miércoles, 29 de junio de 2011

Rosa María Palacios, despedida al pelmazo fujimorista


Me sorprendió escuchar del periodista la cantidad de años que ha estado al frente del programa “Prensa libre”. Fueron siete los años que nos hemos tenido que soplar a esta señora y su estilo de conducción.
Apareció la desconocida conductora de repente en una pantalla plagada de bustos parlantes y abundante en periodistas sin pesadas cruces deontológicas y bajo el seño la marca de todos esos federicos salazares pero escasos muy escasos en huevos y temple.
Los vientos han cambiado y como siempre ocurre con ello los canales de televisión se van acomodando de acuerdo al son de los que ahora se han turnado en la dirección de la orquesta.
Soy honesto no la voy a extrañar como no extraño tampoco a los que tienen la oportunidad de tener pantallas y lo único que hacen es mostrarnos la debilidad y la cobardía de estólidos rostros  que aumentan mi sorpresa cuando sé que son inteligentes y leídos pero por razones que ellos mismos deben saberlo se empecinan en sus devotos miedos y conceptos retraídos inundando de conservadurismos la polvorienta televisión peruana.
Rosa María Palacios nunca fue imparcial, su defensa al fujimorismo no pudo ocultarlo, su apoyo a causas conservadoras tampoco. Fueron pocas las veces que aguanté  un programa entero de “Prensa libre”, espacio que si estuvo libre de algo fue de todas aquellas ideas vanguardistas y liberales, pero, a cambio inundaba la televisión de todo lo mohoso, aburrido y huchafamente pacato.
Fueron años también de impune muestra de cómo se hacía descarada apología fujimorista, pero como dice el dicho, no hay mal que dure cien años, y fue eso, lo que al final  terminó con ese programa que en ostracismo solo podía competir con el aliento y las silabas que despedía esta conductora que desde la comodidad de este humilde servidor se la veía como una señora -recalco- pacata y conservadora al culo, como aquellas personalidades que tienen  algunas mujeres que pierden su virginidad pasado los treinta con padres racista extremos que con gritos y rigidez católica de tipo talibán les inculcaron una religiosidad y conservadurismo que ni siquiera sus estudios en el extranjero pudieron extirpar. En realidad, Rosa María Palacios fue el más espantoso pelmazo que ha tenido que sobrellevar este ciudadano.
Leía –y viene al caso- un libro sobre la sociedad peruana durante la segunda mitad del siglo XIX, y en ella, descubría que seguimos con las mismas taras y conductas de esa época. Salvo lagunas computadoras y combis, el pensamiento de la mayoría sigue siendo el mismo, el gallinazo sigue en el mismo lugar y el vendedor ambulante también, como que también están los mismos personajes con escrúpulos hipócritas haciendo de líderes de opinión, sino veamos el diario El Comercio, muestra viviente de todo lo que decimos.
Necesitamos un cambio y este solo va surgir desde el momento que exista una buena parte de la población que deje su estado de ignorancia y se culturice, desde aquellos que viajan continuamente a Miami y son asiduos consumidores de whiskies -como lo afirma Vargas llosa-, como de aquellos nuevos profesionales que van engrosando la clase media peruana.
Leamos, ampliemos nuestros conocimientos, aventurémonos en la ciencia y en los procesos. Ese cambio del que hablamos, ocurrirá cuando en la mayoría de hogares y aulas de las escuelas peruanas encontremos siempre un buen diccionario y no como sucede ahora en los que escasean estos, pero en su lugar siempre están esas innecesarias biblias.

lunes, 27 de junio de 2011

Stephanie Cayo y Carlos Carlín, “La bella y el papanatas”

