El Perú amaneció
algo más limpio y la democracia no tiene
por qué mancharse por algunos monigotes ambiciosos
y firmantes de contratos lesivos para la población.
Esta época
democrática con sus altas y bajas es el mejor momento que está viviendo muestro
país en su historia republicana. El
respeto a la libertad de expresión y los derechos individuales que propugnaba Thomas Jefferson se percibe y
la población y sus élites acostumbradas por generaciones a vivir en un entorno
arbitrario poco a poco lo van entendiendo. La civilización parece que se va seguir
manteniendo.
Uno de los
graves escollos que tenemos los peruanos para consolidar este estado de derecho,
son los personajes que han venido
asumiendo el cargo de presidente. Han
sido una patética seguidilla de bustos, privados de un liderazgo positivo, incapacitados
para construir instituciones sólidas que
colaboren con el progreso de esta
comarca. Es sabido que “la ropa apolillada y tendida” de un país en vías de desarrollo siempre
ha sido la fragilidad de sus instituciones democráticas que muchas veces terminan
completamente agujereadas por los
intereses y negociados de esos jerarcas fácticos. En esa
coladera pasa de todo y el espectro político
lo reducen a un mediocre teatro de marionetas,
torpes muñecos de trapo que dejan ver las
manos del titiritero. Todo se conjuga para este espectáculo, como lo decía en
los noventa Jaime Bayly: “aquí
con un buen guión elegirían hasta al
propio Pato Donald”.
Toledo en sus
épocas doradas recibió una patada en la
coxis cuando quiso privatizar los servicios de agua y luz de la ciudad de
Arequipa, y se le fue encima esta tierra de pequeños propietarios, opuestos a unos inversores acostumbrados a tranzar
con funcionarios públicos corruptos para
no pagar impuestos y brindar un mal servicio gracias a una privatización de empresas públicas mucho menos
justa que la que hubo en Chequia o Croacia después de la caída del bloque
socialista.
Alan García cuando
lamía la mano de Cipriani no parecía un acolito pasado en años sino más bien su
exagerada sumisión lo hacía ver más como
un politiquero humillado y sin dignidad.
De Humala ya
no hay nada más que decir, solo queda el
recuerdo de las palabras de aquel fraile franciscano cuando frente a todas esas madres en su día, les recordaba en
su sermón y de paso advertía a los varones que, vivir con
una mujer maléfica, era como estar en una cueva encerrado con leones y serpientes venosas. “Y está escrito en la Biblia”, finalizaba.
A pesar que
la dictadura de Alberto Fujimori nos condenó al monopolio ineficiente de Telefónica, para Ollanta Humala 18 años no fueron suficientes, así que, le renovó el contrato por otros 18 años más a la misma trasnacional española y, paradójicamente, un juez
también le dio 18, pero 18 meses de prisión preventiva.
Ollanta, ni bien dejó su gobierno, el primer país que visitó como ex presidente
fue justamente España, siendo recibido con grandes pompas. Y cómo no va ser, si en plena
época de vacas flacas les regaló el contrato
del siglo para la joya de la corona, Telefónica. Sonrientes la pareja
presidencial ingresaron a sus respectivos reclusorios. Para cualquier anónimo esto sería preludio del mismo
infierno, pero no para este “dúo dinámico”.
Es que esos gestos no fueron fingidos. Ellos lo saben. Unos cuántos
meses encerrados es el costo de ser judas. Y luego saldrán libres y nadie, esta
vez, les podrá impedir disfrutar de su botín. Es que en
esta realidad de ciegos, siempre el tuerto gana.
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