Mañana
se juega la final del mundial de futbol
Rusia 2018 y hay dos hechos que confirman lo que escribimos. Muchas veces parecerá
que predicamos en el desierto, pero a pesar de ello, los elementos estudiados
nos dan importantes muestras para remachar nuestras hipótesis.
Primero
este mundial nos ha confirmado que esa Rusia post disolución de la URSS forma parte
del pasado. Hoy el gigante eslavo tiene sus objetivos claros y año tras año se
nota su progreso y sobre todo la mejora del bienestar de su población a pesar de las sanciones internacionales y la
obligada carrera armamentística que están viviendo las potencias. Y dentro de
esos avances encontramos la autoestima de su gente. Alegres, tolerantes y con
mejores atuendos y rostros, los rusos quieren a su país y se sienten
pertenecientes a una nación real y palpable.
La
segunda premisa está en que esos once jugadores que salen al gramado, sin lugar
a dudas, representan el estado psicológico, emocional y moral de sus respectivos
países, no están desligados porque no son ajenos a la sociedad en el que viven
y del tipo de gobiernos que los dirigen ni tampoco de sus elites que los
organizan.
A
pesar que el territorio de Croacia es más pequeño que la región Arequipa, y que
de sus cuatro millones de habitantes han logrado extraer once jugadores que los
han llevado a disputar la final con
Francia. En cambio aquí con 31 millones de habitantes no se ha podido hacer lo
mismo.
En
Zagreb tienen el mismo interés por el futbol, que en Lima, claro que, con sus típicas frialdades, pero,
en ambos países, tanto en Croacia como en Perú, el futbol es el deporte rey. Pero,
allá el croata y los que manejan su
estado se siente croatas no italianos ni turcos ni austriacos ni alemanes, a pesar,
de que esos imperios en su momento invadieron su territorio.
Hablan
el idioma croata y no el alemán ni el italiano ni el serbio a pesar que esas
potencias intentaron obligarles a hablar esos idiomas extranjeros socavando a su
habla nacional.
Aquí
en el Perú el idioma quechua nuestro idioma nacional, esta proscrito por las élites formadas en el Markham
y en las Casuarinas y el Regatas y otros centros formativos que destruyen
diariamente el sentido de pertenencia de los futuros ciudadanos que tarde o
temprano tendrán “algo” de influencia política o económica. Nunca desarrollarán
ese sentido de pertenencia producto de la identidad personal directamente
relacionada con esa identidad nacional. Estarán desligados de esos
conocimientos y valores nacionales y por ello estarán en desventaja si los
comparamos con otras élites extranjeras, porque carecerán de esa fortaleza y
lucidez que te da el sentirte parte de
un grupo numeroso y no de uno pequeño al que nadie sigue ni cree.
Si
así está la elite en el Perú peor está su pueblo. Ese penal de Cueva frente a Dinamarca lo
describe todo. Y es la misma vulnerabilidad que también sufrió en 1988 esa selección
de vóley en las olimpiadas de Seúl cuando se enfrentó al equipo de la URSS. Tenían
dos set ganados, solo les faltaba el tercero y lo perdieron ese y los dos siguientes, lo cual les costó el partido y la medalla de oro.
Es
la eterna paramnesia peruana.
Cueva,
una vez que provocó la falta, seguro, levanta el balón y lo lleva entre los
brazos para colocarlo en el punto de
penal. Hasta ahí llega su seguridad, porque mientras se va alejando de la pelota
para “tomar vuelo”, la distancia se hace más grande entre él, el esférico y el
arco; esas décimas de segundo hacen su efecto porque su subconsciente lo
traiciona, es su mayor enemigo, de un momento
a otro no cree en sus posibilidades ni en sus capacidades, lo irracional lo
inunda, de pronto se siente endeble.
Era
un cholo sin identidad, porque sentirse cholo es una identidad falaz, porque
asumirse cholo es limitarse a ser y aceptar adjetivos, terminología y un juego
impuesto por medios residuales. Distinto hubiera sido sentirse quechua, porque Cueva
lo es, pero no lo sabe o no lo entiende o todo esto lo ve con prejuicios, como
esos millones de peruanos que hoy están buscando la respuesta del porqué de la
corrupción, el caos, las torpezas y esas derrotas que siempre nos han acompañado
en nuestra historia.
Cueva
lleva un apellido español que no lo representa que no es de su nación y
desde ahí este muchacho y su país carecen de una identidad clara, desde ahí ambos
están ya disminuidos. En cambio esos croatas identificados con sus propios
apellidos nacionales Modrić y Mandžukić
se sienten unidos y fuertes.
Las
élites peruanas deben dar la libertad de que la mayoría de peruanos adquieran
su verdadera identidad y lo puedan ejercer
porque esto fortalecerá al estado y la nación peruana.
En
el futbol la técnica y la fuerza siempre estarán presentes en esos equipos
protagonistas, junto al aspecto emocional, la autoestima y sobre todo esa autoestima
colectiva y de esa no solamente carecen históricamente los equipos deportivos
peruanos si no también el país entero.
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