viernes, 21 de abril de 2017

La rehén N° 73

El año de 1996 comenzó muy mal.  Esa fresca noche de febrero la tranquilidad de  Arequipa fue violentamente  interrumpida cuando  el Boeing 737 de Faucett se precipitó  en una zona próxima conocida por el nombre –paradójicamente- de “Ciudad de Dios”. Era el preludio de lo que veríamos unos meses más adelante.
Finalizando ese mismo año en vísperas de la navidad en una emboscada sorpresa un grupo extremista tomó la residencia del embajador del Japón en Lima, dejando al país entero en vilo durante 125 días. Fueron momentos dramáticos y esperamos  que nunca se vuelvan a repetir.
Durante  los cuatro meses que duró la crisis de los rehenes,  el Perú fue portada de los más importantes medios del mundo. Con este penoso incidente muchos en el planeta escucharon por primera vez la palabra Perú y lograron ubicarlo en el mapamundi.  Los teletipos enviaban diariamente a los cuatro puntos cardinales del planeta  los últimos acontecimientos desde los alrededores de aquella residencia.  La sombría Lima de finales de los noventa  y el distrito de San Isidro fueron “tomados”  por cientos de reporteros de todo el mundo.  Cada instante enviaban  sus crónicas, era raro en aquellas épocas, la tragedia vista “on line” “en vivo y en directo”, como los  “realities” de ahora, 
Con el correr de las semanas parecía que las  negociaciones iban a llegar a buen puerto y todo finalizaría con una solución pacífica. Nadie presagiaba que ese 22 de abril de 1997 una incursión de comandos retomaría  la residencia del embajador japonés.
Durante esas trágicas jornadas los medios de comunicación apostados en los alrededores hicieron paneos  y tomaron fotografías de diferentes ángulos de aquella residencia, no se libró ni un solo centímetro. En ellas se podían observar las penurias que pasaban los 72 rehenes, hacinados, sofocados por ese infierno  tropical del verano limeño.
De todas esas imágenes que circularon por las pantallas de televisión y acompañaron  los titulares de los diarios, hubo una  que captó nuestra atención. Desde una  ventana de aquella residencia, entre las cortinas, se podía observar a una joven,  parecía adolescente. Lo que me sorprendió es que estaba llorando aterrorizada como si quisiera pedir ayuda. Solo fueron unos cortos minutos y la imagen finalizó  sin ningún comentario.
Luego del rescate que culminó,  como todos sabemos, con la acción triunfante de los comandos peruanos, como era lógico, la alegría en el rostro de los liberados era indescriptible. Noté también que  no había ninguna mujer dentro de los rehenes rescatados, tampoco la vi al lado de Fujimori y  ni  siquiera figuraba  algún nombre de mujer dentro de la lista de liberados que dio la prensa.
¿Quién era entonces esa mujer que se había asomado por esa ventana aquel día?
Todos estos años me hice esa pregunta. Alguna vez, durante esa época de violencia  interna que sufrió el país, leí que los terroristas tenían el secuestro como una de sus formas de captar militantes. Incursionaban dentro de los poblados rurales de la selva central  y  con fusiles en mano obligaban a  jóvenes indígenas a integrar su demencial  y extremista agrupación terrorista, si no aceptaban simplemente los mataban.
Entonces me pregunté: ¿No sería aquella joven una de esas indígenas secuestradas? Creo que para esta interrogante nunca obtendremos respuesta, así qué, lo que  ese día vimos por esa pantalla de televisión en la ventana de la residencia del embajador del Japón fue solo eso, un espectro al que no debemos darle ningún tipo de importancia.       

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