Mónica Delta, con un jalón de orejas nos despertó de madrugada este 28 de julio. Se veía como una especie de sacerdotisa estirada y déspota, maneras que no perdió ni cuando estuvo caracterizada como una anciana centenaria autodenominándose la adalid de las mujeres maltratadas y que a medio Perú aterrorizó de solo pensar que podría vivir tanto, pisoteaba como ella misma lo sabe hacer a un notorio país diverso no solo étnicamente sino también en pensamiento, nos estrujaba en el rostro asegurando que por ser la comarca de mayoría católica deberíamos de aceptar estoicamente esta ceremonia denominada misa Te Deum.
Mónica Delta,
en ese promocionado spot publicitario no necesitaba de tanto maquillaje para
verse tan arcaica, porque al igual que muchos de sus colegas, se ven muy
pasados de moda, cuando en este tipo de celebraciones vociferan por las pantallas sus creencias personales porque según ellos es la
misma que tiene la mayoría de la población, sin meditar que con esto están discriminando
a todos los que no compartimos sus mismas aficiones, insinuando además que por
tener esta supuesta “carencia de
fe” no eres peruano y, sin
mediar disculpa alguna o por lo menos un comentario, atropellan nuestro derecho de libre
conciencia mostrando todo el evento como una imposición al nivel de una medieval
“Arabia Saudita” sudamericana.
El Perú ya no
es el de 1821, ahora es un país estable y democrático, y en camino de
consolidar el estado de derecho. En esta
realidad resulta anacrónico continuar
manteniendo determinadas ceremonias religiosas dentro de las celebraciones del
28 de julio, ya que el número de
peruanos que no profesa ningún tipo de religión va creciendo continuamente gracias
a que existen muchos asépticos desde pequeños y otros que han leído algo y algunos
que gracias a la globalización en sus
viajes de estudios o de cualquier otra índole tuvieron la oportunidad de tener contacto
con sociedades secularizadas y el hecho de existir la internet con sus redes sociales. En democracias más
antiguas como la francesa o norteamericana este tipo de actos religiosos no se dan en sus aniversarios patrios por
respeto a esa diversidad de su población. Pero aquí todavía falta mucho para
que se respete este derecho de muchos compatriotas.
Todos los presidentes
han sido católicos y si no lo eran han
tenido que serlo, pareciera que fuese uno de los requisitos para asumir ese
cargo. Esperemos que esto no sea una imposición como se hace en la República Islámica
de Irán en donde para ser presidente antes tienes que ser aprobado por el denominado
“Consejo de Guardianes” formado por teólogos ultra religiosos.
Y ahí tenemos
al risueño y bonachón PPK. Antes de ser presidente nunca mencionaba en sus discursos
públicos y entrevistas algún gesto o manera que nos recuerde a aquellas personas religiosas, es más, se lo veía como tantos otros
angloparlantes pragmáticos de extracto puritano y luterano. Y si además
revisamos su árbol genealógico veremos que desciende de una antigua familia judía europea.
Con todos
esos antecedentes creíamos que quizás PPK
iba ser el primer presidente no católico en la historia del Perú, solo lo
creíamos, porque después de verlo ayer
arrodillado y persignándose nos demostró
que era un ferviente creyente católico. Qué bien, por él.
No sé por qué
me recordé del flaco Alcatraz, un compañero de celda en esa mazmorra
franciscana, que para conservar el buen empleo por varios años tuvo que fingir ser
un devoto católico. Una vez me confesó “soy ateo” como queriendo expulsar algo
que lo tenía por años atragantado en el
cuello y sintió cierto alivio y, se alejó con el rostro avergonzado del que tiene que luchar todos los días
contra su conciencia al fingir y mentir y morderse la lengua cada vez que quiera
confesarlo. Era como ver a Andrew
Garfield en el film “Silencio” de Martín Scorsese, cuando interpretaba a un monje
cristiano en pleno Japón del siglo XVII que estaba condenado a fingir por el
resto de su vida que era un fiel devoto de
una creencia que no profesaba.