jueves, 26 de junio de 2014

Felipe VI y la España sudaca

Desde  este lado del charco,  los latinoamericanos estamos casi acostumbrados a nuestras naturales censuras, tiranías, supersticiones, papismos, corrupción, desigualdades, injusticias, que siempre nos han acompañado  y  seguirán arrullando en mayor o menor grado, porque, desde que abrimos los ojos ha sido lo único que hemos conocido, así que estamos resignados  a nunca esperar ser tratados como ciudadanos respetables al igual que un francés, alemán ni mucho menos un estadounidense. Aquí un Rousseau o un Jefferson están proscritos como modelos y  si existiese  algún personaje similar estamos seguros que se diluiría  bajo la infamia y la mediocridad. Pero así son estas tierras,  así que no pidamos  peras al olmo.                                                                                                                                            Más de dos siglos tiene la democracia norteamericana, la peruana apenas  cuenta con doce años y  la chilena madura desde 1990, y  lo mismo ocurre con gran parte de nuestros países. Diariamente, ladrillo a ladrillo y lentamente se va construyendo  por  estas latitudes.  Es que, pareciera que  para los que hablamos este idioma, convivir dentro de  un estado de derecho y el respeto a la diversidad de opiniones no es todavía digerible,  y España no es la excepción,  después del culebrón de estos días, en donde, se ha mostrado con total descaro cómo se impone a buena parte de su población una monarquía.  A  37 años de sus primeras elecciones democráticas, nos están indicando que  no han  llegado a una madurez suficiente como para permitirles escuchar el sentir del resto de sus pobladores.
Este 19 de junio pasará a la historia de España, cómo en pleno siglo XXI  y en un entorno de  supuesta democracia occidental y europea, con un sabor  ramplón y tirano, juramentan a un monarca mientras en los extramuros,  una población era reprimida a golpe de censura y prohibición. Con tristes maneras versallescas, un ambiente frívolo,  y cortesanos con sordera y reacios a  un proceso histórico imparable, transcurrió esa ceremonia clandestina  y con las espaldas salvaguardadas  por  la enorme y embustera cobertura de información parcializada  de los principales medios de comunicación; junto a  más de cien francotiradores y  6000 agentes armados hasta los dientes, dictaminan a los españoles que tienen todo tipo de derechos, menos el de atreverse a  tocar al actual sistema monárquico   y a sus monarcas ataviados  con amenazante ropa militar.
Todos los grandes medios de comunicación ibéricos manejaron el mismo libreto, y con las mismas malas artes  –maneras que conocemos muy bien aquí- les repiten a los españoles  en sus telediarios  que es una completa estupidez  exigir un referéndum  y  una    exageración llegar  a ilusionarse con una república, y torpemente intentan amedrentarlos,  asegurando que aquella republica a la que aspiran solo podría  asemejarse a una de  estilo norcoreano.  
 El lugar donde se ofició la ceremonia para Felipe VI y sus alrededores,  estuvieron  fuertemente blindados contra la memoria intrauterina de un pueblo que sufrió demasiado y que palpita al saber que sus antiguos verdugos con las manos aun  ensangrentadas de sus  víctimas,  sin arrepentimiento ni perdón,   reconstruyeron hace más de treinta años a esta monarquía y ahora intentan perdurarla, a pesar, que mancha la dignidad de los españoles por el carácter fratricida de sus propios orígenes. 
Un rey,  coronado mientras afuera un pueblo es reprimido, solo es la muestra clara de cómo los considera: súbditos  incapaces y escasos de  criterio, ciudadanos de segunda  para un país de segunda,  porque con esas imágenes están alejando a España  de sus vecinas y civilizadas democracias, para acercarla  más  a una  de estas subdesarrolladas realidades  sudacas.

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