 % de la
población debería tener un apellido de origen quechua como hace más de 100
años, pero esto no ocurre por una campaña sistemática que obliga a nuestros compatriotas a cambiarse el apellido a uno occidental (español mayormente), asiático y hasta se ha visto el caso de ponerse uno hindú. Pero
no hay mal que dure cien años (o quizás doscientos), de eso estamos seguros.
La
pena, el desequilibrio, el estrés o como le llames, como peste endémica han
cubierto al Perú, y el dinero como ansiolítico no lo está calmando. Esta pandemia ataca más a
los aculturizados, a los débiles, a los que no pueden fortalecer su autoestima
asumiendo su verdadera identidad étnica, son enormes grupos de indefensas crías
que están por todos lados. Y son a los que el occidental mira por sobre el
hombro y los consideran unos “imbéciles” porque esto a pesar de estar tan claro, se
niegan a aceptarlo.
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