Tuvieron que pasar doscientos años para que los latinoamericanos nos demos cuenta que los pueblos milenarios que habitaron
nuestras tierras no eran menos que nadie.
Esa bandera mapuche hondeando sobre esa población chilena reclamando sus
derechos nos demuestra que la valoración
de nuestras culturas primigenias no se
limita a lo que escribimos sino que ya es una verdadera corriente de pensamiento en el hemisferio,
inspirando autoestima, sentido de pertenencia, Estado, nación, y claro, también dignidad y lucidez.
Una parte de Sudamérica inspira su reclamo en esas enseñanzas que nos han
dejado nuestras culturas indígenas como se
les conoce aquí, aunque, en realidad, deberían nombrarnos como: quechuas,
aimaras, mapuches, charrúas, guaraníes, etc.
Como reguero de pólvora se ha ido esparciendo por la región, primero fue en
el Ecuador, donde estas agrupaciones hicieron sentir su fuerza contra la
injusticia, luego siguió Chile, con ese millón de personas colmando las calles
y esa fotografía en donde se ve a un pueblo levantando en las calles de
Santiago el emblema mapuche.
¿Y el Perú?
Aquí estas grandes hazañas que están escribiendo nuestros hermanos latinoamericanos han sido opacadas por las
ensordecedoras detonaciones de las procesiones moradas o quizás fueron las bulliciosas
celebraciones por la caída del fujimorismo que mantuvo el país en sus manos durante
estos últimos veinte años.
Parece que estaríamos condenados a ser simples espectadores.
Como hace doscientos años, justamente, en la época de independencia, cuando,
entre 1809 y 1810, se formaron Juntas de gobierno en distintas ciudades de Sudamérica,
salvo, en el territorio del virreinato
del Perú.
En esa época el miedo era una de las principales razones para que la
población no abrazara las ideas emancipadoras, ya que la represión española
después de la rebelión de Túpac Amaru II (la primera gesta independentista en
Sudamérica) costó la vida a más de 100 mil personas, esto quiere decir que victimaron
a acerca del 10 % de la población total del virreinato del Perú de aquella
época.
Las represalias fueron muy sangrienta y abarcó a gran parte de la población por estas
razones ese temor permaneció en la memoria de los peruanos hasta cuando inclusive
llegaron los ejércitos de San Martin y Bolívar, por eso es sorprendente y hasta
jalado de los pelos ver esa marcada hispanofilia que aun hace presa de muchos cholos
peruanos desde Pumacahua hasta Ollanta, Toledo o Vizcarra.
Este actual resurgimiento andino en la población del Perú hoy se está dando
silenciosamente de forma pacífica, pero entre catacumbas, por el mismo temor que padecía el peruano hace doscientos años, pero ese miedo ahora no es
a la espada de la opresión española, sino que ahora, lo produce el verse confundido con esos estereotipos remanentes de la pasada época
del terrorismo.
Los estudiosos del tema, ya lo anunciaron, después de Caral, Chavín, Wari y
los incas, en estos momentos, se está viviendo en el Perú una nueva
reunificación andina. Lo paradójico está
en que este movimiento de resurgimiento andino a eclosionado, donde fue el reducto de una decrépita hispanidad,
y ha liberado en la ciudad esos valores milenarios de respeto a la naturaleza,
a la vida, al verdor, y ha rescatado su simbología milenaria con el puma y el cóndor.
Hoy Arequipa está demostrando al Perú y a los peruanos que no en vano se
nace a los pies de un imponente volcán activo.
Estamos seguros que esta ciudad y su pueblo lúcido no permitirán la
toxicidad ni el veneno y protegerán su valle.
Arequipa, enriquecerá su historia una
vez más siendo el baluarte de la
dignidad en el Perú.