En estas poblaciones,
según PPK, de simpáticos chuchos, es común encontrar a verdaderos salvajes dirigiendo municipios y regiones. A muchos de ellos, el término:
abyectos, los describe perfectamente, porque actúan -sin exagerar- como las más despreciables
sanguijuelas.
Algo debe
estar andando mal en este proceso de descentralización porque desde que se creó el cargo de Presidente
Regional ahora llamado “gobernador”, no ha
significado un “gran” aporte para el desarrollo local sino que más bien ha contribuido
para que muchos de estos funcionarios terminen
en la lista de los más ricos de la comarca o los primeros en hacer de sus instituciones verdaderas organizaciones de criminales como fue el caso de La centralita. En Arequipa, la prensa
local los ha denunciado hasta la saciedad mostrándolos como una plaga
depredadora que han saqueado los recursos de la región aplicando el mismo Modus
operandi de la pasada década fujimorista, aunque, no creo que lleguemos a tener
gobernadores regionales como aquella mejicana, analfabeta y fanática
religiosa que al no poder saciar sus frívolos
caprichos con la típica corrupción y torpeza tercermundista solo llegaba al
clímax cuando mandaba a desaparecer estudiantes con la ayuda de sus pozoleros.
Quién
diría que esa lozana imagen que adornaba hasta hace unos años la postal del círculo
más íntimo de Juan Manuel Guillén Benavides seria con el tiempo elegida
gobernadora de la Región Arequipa. Como era de esperarse hasta la fecha no le
observamos ninguna virtud, solo en aquella entrevista que concedió a ese diario,
hizo notar una exagerada devoción por los santos y las iglesias, insinuando que no hay domingo que no acompañe al delicioso plato
de adobo su respectivo evangelio. Acaso, ahí estará la razón por la que prefiere
derrochar millones de soles en la
construcción de un templo en medio del desierto mientras el Hospital Goyeneche
se cae a pedazos y en el otro nosocomio de nombre Honorio
Delgado ingresa una mujer embarazada sana
y
termina contagiada de mortales infecciones o como lo ocurrido hace unos días cuando el
cuerpecito de un bebé (nacido muerto –según ellos-) terminó destrozado dentro
de una de sus lavanderías. Es que para estos tiempos debido a los continuos escándalos
de los presbíteros no es una buena carta de presentación declarar que uno es un
exagerado creyente.
Como muchos
otros que en la historia han coincidido el fanatismo con la inoperancia, la
actual gestión de Yamila Osorio pasará al recuerdo de Arequipa no por sus frívolos viajes mientras la Región se
encuentra en escombros, sino, porque constantemente
viene negando a miles de adultos mayores su derecho a tener una vejez digna.
Mientras posa
para las cámaras con un par de suertudos ex funcionarios retirados de alguna
institución pública ligada a la región, miles de docentes jubilados cansados y con la
boca seca, esperan que la fiel devota de
las iglesias y los santos facilite la
autorización para el pago de su deuda social. Ellos perseveran, sin saber que en una sombría y púrpura oficina en ese
edificio de estilo soviético una “María Magdalena” en un frío cuadro
estadístico marcará el número de abuelos fallecidos, y porque aún
quedan muchos vivos maldecirá y puteará a los cuatro rincones. Y al día siguiente dará las instrucciones a la
ajada secretaria que indique a los “molestosos” que “solo se pagará” a los que acepten perder parte de su
dinero, solo así -recalca-, se les podrá –quizás- considerar en la lista del mes siguiente.
Un virtual puntapié al abuelo y sus esperanzas de creer que esta vez iba ser distinto, que esta vez sí podría disfrutar
después de haber laborado toda su vida recibiendo un sueldo miserable.
Yamila Osorio,
después de salir de la homilía, -a lo
mejor-, creyéndose la estrella de telenovelas que siempre soñó, alzará vuelo en una de sus travesías por el mundo. Los
flashes y la prensa como molestosos paparazis pasarán al olvido porque dicen
que Río, Madrid o Toronto siempre serán buenos ansiolíticos, entretanto, un anciano menos habrá en esta ciudad de “serranos”
que a lo mejor desde niña en su costeña Camaná le enseñaron a discriminar. Un
abuelo más se habrá ido, un abuelo que hasta hace unos días con el caminar pausado
y sus manos extendidas rogaba solo un
derecho que le correspondía, una dadiva de humanidad, solidaridad y sobre todo
respeto que por lo que vemos nunca se encontrará en aquellas personas acostumbradas
a las continuas plegarias y liturgias.
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