Verla aunque sea algunos minutos me inmovilizo por completo. Repentinamente había quedado paralizado, absorto. Mis pupilas se dilataron de tal forma y los parpados quedaron tan abiertos que parecían que ambos globos oculares en cualquier momento iban a salir disparados de sus cavidades como proyectiles, describiendo una trayectoria imparable para irse a estrellar en esa pantalla del televisor en un intento fallido de poder siquiera acariciar algo de la provocadora imagen de Stephanie Cayo.
Agitando el cabello ingresó al escenario, induciéndome inefables deseos que eclosionaron cuando alzando los brazos al ritmo de esa conocida melodía, nos regalaría piadosamente parte de su tersa cintura, cúspide de todo ese tormento provocador, poniéndonos casi al borde de la taquicardia.
Este tipo de diosas, con su figura y su gracia nos hacía creer que solo un país mágico como este podía parir este tipo de beldades.
Es que es realmente es muy hermosa, sus ojos inteligentes, vivos, y accesibles para aquel que ingeniosamente pudiera arrancarles alguna confidencia, iluminaban todo ese sombrío estudio de televisión, corrigiendo una noche lesionada por un grupo de bulliciosos barristas que hacían de público invitado, guiados por alguien que a pesar de sus vanos intentos, no traspasaba el cristal de esa caja boba.
Aquí es donde el sueño se dio por terminado de golpe, porque el idiota anfitrión con el más frio desinterés, casi a los niveles de un eunuco –como si tuviera al frente a una Abencia Mesa- sin el menor reparo, nos la quitó de la pantalla para ponernos en su lugar la viril imagen de Natalia Málaga.
A Stephanie, nunca más la volvería a ver esa noche, porque de pronto, este improvisado conductor nocturno había coronado su insufrible presencia en esta deplorable televisión, desechando la única oportunidad que teníamos los simples mortales de ver a esta lindura siquiera unos minutos más como respiro en esta televisión peruana plagada de magalis, reinas del medio día, aguas turbias, obesos presidentes, rubias al pomo, desabridas de todo tipo y edad, en fin, desperdiciando una de esas pocas ocasiones que teníamos para darle un sano disfrute a nuestra vista, pero, que gracias a Carlos Carlín con sus tartamudez y ese conocido dialogo estulto había desperdiciado la presencia de la chica más bella que ha dado la televisión local y que hoy tribulete y afligido hago pública mi protesta.
No entiendo que poder tendrá Carlos Carlín para seguir con ese bodrio de programa, pero, ¿Qué estoy hablando?, es como pedirle peras al olmo, sabiendo que los que producen esta viruta televisiva tienen la misma creatividad del más rápido quemador de CDs piratas del mercadillo más popular de La Victoria.
Carlos Carlín, después de lo que hiciste con la entrevista a Stephanie Cayo deberías de retirarte de la televisión, porque formas parte de todos esos fiascos que arrogantes anteriormente han intentado adueñarse de una noche que la escasa simpatía, el limitado floro y bagaje cultural desencadenaron en un completo fracaso, y ahí están para el recuerdo Raúl Romero por ejemplo y otros que ahora no me acuerdo.

