Por estos días nublados y lluviosos, las pantallas me muestran a ambas
partes, tanto chilenos como peruanos (creo que más en estos últimos) aguardando
ansiosos el fallo de la Corte Internacional
de la Haya, claro que, los medios
capitalinos, particularmente los canales de televisión, conocidos por su mercenario amarillismo,
le han dado cierto colorido de carnaval
y le han puesto un sabor a final de
partido de futbol, como si fueran los
últimos minutos de un emocionante clásico del pacífico.
Veo también en el diario, aquella postal en donde se muestran sonrientes esos conocidos rostros que el rotativo titulaba “los líderes políticos”. Los observo detenidamente
y no puedo engañarme, desde aquel longevo y apañador pepecista que no confiaría
ni a mi hijo hasta aquel mercader que se ha enriquecido ofertando una esmirriada
educación universitaria. Sus gestos distan
mucho del semblante honesto de sacrifico
y patriotismo que lo demostraron entregando sus vidas por ver a su
país libre e independiente del amenazante agresor en el morro de Arica, esos jóvenes universitarios
que terminaron sus días en aquel reducto miraflorino (no precisamente del preferido
boîte del líder chacano) y aquellas vidas de esos quechua hablantes inmolados en Marcavalle y Concepción la mayor victoria psicológica peruana de la Guerra
del Pacífico que los historiadores racistas siempre intentan ocultar.
Es que el mundo ha cambiado
tanto desde aquellos decimonónicos años que
los movimientos que hacen las potencias en este, su tablero de ajedrez, y el cual todos
habitamos, han hecho que todo lo que ocurre dentro de él, se vuelva tan predecible y hasta aburrido.
No hay diferendo surgido entre
dos países en los que no estén presentes
también los intereses de estos señores de la guerra o la paz.
Chile y Perú, junto con
Colombia y México son los más cercanos aliados
de los Estados Unidos, y son también –porque no decirlo- los mejores
salvaguardas de su histórico patio trasero, y por lo que vemos también -y es lo más
gravitante- que el Departamento de Estado norteamericano no tiene el menor interés
para que su área de influencia se desestabilice porque algunos de sus integrantes de la denominada Alianza
del Pacífico quieran ingresar a un
periodo de discrepancias y recelos.
Así que este 27 de enero, después de tanta incertidumbre creada por los medios, al día siguiente de todo esto, no
ocurrirá nada especial, solo, lo que ya
está predispuesto en dos países que
siguen al ritmo de lo que diga la mayor potencia del planeta. Y creo que no hay
nada de malo en pensarlo.
Lo realmente incierto de toda
esta murga es saber, si este 27 de enero
despertare con resaca producto de haber
festejado el día anterior un año más de mi impertinente onomástico.
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