martes, 29 de octubre de 2013

Plaza de Acho y el templo de la tortura


Parcializado,  el conductor del noticiero  de  RPP Armando Canchaya  que algunas  veces  hace de acólito del Cardenal Cipriani,  intentaba  con  todos los medios posibles inculparle al director nacional de la Organización  Perú- anti taurino por los desórdenes producidos  en los alrededores de la Plaza de Acho. En vano resultaron sus patrañas  porque hagan lo que hagan estos conocidos conservadores  y  fanáticos del  oscurantismo  nunca podrán ocultar lo deplorable  que se ven  estas  corridas de toros en su  oprobiosa catedral la Plaza de Acho.
En ese templo sangriento se incuba una  costumbre que la gran mayoría de connacionales no comparte. Una infausta tradición foránea que corrompe al peruano con una  primitiva violencia sobreviviente  de  esos extraños matatoros que se han congelado en el tiempo desde las  épocas de Felipe V cuando se aseaba un par de veces al año  y  sus siervos convivían con ratas que saltaban de las  cloacas que discurrían frente a sus viviendas. Fueron esas pestes y actitudes que dieron origen a este rito sádico conocido como las Corridas de toros.  
Es triste conocer el tipo de ser humano que asiste a este matadero que lleva el nombre Plaza de Acho. Esa “gentita”  junto  a  sus “barras bravas” abarrotan sus  antiguas graderías de un  recinto construido para que este tipo de público goce  de un show en el que  un animal dopado soportará  un  prolongado martirio.  
La plaza  de Acho es la mejor escuela para que los más  jóvenes asistentes, al  ver  semejante espectáculo,  aprendan didácticamente cómo aprovecharse del débil y hacer de la cobarde trampa en el futuro cercano uno de sus más seguros métodos de dirección dentro de una familia una empresa y hasta de un país entero. Todas estas enseñanzas estarán bien ilustradas con  cada clavada de los arpones del  banderillero en el lomo  lacerado del astado. Mejor formador de personas violentas no habrá. Futuros luchadores del puñete furtivo de ese que te ataca cobardemente escondiéndose dentro del grupo.
También están aquellos inocentes espectadores obligados como esos niños poco viriles que son llevados a rastras por sus brutales  progenitores con el fin de intentar quitarles esos ademanes  viendo semejante  matanza y los enormes charcos de sangre.
Igualmente asisten a esta plaza genealogías exclusivas muchas ágrafas y de mal gusto que siguen relegando de sus existencias a nuestra  milenaria y autóctona peruanidad,  en su lugar adoran una anacrónica hispanidad que  como bien lo dijo  Pérez Reverte: “deja mucho que desear”.
También es evidente la influencia  política y económica de los que organizan estas grotescas diversiones, ostentan  tal  poder, que  reprimen con total libertad a todo aquel anti taurino que ose acercarse a ese sucio matadero para reclamar  el fin de esa tortura bárbara. Sus tentáculos de estos potentados aficionados intentaron ensombrecer hace dos días una marcha pacífica con sus infiltrados jugando a una torpe operación de falsa bandera. Pero en esta época  no existe  poder  y escusas suficientes  ni represión y censura que pueda  acallar el clamor  de un pueblo peruano cansado de ver tanta sangre, porque la  violencia desatada durante   las sombrías épocas del Conflicto  Interno los agotaron. Las pupilas de nuestros compatriotas se saturaron  con las imágenes de esas más de cien mil víctimas junto a los  sobrevivientes llevando en los brazos a sus familiares ensangrentados entre los escombros de Tarata. Les bastaron  las numerosas fosas comunes  atestadas   de osamentas de niños y mujeres  y los cientos de cadáveres de campesinos y sus infantes hijos apilados que recordaban al terrible  holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial.

Ha sido suficiente para este pueblo peruano toda esta brutalidad como para no quedarse con los brazos cruzados y exigir firmemente que acabe de una vez  toda esta continua apología a la violencia que se hace impunemente desde este templo de la tortura conocido con el nombre de Plaza de Acho.

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