miércoles, 20 de abril de 2011

Estúpidos limeños

Son casi diez millones de personas, viviendo entre los límites interpuestos por esas dunas y arenales.
A gran parte de sus gentes, generalmente los une escasas muestras de civilidad, orden y limpieza; además de estos rasgos, les distingue también el tener una visión sesgada del país en donde viven.
Muchas veces notamos -en algunos casos- que esta peculiar forma de ver al interior de su país se adereza con una enfermiza e inflada “superioridad”, no acreditada, como si lo puede tener el parisino o el neoyorquino sobre el resto de sus connacionales.
Aquí, esta supuesta superioridad es patológica e irracional, en realidad salvo por algún edificio alto, la verdad que el habitante de esta urbe, no tiene nada como para sentirse superior a algún otro del interior del país.
Esa -recalco- irracional forma de ver al interior de nuestro país, hace que se forme en él, una errada idea acerca de aquellas regiones, minimizándolas al punto de denominar a los Andes, que es una enorme región del subcontinente sudamericano, con la ínfima y simplona palabra “Sierra”.
Esta errada forma de ver el interior del país, les hace muchas veces tener una actitud de irrespeto a la enorme extensión y accidentada geografía que guardan estos territorios, permitiendo algunas veces que muchos estúpidos jovenzuelos creyéndose los más hábiles trotamundos, emulen quizás en esa mente colonizada a aquellos gringos que vieron en su adolescencia cargando esas extrañas, enormes y coloridas mochilas, deseando algún día ser como ellos.
Hoy los medios, haciendo una especie de respiro a la terrible borrasca electoral que precedían a estos acontecimientos, nos tienen pendiente de las noticias de dos clásicos ejemplos de lo que anteriormente habíamos descrito.
No hay forma más absurda de querer acabar con la inútil vida de dos jóvenes, que planeando solos una caminata desde el Cusco hasta las alturas de Arequipa, cruzando una extensión de territorio comparado a la de Suiza. Quizás estos cándidos andinistas, no lo sabían, pero de eso se trataba su tonta travesía.
Pero es que para los que no conocen esta accidentada ruta, resulta un verdadero suicidio, sobre todo si los que lo van a realizar, son unos novatos que han entendido de andinismo lo que pudieron aprender de alguna que otra revista.
Estos tímidos suicidas, quisieron seguramente salir de lo habitual y desechar ese trillado puente Villena en Miraflores o ese acantilado de la costa verde o las alturas de aquel gris centro cívico o quizás, también, se vieron obligados a aventurarse por esos accidentados territorios para no unirse a esos numerosos pobres que diariamente acaban con sus vidas ingiriendo algún barato mata ratas.
Yo también tuve veinte años y sé que es una edad difícil, pero que yo recuerde, siempre me importó mi seguridad, cosa que los jóvenes de ahora pareciera que lo han dejado a segundo plano.

