El Cuzco y las
regiones circundantes deberían ser para el territorio quechua lo que Francia es
para Europa occidental, su duro núcleo histórico y cultural.
Así como en Europa, aquí, en América Latina, aún existen ingenuos que siguen creyendo,
cuando izan sus banderitas, que viven dentro de países independientes.
Para nadie es un secreto que esa parte del continente europeo conformado por Francia, Alemania, Italia, España, etc., desde la Segunda Guerra Mundial, son prácticamente territorios “ocupados” sin independencia política y manejados al antojo de los intereses ultramarinos de Washington.
Como sucede en otras regiones igualmente sometidas a poderes exógenos, por esa falta de autonomía y soberanía, estas naciones sufren el juego egoísta de los que mueven los hilos. Para
bien o para mal, según el ángulo desde donde se mire, esta situación, parece ser una de las razones del estancamiento europeo.
Hoy el mundo está
dividido en dos áreas de influencia, una muy extensa y sometida a los EEUU, y la
otra, mucho más pequeña y marginal, acorralada y a la defensiva, donde destacan
dos cabezas visibles: el poder económico chino, y el político - militar ruso.
Las “tierras de
nadie” son: Latinoamérica, África subsahariana, el mundo árabe y, es triste
decirlo, también, Europa occidental, excluyendo al Reino Unido porque siempre
les han incomodado el termino de europeos, y en la práctica, no sufren sus
penurias.
Aquí, en el Perú, el nuevo gobierno trata de hacer creer que existe y para sobrevivir
intenta vanamente negociar con los verdaderos señores de esta comarca la “pandilla de Velarde”,
para que no continúe el alza del dólar, mientras tanto, el tablero mundial sigue tambaleándose
por los movimientos rápidos y enérgicos de las piezas que hacen las grandes
potencias.
El último “jaque”
ha sido el sorpresivo trato humillante que ha recibido Francia por la poderosa
alianza anglosajona del AUKUS que, aunque ya se sabía de su existencia, en
estos días ha hecho su formal presentación en la marquesina global de bloques y
ententes.
Es que Francia después
de Napoleón Bonaparte solo ha sido la burla de las potencias angloparlantes.
Pero aquí lo paradójico
es que, los únicos que ven cómodamente a Paris sometido al poder de Washington
son sus grupúsculos elitistas y clase política, porque el pueblo francés, sus
intelectuales y dentro de ellos hasta los cineastas, no les quita el sueño la tierra
del “Tío Sam” y sus costumbres.
Si esta
perspectiva tuviesen los presidentes franceses, hoy, quizás, no hubiéramos presenciado semejante maltrato a esa potencia mundial, que debería liderar la
independencia de Europa y regresarlos a esa posición protagonista por el trascendente papel que han desempeñado en el mundo, dando aportes tan importantes como las ideas de la revolución francesa y que hoy, como aquella
extraviada parisina de la Alianza Francesa de Arequipa, parecen que se han olvidado
completamente.
El mundo democrático
post corona virus necesita de una Francia fuerte y que sirva de núcleo de cohesión
para una Europa occidental digna y soberana que termine con esta imagen patética
de simples títeres de los intereses estadounidense, chinos o rusos.
Una de las peores
tragedias en la historia de México fue seguir los consejos del “demonio” y oponerse al régimen
vanguardista y modernizador de Maximiliano I en 1867. Si hubieran continuado
esas reformas, hoy ese país sería muy distinto y para mejor, igual que toda Latinoamérica.
Francia debería volver a la visión y autoestima napoleónica, regresando su mirada hacia esta
región, porque, aunque no lo crean, su influencia sigue siendo importante y es
necesario que se dejen de complejos y asuman esta posición que por historia estan obligados.
Ante esta realidad, América Latina mediante la CELAC o la UNASUR, les convendría unirse y formar un solo bloque.
Con una Francia poderosa, junto a una España republicana y una Alemania
e Italia lúcida y pro europea, el mundo estaría mucho mejor, no nos queda la
menor duda.