Le pedí un par de tamales, recalcándole que fueran los tradicionales arequipeños y no esos rojizos de sabor muy distinto que acostumbran servir algunos de procedencia limeña o del norte del país, lección aprendida y nunca olvidada desde que aquella vez probé aquellos “tamales” en Trujillo pensando que eran como los de acá, fueron tan incomibles que terminaron en el basurero más cercano. Al ver la cara que puso la mujer, era evidente que no sabía de lo que estaba hablando. Al preguntarle de donde era, me respondió de Venezuela.
Según lo que afirmaba,
se vino con sus dos hijos adolescentes porque en su
patria para conseguir comida tenías que viajar a otra ciudad por varios
kilómetros, había dinero pero no alimentos, historia muy conocida por
aquí. Su destino iba ser Panamá, pero al
final el clima templado inclinó la balanza
para quedarse en Arequipa, claro que, el
frio seco de junio les dio una incómoda bienvenida.
Para venir
aquí hay que estar muy desesperado me
dije, es lógico, si veo los índices de desempleo, los bajos sueldos y la
deprimente estabilidad laboral. Pero
creo que vendiendo arepas se tiene para sobrevivir en este enorme mercadillo.
Qué serán de
aquellas familias que en la década de los setentas y ochentas abandonaron el Perú
con rumbo a Venezuela, particularmente de aquella señora Betty, una guapa iqueña que se fue a Maracay junto al marido y sus dos hijas, vendieron
todo incluido el LADA recién adquirido.
Una cosa es
hacer de pistolero en las calles de Caracas y otra gobernar un país. Nicolás Maduro
en estos años ha demostrado que no posee la habilidad suficiente como para sacar
a Venezuela del hoyo, teniendo en sus
manos semejante infraestructura, una población instruida, grandes núcleos urbanos,
solo Maracaibo es tres veces Arequipa, Valencia dos, y otras tres ciudades igualan
en población a la segunda ciudad del Perú. Sin contar esos llanos poblados de bovinos,
ese petróleo y sus minas de hierro y,
aquella central hidroeléctrica en el Orinoco, la segunda de Sudamérica, y que,
seguro uno perecido, se podría haber construido en la cuenca del Marañón con los más de 4 mil millones de dólares “desaparecidos”
en el régimen del padre de Keiko Fujimori.
Los más
torpes dictadores en la historia de Latinoamérica siempre han elegido
perpetuarse en el poder, Fujimori lo hizo en 1993 y hoy lo imita su discípulo Nicolás Maduro, reemplazando a un congreso
opositor mediante una constituyente pelele para así abrirse camino a un
siguiente periodo de gobierno. Son los
mismos métodos aplicados por dos tiranos, el caribeño izquierdista y el otro lo fue de extrema
derecha.
Fujimori nos dejó
la “cultura” de la corrupción y la falta de estabilidad laboral dentro de otros
males y, Maduro, hasta ahora, no sabemos
qué ocurrirá con su régimen, ya que el problema venezolano no solo es un tema sudamericano
sino que
como Siria en el medio oriente, en
su territorio se juega mucho, sobre todo el movimiento en este tablero mundial
de reacomodo de piezas e influencias, en donde, juegan un papel muy importante las grandes
potencias beligerantes. Por un lado los EEUU y en la otra esquina Rusia y China.
Las últimas
compras militares del régimen de Maduro a Rusia y los préstamos económicos de China nos dan a entender sobre qué pilares
se arrima el muevo régimen chavista. Algún venezolano lo auguró a comienzos del siglo XX cuando descubrieron
sus grandes reservas de petróleo, que esa riqueza iba ser el origen de todos
sus problemas.