lunes, 18 de abril de 2011

Resabio electoral y el asilo humanitario



En realidad, qué puedo decir acerca de los resultados de los comicios del pasado domingo 10 de abril.
Si todo esto es la secuela de una verdadera elección limpia y transparente, observamos que todavía existen millones de peruanos que cuentan con un sentido crítico del nivel de un adolescente de 13 años, millones que se guían de acuerdo a lo que les dicta las emociones del momento, millones que de seguro también se deleitan con el programa “Al fondo hay sitio”, millones que antes de salir de casa o cuando pasan por un cementerio o una iglesia, supersticiosos del siglo XXI, timoratos y estólidamente se persignan. Son esos ágrafos, que cuando ya han alcanzado los suficientes ingresos como para adquirir el auto nuevo, huachafos ellos, nos muestran los complejos del ex pobre, al no detenerse ni siquiera un minuto en dejar de hablar sobre automóviles, modelos, marcas, precios, y van por las calles observando cual es el más caro, mordiéndose los labios del deseo por poseerlos o llenándose a la vez de frustración por verlos inalcanzables. Son de seguro también, aquellos que disfrutan al verlos y los tienen como modelos de conducta a Rosa María Palacios, Federico Salazar, Magaly Medina o Gisella Valcárcel, y sus hijos hacen -sin ponerse a pensar el porqué- la primera comunión, o si están a punto de casarse, hacen largas colas para alquilar la iglesia más cara y los invitados más presentables.
El peruano que tenemos criado con la mejor leche que puede dar la incultura y la barbarie, elige su candidato como elige un programa de televisión, según como les caiga, aquí no tiene nada que ver el raciocinio – si es que algún día lo ha poseído-.
Bolívar, Santa Cruz o Vargas Llosa victimas en su momento de toda esta insensatez o cualquier viajante foráneo estacionado en nuestras tierras como du Petit Thouars seguro que compartirían conmigo este parecer.
Al margen de prejuicios y estereotipos, estos millones de seres degradados y dignos habitantes para llevar el pasaporte de un sudanés, o de un Somalí, lo que hagan poniendo sus buenas o malas intenciones, traerán como consecuencia de su accionar solo el producto de una población sometida a los miedos y la irracionalidad de la religión, y a una educación rudimentaria, que les ha creado un sentido crítico de idiota, llevándonos a esta segunda vuelta que pareciera más bien creada por alguna mente enferma, perversa y malintencionada, dejándonos este prohibitivo menú con la única intención de atormentar mas a un elector que al ver este final lo ha llenado de una enorme incertidumbre o si no, de unas enormes ganas de mandar todo a la misma mierda.
Los obtusos de siempre apretaron mucho el cuello del pueblo y al final éste, que es el único que se carga con el muerto de este modelo mal aplicado, hace notar su descontento en las urnas eligiendo a Humala y Fujimori.
Si bien es cierto que ese analfabeto funcional no tenía mucho de donde escoger, un acomplejado acusado de drogadicto, burdelero y nepotista, otro con pinta de idiota, mudo y jorobado, alguno por ahí, pasado en años y que tiene la misma sensibilidad hacia los pobres que el más hábil corredor de bolsa de Wall Street, y también una candidata con desordenes alimenticios cuyo padre está en la cárcel, y finalizando esta tira de abyectos personajes tenemos a un ex militar acusado de ejecuciones clandestinas y hasta hace algunos meses adorador de Velazco y Chávez.
Pero que se podía esperar más, después de enumerar las características que tiene el poblador que habita estas tierras, es lo mejor que nos pueden ofrecer, sin lugar a dudas.
No sería descabellado pensar en buscar otras opciones para mis vástagos, sobre todo cuando se que esta encomienda nunca va cambiar y quizás en algún momento darán cuenta de ellos; pero creo que ya es tarde, ellos están en el colegio y ya han tenido contacto con los críos de todos estos píos corderos y cándidos bárbaros.
Menos mal que yo no voto y para mi suerte tengo dispensa, así que lo que salga de toda esta murga de cerriles descerebrados, prejuiciosos, estereotipados y mangantes ágrafos que se lo soplen ellos, yo tengo mi familia y mis hijos, que si me queda labia y los críos me escuchan, estarán siempre alejados de toda esta manada de zombis ignorantes.
La otra opción es buscar algún país que acepte mi solicitud de asilo humanitario, quizás sea el único, pero ya no quiero formar parte de esta galera romana. Prefiero mil veces la mirada xenófoba de algún hijo de puta en Londres o en Paris que seguir conviviendo con esta tira de pinches degradados.

