Dos personas con cierto acento cusqueño mascullaban cerca. Era mi oportunidad para averiguar con qué frecuencia caía nieve en el ombligo del mundo, así que me acerqué hacia ellos y les hice esa pregunta. Pero, debí suponerlo, porque olvidé que estas poblaciones producto del maltrato y el prejuicio capitalino los han llenado de tales complejos y vulnerabilidades que se les empeora con la ignorancia; lo ocultan muy bien, hasta que afloran espontáneamente cuando un incauto les hace esta simple e inocente pregunta, porque se erizaron tanto, como si les hubiera mentado la madre.
No hay que ser un experto
peruanólogo para saber que ridículos complejos se esconden detrás de la
reacción que tuvieron aquellos cusqueños, porque son los
mismos síntomas que encuentro también en muchos peruanos.
La nieve, hermosa
e inolvidable experiencia cuando cae alrededor,
envuelta en una álgida brisa, y sobre todo cuando sus
copos se diluyen en la palma de tu mano. Deseada por tantas
ciudades en el mundo tal vez porque les da cierta categoría,
pero increíblemente aquí en el Perú es vista con tal desprecio como el
que tiene esta decadente cultura criolla sobre el indio y los andes.
Hace algunos
meses la televisión limeña se encontraba asombrada
comentando sobre los estragos dejados por el friaje en esos
inhóspitos páramos andinos. La repulsa en el rostro de Mónica Delta
no era por ver la desgracia de los campesinos padeciendo esas
gélidas temperaturas, sino que sus gestos de aversión se debían
principalmente al ver la nieve “estropeando” todo el paisaje.
Esa nevada que los
habitantes de Sao Paulo, Madrid o Buenos Aires tanto la desean, los
limeños la desprecian, porque su mentalidad mórbida lo
relaciona con su abominable sierra. Esa nieve para estos
acomplejados es sinónimo de serrano, de indígena.
La nieve como
consecuencia de los climas fríos, a través de la historia, casi siempre, ha
estado relacionada con pueblos fuertes, laboriosos, disciplinados y también
austeros, que en su afán de sobrellevar las gélidas
temperaturas forjaron con el tiempo, el esfuerzo y la
previsión prosperas ciudades y naciones. Así nacieron Nueva
york, Washington, Londres, Moscú, Beijing, Berlín o Tokio y hasta
el mismo Cuzco.
Aquellas ciudades
que no la tienen habitualmente, la desean enormemente, porque en el fondo saben
lo que ella representa. Tanto es su anhelo por poseerla que
se vuelven imborrables en su memoria aquel día, aquel mes
o el año que hubo la última nevisca, así esta
haya ocurrido hace varias décadas.
Pero, tristemente,
en el Perú, la nieve tiene otro significado, gracias a esa visión
enfermiza de una Lima ignorante y prejuiciosa, porque para ellos la
nieve es fea porque simplemente es serrana, y esas
patologías lo han diseminado por el resto del país recrudeciéndose
en la actitud que tuvieron esos cusqueños cuando les hice aquella
simple pregunta.
Como envidio a Nueva
York, Berlín o al mismo Cuzco cuando las veo cubiertas
de nieve. Antiguamente los peruanos convivíamos con la nieve
cuando en mayoría habitábamos la región andina. Los Incas y Pachacutec
realizaron sus conquistas con la nieve alrededor, al igual que
Napoleón, Genkis Kan, Von Brauchitsch o ZhúKov.
Hoy, que distinto
seríamos, si al menos un instante experimentaríamos la sensación de
ver caer la nieve. Que distintos valores, fortaleza y autoestima
hubiésemos adquirido. Seguro que no estaríamos soportando esa
cultura desértica y asfixiante, decadente,
desordenada, sucia y tercermundista.
Hoy he decidido, alquilarme una casita por la localidad de
Imata a dos horas de aquí en la frontera entre Arequipa y Puno y
pasar la navidad en un clima frio y, con suerte,
rodeado de nieve.