Después de la tormenta siempre viene la
calma, al final del túnel siempre se encuentra la luz. Pareciera trillado este estribillo
pero es una completa realidad al ver lo que está sucediendo hoy en España que se
debate en la peor crisis de los últimos tiempos. Y cuando esto sucede, las fuerzas vivas del país se preguntan sobre las causas que originaron el problema, y
dentro de esta búsqueda, surge una autocrítica por lo hecho, intentando de algún modo, arreglar lo malo y mantener lo bueno.
La prensa televisiva peruana, siempre zonza
y poco creativa, dentro de esa falencia meníngea, logra algunos aciertos como retransmitir determinado programa extranjero. Uno
de ellos, justamente, desarrollaba el
tema de la cumbre iberoamericana. En esa charla, una lúcida
panelista española, después de opacar
a
un medroso rioplatense y a un mexicano novicio, supo finalizar la tertulia afirmando que el
alma republicana estaba renaciendo por estas
épocas en la península ibérica. La informada mujer, recordaba que la causa del vencido al final siempre es la más justa, y por fin, los españoles se habían dado cuenta de ello.
Esta crisis económica va de la mano con
la institucional y según parece indicar
para el rey Juan Carlos I, será su última
cumbre iberoamericana. Después de leer
su biografía, qué mejor enterrador para
un régimen que a través de la
historia siempre ha buscado el
estancamiento de España ayudados por sus apostolados cómplices. El periodo franquista finalizará con
él, y después nacerá una nueva España, una que se haya desecho de lo formado en las entrañas de la dictadura fascista. Esto, sería, -si
es que, otra vez, el destino no juega en
su contra-, el nacimiento de la Tercera República
Española. Porque, no hay familia peninsular
que no recuerde algún venerable republicano o falangista, y como esta panelista decía, siempre hay un
abuelo al que se quiere más y es que el
alma de la Segunda República todavía sigue presente
hoy en día. Y que mejor manera de recordarlo que trasladarnos a esas
cándidas e ilusorias épocas de comienzo del siglo XIX, eligiendo como cede de
esa cumbre iberoamericana el lugar en donde hace dos siglos se comenzaba a
sellar el fin de un régimen y toda una
época.
Muchas veces en su historia los propios
españoles han minado el camino al desarrollo,
como ocurrió con la constitución de 1812. Aquella Carta Magna que iba
con la época, hubiera colocado a España por la senda del modernismo. Cuánta
sangre no se hubiera derramado en el
futuro si esa constitución hubiera
sobrevivido, cuantas décadas no se hubieran perdido. Que sería de España ahora.
Pero ese triunfo no ocurrió, porque una
de las monarquías más torpes de Europa, fue como en otras ocasiones la que desechó esa oportunidad. Esa realeza, hoy parece vivir un capítulo más de la crónica del comienzo de una muerte anunciada hace ya dos siglos.
Esperamos, que la lucidez de la mayoría, logre concluir este reto histórico de acabar con una de sus más
terribles taras, un mal que solo ha traído un conservadurismo anacrónico y esa permanente
frustración que nace de la derrota constante y esa decadencia originada por la miseria que a intervalos se han sucedido a través de la historia de ese régimen.
Al
final, los propios españoles serán los
que determinarán si continúan con una monarquía obsoleta y obstinada en
desaparecer o se decidirán por la auténtica
renovación que la historia desde hace doscientos
años les está obligando realizar.
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