jueves, 17 de febrero de 2011

Analogías en el Caso utopía

Reconozco que algunas veces puedo parecer exagerado y hasta compulsivo cuando se trata de protegerme y  proteger a los que quiero. Como aquella vez que  me mostré desconfiado en llevar a mi pequeño hijo a ese parque, porque sabía sobre el hacinamiento en esta ciudad y el descuido que tienen las autoridades por el cuidado de la salubridad de esas pocas áreas verdes que posee esta urbe gris y escasa de planificación. Las miradas injuriosas y críticas asomaron entre ellos ante mi actitud, haciéndome meditar si no estaba cayendo verdaderamente en algún tipo de exceso neurótico. Algunos meses después de aquel incidente, mis temores no tuvieron mejor asidero cuando los diarios ese día denunciaban  que la mayoría de las áreas verdes de esta ciudad -sin excluir las privadas y exclusivas- estaban infestadas por una serie de terribles y   mortales parásitos  producto de esa sobrepoblación,  el escaso verdor y el nulo cuidado de las autoridades.
Es que cuando uno lee algo o esta más o menos informado, se da cuenta en qué país vive y sabe que en sociedades como la nuestra que forma parte de ese grupo de países en vías de desarrollo o del tercer mundo, abunda dentro del actuar de su población y sus autoridades, grandes rasgos de improvisación, relajo o desidia.
Estas características, muchas veces son el común denominador en todos aquellos desastres que ocurren en nuestro país y cuando uno los analizas para rebuscar sus causas nos damos cuenta que pudieron evitarse si las victimas hubieran tenido otro tipo pensamiento y otra forma de actuar.
No basta con ver las fechas de caducidad de aquellos alimentos que vamos a consumir porque el organismo estatal que debería de controlarlo funciona como tantos otros: policía o el Ministerio de Transporte con su “tolerancia cero”.
Una saludable y simple caminata por las calles de esta ciudad o de cualquiera en este país de novela puede resultar mortal, si no es a causa de esas macetas que algunos salvajes han tenido la idea de colgar temerariamente esperando ese pequeño movimiento telúrico para caerle sobre la cabeza de algún distraído peatón o morir electrocutado por algún cable dejado por unos despreocupados empleados de la compañía eléctrica, o si no, cuando pasan cerca de cualquiera de nosotros esos amenazantes “pitbulls”  tirados por unas piltrafas que encuentran en estos cánidos los “huevos” que en ellos les son escasos, protegen su endeble existencia con las mandíbulas de estos podencos que si les despierta  de pronto el gusto por morder, harían astillas la tibia de cualquier pacífico viandante. Estos chuchos en cualquier país civilizado estarían prohibidos porque ya han mandado a la tumba  a varios, pero aquí en este corralete de bárbaros las autoridades no hacen nada.
Siempre me he preguntado por qué la mayor parte de personas que conozco descuidan su seguridad. Despreocupados siguen con su rutina, seguramente debido a esa excesiva religiosidad que les genera un pensamiento supersticioso y confiado, haciendo entregar cándidamente su resguardo a algún ser superior o dejarlo todo a una simple persignación o  al azar, quien sabe.
Desde aquel que toma una peligrosa combi sin fijarse en su estado o en la imprudente forma de manejar del conductor, o cuando no usan ese puente peatonal, o cuando confían su salud a una clínica privada cuyos dueños por el afán de lucrar contratan aprendices a sueldo mínimo, convirtiéndose en el corto plazo en verdaderos matarifes, provocando desgraciadas negligencias médicas en un parto o en una simple apendicitis.
O cuando ingresan a un mercadillo tugurizado sin fijarse en las salidas de emergencia, en los cables pelados, o en esa muchedumbre que negligente manipula artefactos pirotécnicos provocando más tarde terribles tragedias como la de Mesa Redonda o el de la discoteca Utopía.
Es que cuando de conductas se trata el peruano se homogeniza, aquí el bolsillo no discrimina, ni el color de la piel. Tanto aquel populacho que desapareció desintegrado mezclando sus cenizas entre todas esas víctimas anónimas -que a nadie les interesa-, tuvieron en vida la misma despreocupación por su seguridad que los pudientes jóvenes que abarrotaron ese mortal sótano que hacía de exclusiva discoteca, con sus salidas de emergencias encadenadas trancaban la única escapatoria, como así,  también lo hacían,  esas improvisadas tiendas y los cajones de esos ambulantes en Mesa Redonda.
Ambas víctimas tanto el pobre de Mesa Redonda como el rico de Utopía, al ingresar a sus tugurizadas trampas mortales no se detuvieron a meditar por su seguridad. Ambos muy religiosos creyeron confiadamente que algo o alguien les estaba protegiendo, alguna licencia comprada o simplemente el inexistente ente supervisor.
En la televisión uno de los familiares de las víctimas de la discoteca “Utopía” indignado y soberbio a la vez gritaba que la tragedia de utopía fue una “tragedia nacional”. No le discutimos. Si fue una tragedia nacional. Y es que es una tragedia nacional la improvisación. La falta previsión. Esa que nos hizo ingresar a una guerra con Chile cuando no estábamos preparados. Esa que hace a nuestros gobernantes permitir la existencia del irracional centralismo a costa del abandono de mejores regiones para el desarrollo. Es esa misma indolencia que te hace traer piezas incas por las puras huevas, sin saber una vez devueltas qué hacer con ellas ni donde las guardarás, y todo esto, solo por razones políticas. Es la misma actitud que tienen los que ahora nos gobiernan que por sus egoísmos y maldades no quieren sacar a buena parte de nuestra población de este agujero de pobreza y subdesarrollo.
Ese señor tiene mucha razón al decir que es una tragedia nacional lo ocurrido en la discoteca utopía. Porque nos ha mostrado que el peruano así tenga la billetera forrada en dinero y vacacione en Miami o haya estudiado en el Markham o en un colegio público siempre tendrá ese conjunto de pensamientos y esas conductas que le harán permanentemente girar en ese círculo vicioso de subdesarrollo y mediocridad.

