domingo, 12 de mayo de 2019

Casta agusanada


Las mismas familias, los mismos círculos sociales, los mismos nombres se suceden uno tras otro cuando se trata de identificar quiénes dominan las distintas tientas políticas o quiénes  se reparten los escaños del Congreso, de la alcaldía de la ciudad más importante, o hacen de opositores y también  de gobiernistas.
Pareciera que en estas familias “aristocráticas” eligen dentro de sus vástagos aquellos que cuentan con ciertas personalidades y habilidades para “infiltrarlos” dentro de las distintas hordas mercenarias que aquí están inscritas  como agrupaciones políticas, para asumir en ellas la férrea defensa de sus privilegios en esta especie de huerta postergada.
Si Pablito tiene personalidad bonachona y tolerante con la empleada y las mascotas, seguramente, lo harán ingresar a alguna agrupación de izquierda como “topos” que vociferarán ese libreto progresista y social con ese limitado estribillo digitado que se resume a que el homosexual pueda casarse o no, pero su principal lucha será siempre  jugar  “bajo la mesa” el mantenimiento de toda esta inequidad y sistemas de castas que se sigue manteniendo en el Perú.
Si uno de los hijos es muy religioso, algo degeneradito, racista y ruin,  seguro que el padre lo empadronará en alguna cofradía fujimorista, de Acción Popular, PPC, o quizás en una tribu independiente de color morado.
Este tipo de pendeja repartija no tendría nada de malo, si es que estos grupos no serían tan torpes o miserables.
Es que el problema está en que este estrato social que domina el Perú desde el inicio de la república, está degradado, está corrompido hasta el tuétano, y ya son tantas las generaciones que viven de esta forma que cualquier eugenesia sobre ellos es por ahora  imposible, por eso es muy difícil que cambien toda esta podredumbre que dicho sea de paso difunden gracias a sus influencias a la hora de gobernar esta comarca.
Los Belaunde, los Diez Canseco, los Villarán, los Terry, los Gonzales Posada, Los Lets, etc. en decir, la lista es larga y sobre todo lúgubre.
La última de este oscuro linaje ha sido Susana Villarán, miembro de una de estas familias que describíamos y que los sociólogos e historiadores peruanos han escrito libros enteros que ahora están empolvados.
La izquierda está plagada de ellos y,  ni qué decir, la derecha y también los de centro. Es que estas dinastías están podridas de racismo y una anómala autoestima inflada por una supuesta superioridad, sin ningún sentimiento de pertenencia con este suelo milenario, crían felones y vende patrias, y son “barateros” con su propia tierra, claro está, hay contadas excepciones, que al final solo queda en eufemismos.
Son un riesgo para este país que quiere desarrollar.
Y el drama se agudiza cuando vemos que las clases medias los miran como ejemplos y los imitan, deseando estar junto a ellos y hasta quieren llevar sus apellidos, ir a sus mismos clubes,  arrastrando así a un enorme sector de nuestra sociedad.
Y el pueblo si se mantiene alejado y se instruye solo, seguro que se salvará de toda esta degradación.
No veo que con estas élites el país pueda desarrollar, a menos que yo esté hasta las orejas de alcohol, el futuro seguirá como ahora y como lo ha estado el siglo pasado.
Y todo esto es redundante porque  ya lo dijo a finales del siglo XIX  Gonzales  Prada.
Estos grupos están fermentados  en vicios muy alejados de la disciplina, eficiencia, cohesión, creatividad y autoestima inca y quechua.
Falta una completa renovación en la forma de pensamiento de toda esa élite que domina  la clase política peruana,  y esto no lo van a encontrar en un diplomado  en el extranjero, sino en la lectura de nuestra propia historia; mientras no ocurra esto, seguirá toda esta tragicomedia.
Estamos hablando de rescatar esos valores milenarios dentro de cada una de nuestras familias peruanas. Un pensamiento de solidaridad, de respeto al bien común, a la norma y al estado;  y un firme  desprecio a la corrupción que lleva a la degradación humana y a la extinción  de las sociedades.

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