Los cobardes y crueles de todas las latitudes se parecen mucho. En Argentina, por ejemplo, cuando se les antoja, protestan en contra de su justicia cuando esta quiere mandar a la jaula a Videla o Galtieri. En Chile, estos, después de salir sudorosos de la eucaristía y luego de despedirse de sus amigos en ese influyente círculo religioso, en su momento, se dieron el tiempo de reclamar indignados, cuando los ingleses retuvieron por algunas horas en Londres a Pinochet, por haber, desaparecido algún ciudadano británico en su pasada dictadura.
Hoy, en nuestro país, que en estos veinte
años se ha ido formando como
un espécimen amorfo hecho con los desperdicios rescatados de los servicios higiénicos de Wall
Street y los desechos del insignificante capitalismo que viene desde el Manzanares y el
Mapocho. Estos desalmados seres de vez en cuando salen a la palestra amenazando
con romperle la cara a cualquiera que ose oponerse a sus
ideas, casi siempre, autoritarias y represivas, porque, desde su abyecta
genealogía lo acostumbraron
a ello. Estos medrosos en el fondo son seres
aquejados por los peores males originados por sus patéticos trastornos que por las noches les hacen sufrir la terrible pesadilla
de amanecer algún día maricón.
En esta tierra de caínes y navajeros y
cerriles de todo tipo, los
más abyectos y violentos
son fácil de identificar porque casi
siempre poseen los mismos
distintivos. En su gran mayoría son fervientes católicos y admiradores de
aquellos personajes que gustan de patear el culo al más
indefenso. De estos, los más peligrosos son aquellos que detentan algún cargo
importante o influyente, cuando esto sucede, riegan a la sociedad impunemente con una
lluvia de inequidades, injusticias,
abusos e intolerancia, prejuicios y estereotipos. Uno de esos especímenes lo
encontramos aquel día jadeante y trastornado esperando las preguntas incomodas
del entrevistador.
Aquella mañana, estaba Phillip Butters
sentado en ese programa de televisión. La primera impresión que nos dio fue su aspecto que exageradamente distaba
del nombre británico que dieron en su
presentación, ambos estaban
tan alejados étnicamente como
los nuevos apellidos que encontraron los esclavos negros recién desembarcados en América o como esos millones de
peruanos, aculturizados y con
rostros oscos, llevan estólidos aquellos motes como de Del Castillo o García, cuando en la realidad, más les correspondería un auténtico
Mamani o un Quispe.
Phillip Butters demostró en esos minutos
lo que esconden estas personas. Transpirado y nervioso, a la primera sensación de amenaza, no
agudizaba sus sentidos con mejores argumentos, sino, le recordaba al que tenía en frente, su metro ochenta y que con solo una
pecheada de su robusto cuerpo podía partirle el alma a cualquier hijo de puta que se
atreviera a discutirle. Esa violencia
al hablar solo es el muro aparentemente infranqueable para que los hostiles de
siempre no vulneren sus entrañas temerosas,
delicadas y rodeadas de
femineidad.
Se alinea con lo más conservador, por
eso, la malévola imagen de
Cipriani hace de sumo
pontífice en su cosmovisión violenta y tirana. Lleno de contradicciones se
tambalea de la mano con Haya de la Torre y su vecindad alanista y acaricia las axilas del
fujimorismo excusándolo torpemente
de sus excesos
antidemocráticos.
Un típico personaje más de nuestra
abyecta sociedad, criado en las mejores familias limeñas, juntos con los
blandinis y los huevermeyers, todos
cobardes por antonomasia que se orinan ante el chileno o el extranjero, pero,
eso sí, los mejores cuando se trata de humillar a la empleada o al jardinero, sumidos eternamente en ese
océano de miedos desde cuando niños
un salvaje a golpe de puteadas les fue moldeando.