sábado, 5 de febrero de 2011

Mario Vargas Llosa, el marqués de la Avenida Parra



El sueño que seguramente tienen algunos, añorando a esa Lima, centro del colonialismo hispano en Sudamérica, junto a la figura de un noble virrey Amat dándole el infaltable toque aristocrático a esa villa malsana de mediados del siglo XVIII, cortejando a su "indigna" pero deseable “Perricholi”. 
Complementando este escenario dramático tenemos las infaltables tapadas cubriéndose el olfato del insoportable hedor que despide el hecho de que los peruanos fuimos los últimos en tomar las ideas republicanas e independentistas, aderezados con esa “Orden del Sol” de San Martin y su búsqueda infructuosa y desesperada de un rey en Europa para intentar darle una forma de gobierno al joven Estado que aún estaba naciendo. 
Todas esas ideas arcaicas parecen que todavía siguieran vigentes con la entrega del título nobiliario de marqués a Mario Vargas Llosa.
Ese traumático deseo de un minoritario grupo para dejar de ser descendientes de unos plebeyos, barbaros y pestilentes conquistadores tenía que algún día concretarse. Sus abuelos les inculcaron a sus padres y ellos a sus hijos,  y Mario Vargas Llosa, desde pequeño, lo aprendió sin necesidad del maltrato.
Dejar de ser ese hispano ordinario y buscar por todas las formas esa “sangre azul” tenía que ser su objetivo de vida.
Aún recuerdo la letra de esa cancioncita que hace algunos años escuchaba corear a unos niños en esa calle populosa en medio de los Andes del sur  peruano que decía: “Si la reina de España muriera y Carlos V quisiera reinar…..etc.”, me demostraban que el peruano había sido colonizado hasta el tuétano, incrustándosele una cultura hispana en la mente como cuando se marca al ganado con ese hierro al rojo vivo.
A pesar de poseer un rostro tan distinto al ibérico, desde sus adentros enfermizamente sigue añorando algún día formar parte de esa hispanidad y, en algunos casos, esa "nobleza" que ahora Mario Vargas Llosa parece haberlo conseguido.
Yo, me pregunto, ¿habrá meditado el escritor el significado que tendría aceptar ese vano, superficial e intrascendente "título nobiliario"?
Lo que está claro, es que el nobel, al consentir este regalo, a pesar que lo justifica llamándolo como un "gesto cariñoso" de parte del rey Juan Carlos I, nos está mostrado su verdadero careto mohoso y conservador, aquello que, paradógicamente, siempre criticó.
Esa huchafada de aspiración nobiliaria seguro le inspiró para nombrar en su libro “El pez en el agua” como "Boulevard Parra" a una simple callejuela donde había nacido, como queriéndole con el termino "boulevard" darle un toque aristocrático a esa vía de la ciudad de Arequipa porque sabia al momento de escribirla que se había convertido en un lugar lúgubre poblado por innumerables bares y prostíbulos.
¿Y por qué tenerle vergüenza al hecho de que ahora pululen putas donde antes habías nacido? 
Si todo se degrada, hasta las palabras y las promesas. 
Hoy Mario Vargas Llosa se ha vuelto un patético fundamentalista de lo frívolo y conservador, rotulando en venta a su pluma mercenaria como la furcia más docil.
En vano  reniega de la prostitución cuando su literatura lo ha impregnado de un tufo prostituto ofreciendola a los grandes poderes para quién pague más. 
Cómo nos degradamos algunos cuando despreciamos nuestra verdadera cultura y nos sometemos aquiescentes al dominio de otras insignificantes.
Mario Vargas Llosa a pesar de sus triunfos vemos que siguió sintiéndose el insignificante que abre la boca cuando te dan el dinero. 
Nunca superó el complejo del pueblerino marginal, el indio "choleado". Un claro representante de los cúrsiles plebeyos del mundo, infelices que añoraran la "nobleza" de los aristócratas que se solean en Saint - Tropez.
¿Qué dirá su epitafio? 
Seguro: “Aquí, descansa Mario Vargas Llosa, premio nobel de literatura y ridículamente nombrado: El marqués de la Avenida Parra”.


