Después de un gratificante coctel de San Pedro, emprendo un viaje odre y chiflado que me lleva directo a un mundo irreal, en donde, todo se vuelve de
cabeza. En esos desvaríos, veo que
miles de mejicanos empiezan
a reunirse en las principales avenidas y plazas del Distrito Federal, no para
ver el concierto gratuito de alguno de estos conocidos cantantes de Televisa, si no, que, aparentemente, a toda esa gente se les entró la locura de protestar –digamos - porque estaban
cansados de formar parte de esos más de 51 millones de pobres.
Miles de indignados - pero del
otro bando-, como si se inculparan con esa expresión natural la conciencia de algún ficticio y bicentenario estado fallido, comienzan a colmar de pronto las principales calles y avenidas de
la capital mejicana. Un mar humano por
oleadas van lentamente inundando el Paseo
de la Reforma, el zócalo y la plaza Tlatelolco, exigiendo el cambio de la política
económica y la inmediata renuncia
del presidente Peña Nieto.
Con el correr de los días, lo que fue en un principio unos cuantos gatos, gracias a la convocatoria de unas redes sociales manipuladas desde Moscú,
las protestas se van a multiplicar a tal punto que al finalizar la semana llegan
a ser mas de tres millones.
Cansados de ver que sus reclamos son
desoídos, la gente se descontrola,
volviéndose cada vez más violentos, dejando regados en el camino cientos de autos quemados. Tras
la dura represión se ven obligados a parapetarse en
improvisadas barricadas hechas con los escombros de ladrillos y el asfalto destrozado.
El centro de la ciudad de México cae bajo el
reinado de la anarquía y el caos.
Esta descomunal protesta también va ser imitado en otras ciudades; así, como hongos, van eclosionando por todo el
territorio mejicano, Guadalajara y Monterey
sucumben también en el desconcierto y la
violencia.
Después de casi un mes de
protestas, para el gobierno de Peña Nieto,
la situación se vuelve insostenible. Presionado por la masa descontrolada,
y los miles de muertos producto de la dura
represión, se ve forzado a dejar el cargo y a abandonar el país. En esos
dramáticos momentos como era de
esperarse van asomando como oportunistas
aquellos grupos opositores al
gobierno para sacar ventaja de todo
este mogollón.
Así es como el frívolo ex mandatario,
sube a un avión que lo lleva
directamente a San Antonio-Texas, en
donde, apenas desembarcado da una conferencia de prensa afirmando que ha
sido víctima de un golpe de estado y que
sigue siendo el legítimo gobernante de
México; en tanto, al otro lado de la frontera,
los dirigentes que organizaron las protestas, ponen como presidente a uno de sus representantes más extremistas que después de firmar algunos decretos de urgencia estatiza Televisa,
TV azteca y PETROMEX y todas las prosperas fabricas de
automóviles, instaurando en el transcurso de la semana un régimen de tipo chavista y norcoreano, declarándose obviamente antinorteamericano y aceptando la ayuda financiera de Moscú, solicitando su ingreso a la CEI, y permitiendo el
establecimiento de una base militar rusa
en Tampico .
A las dos semanas de ocurridos
estos hechos, las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos ingresan
al territorio mexicano, tomando en pocas
horas la Capital del país. Ni bien se establecen en la zona ocupada, reponen en su cargo al defenestrado Peña Nieto y en pocos días todo vuelve a la
normalidad como al principio de esta novela.