miércoles, 26 de enero de 2011

Karen Espejo y sus nocivos migrantes

Esta historia comienza hace algunos días después de leer aquel reportaje en el diario La República, sobre el decadente estado en el que se encuentra una importante arteria del centro de Lima, recordando su extraviado pasado aristocrático y describiendo además las causas de su actual deterioro.
Entre todo ese cúmulo de palabras impresas hubo algunas que me sonaron a letra bastardilla, infamias que se fueron instalando en mi mente para obligarme a teclear y levarme al mismo tema de siempre, los prejuicios.
Esa cita decía: “La llegada de migrantes, la crisis económica y el terrorismo terminaron por ahuyentar, a fines de los ochenta, a los lujosos negocios que allí se asentaban”.
Seguro que para alguno de ustedes, no encontrarían nada de raro en estas expresiones, lo entendemos, pero quiero hacer un alto en la palabra “migrantes”; porque al querernos resumir las razones que provocaron la actual decadencia de esa conocida arteria y en realidad de todo el centro histórico limeño, esa periodista, pone como primera causa a los migrantes. No tengo la suerte de conocerla, pero cuando leí aquellas expresiones me la pintaron de cuerpo entero.
Esa plaga de ruines forasteros a la que ella hace referencia en su reportaje jugaron el papel más importante en la tarea de derruir esa antigua hermosa ciudad, dejando en segundo plano a otros factores como la terrible crisis económica que sufrió el Perú desde mediados de los setentas y que se fue incrementando con los años, agudizándose durante la década de los ochenta y terminando por descrismar el país a comienzos de los noventa. La falta planificacion de las autoridades y tambien de recursos en los gobiernos municipales y en realidad en el presupuesto del estado provocado por esa aguda crisis, para esta periodista, no influyeron para que esos presupuestos menguados no alcanzaran para el mantenimiento de una ciudad y de un país, provocando un crecimiento desordenado y sin brújula.
Para esta periodista el terrorismo, la violencia en el medio rural, las matanzas y el arrasamiento de pueblos enteros en las aisladas estribaciones andinas, no fueron motivos suficientes para obligar a miles de campesinos a migrar a una ciudad que estaba en mejor situación si la comparamos con lo que aquel migrante dejaba atrás: pobreza, desempleo o quizás algunos matarifes con pasamontañas o uniformados que los esperaban impacientes entre esas frías estepas y montañas andinas.
El oscurecimiento de los burdos muros afrancesados de la capital no se debían al hollín dejado por unas destartaladas chatarras, si no a esos miles de migrantes de rostros andinos que merodeaban sus calles, haciendo de ellos, por ese simple hecho, la primera causa de la decadencia de ese centro histórico.
Aquel hombre o mujer migrante de no ser por sus habilidades de sobreviviente, no se hubiera atrevido a venir a esta ciudad y vender sus cachivaches en esas calles que algunos huachafos de comienzos de siglo habian intentado en vano darle un ambiente parisino a esta ciudad que más quedó con el cursi tufillo de una “afrancesada” Saigón anterior al desastre de Dien Bien Phu.
Para esta periodista todo este drama no era suficiente para que esos miles de refugiados se atreviesen a abandonar sus hogares en los Andes para abarrotar las calles de una ya desamparada Lima; el terrorismo y la crisis económica que sufrió nuestro país, fueron menos destructivos que la llegada de esos millones de migrantes. Probablemente lo mismo habrían ocurrido allá por los años setenta con los urbanistas neoyorquinos, cuando hablaban del estado decadente en el que se encontraba Times Square, lleno de delincuencia y violencia callejera, seguro , las autoridades culparon a los migrantes puertorriqueños o italianos de su desgracia. Quizás, también los británicos, cuando tratan de recuperar algún barrio histórico de Londres, antes de hacerlo, responsabilizan a los migrantes de su deterioro.
Ese sigue siendo el problema del limeño actual, los prejuicios. Esta periodista no escapa de ello, porque bajo ese cariz insalvable nombra a los migrantes como el primer causante del deterioro urbano. Bajo ese raciocinio entonces estaríamos hablando que las ciudades no deberían crecer nunca, cuando todos sabemos que las migraciones son fenómenos que se han dado en todas las grandes ciudades de Latinoamérica como Buenos Aires, Sao Paulo o México o es que jamás pensaron que nunca se iba a poblarse Lima. Seguro para estos hubiera sido preferible, mantenerla permanentemente como aquella pequeña villa de alrededor de cien mil habitantes de comienzos del siglo XX, esperando poblarla seguramente con el tiempo, con esos millones de inmigrantes, no de Junín, Cajamarca, Ancash o Puno, si no , de unos desesperados tiroleses o sicilianos.
Que esperaban. Para esos minusválidos de coherencia, pero eso sí , atestados de prejuicios, qué características deberían haber tenido el tipo de inmigrante que iba poblar su ciudad, haciéndo de ella la metrópoli que es ahora, seguro en sus cuadriculados céfalos soñarían con miles de inmigrantes italianos como en Sao Paulo o Buenos Aires; entiéndanlo -y espero no herir susceptibilidades trasnochadas-, estas tierras para los europeos nunca fue visto como un atractivo foco de inmigración porque siempre fue percibida tan lejana e imposibles de poblar ya sea por su clima u otros factores como el Bután o el Himalaya.
Ese raciocinio equivocado es una de las causas de que Lima sea ahora una ciudad anómala desordenada, sin espíritu, violenta, fraccionada e incomunicada, en donde la población no se siente identificada con su ciudad como si sucede hasta con el habitante de Bogotá.
La decadencia de algún sector de la ciudad se debe a muchas causas y no solo se limita a la venida de nuevas gentes.
Qué delito han cometido los migrantes si lo único que han hecho es intentar buscarse algún bienestar en la urbe, ya que en el campo les ha sido negado. O es que cuando llegaron las oleadas de migrantes pobres a Barcelona, Nueva York o Santiago, treinta o cuarenta años después culparían de sus problemas urbanos a sus antiguos migrantes o a sus descendientes.
Los prejuicios los encontramos de todos los tipos y nuestra sociedad peruana -que ya la conocemos-, está plagado de ignorancia e incultura, porque la incultura va de la mano con la religiosidad -una muestra de ello son las expresiones del curita Bambarén-, todo esto sirve como el mejor caldo de cultivo para que aquellas ideas trasnochadas provoquen conceptos errados confundiendo permanentemente a las personas e induciendo a la crítica para cualquier mente lúcida que logre percibirlas.

Ridley Scott en su Waterloo

  Las oscuras nubes de unas horas bajas no solo ensombrecen a Occidente en su enfrentamiento con Rusia para conservar la unipolaridad en el ...