Me cuentan que entre algunos pobladores de los Andes del sur peruano, existe la desdichada
costumbre de avergonzarse del lugar donde abrieron los ojitos. Y esto, por el simple hecho de que aquellas tierras están pobladas mayormente por cholos. Quizás, no halla pueblo en el mundo que posea semejante y ridículo retraimiento que
les hace despreciar las gentes, idiomas,
olores, comidas y danzas del lugar que
los vio nacer.
Después de ser molidos por los insultos de esos forasteros
aparentemente “superiores” y sus imitadores nativos, estos seres se sienten disminuidos de por vida cargando sobre sus hombros un monumental
complejo de inferioridad que incrementaran con el tiempo un Talón de Aquiles
que generalizara por toda su población, despertándole un
enorme temor a que lo relacionen
con esa tierra de indios que oculta como su peor abominación.
Con sus genes o en sus rasgos faciales de notoria carga aborigen, dolidos y menoscabados tercos se negaran miles de veces desconociendo su verdadero valor odiando sus orígenes, su piel, su rostro y hasta a sus
descendientes si estos llegaran a poseer rasgos que los familiarice con ese pasado
étnico que pretenden burdamente ocultar. Se mirarán al espejo comparándose con toda
esa avalancha publicitaria occidental y maldecirán su supuesto poco atractivo
convirtiéndose en endémicos crónicos esperanzados con aquel milagro que pueda quitarles esa sensación de hombre elefante.
Esta gente verdaderamente degradada por propia iniciativa, con el tiempo puede que lleguen a ser destacados profesionales, quizás obtendrán doctorados y seguro hasta amasarán grandes
fortunas, pero, estos aparentes
triunfos, nunca llenaran a plenitud su gozo porque en la privacidad de sus
cuatro paredes continuarán siendo pusilánimes encerrados en el infierno de los
idiotas que viven despreciándose permanentemente. Inservibles de por vida que
nunca fortalecerán una familia ni mucho menos una sociedad. Buena parte de
estos desdichados, antes que los
identifiquen, intentarán pasar desapercibidos, para esto, crearán sus propias
murallas: choleando a diestra y siniestra.
Pero, aquí no
acaba la tragedia para estos afectados de
inferioridad, porque, los más
perseverantes, defraudados y desesperados buscarán en otras latitudes él o la donante que pueda mejorar su degenerada “raza”. Aquel caritativo
o aquella compasiva, deberá de conmoverse lo suficiente como para que pueda
soportar su terrible personalidad
de “hombre o mujer elefante”. Una vez que
encontraron a estos compasivos blancos que
aceptaron su “cruce” dadivoso,
regresaran al país y a su
vecindario, y erraran “sacando pecho”,
porque supuestamente hallaron el
antídoto para ese mal nacional que les aquejaba.
Pero, estos insulsos creen que con esto, su ridícula
novela tendrá un final feliz,
pero, se engañan, porque solo es el inicio de una genealogía perdedora, endeble y vacía que infestara el territorio peruano con su prole apátrida y
desvinculada con su historia y milenario patrimonio cultural. Se multiplicaran
formando poblaciones acomplejadas y con la
autoestima de subsuelo. Gentes patéticas. Algunos detentarán cargos
importantes, colaborando con un ladrillo en ese enorme muro que siempre
obstaculiza el deseo de que algún día esta sociedad
sea más sana y fuerte.
Ese es el triste final del liliputiense nacional.
Pero bueno. Cambiando de tema y apropósito de la
iniciativa que tuvo un parlamentario para
hacer que el quechua y el aimara sean enseñados en las universidades peruanas.
Ante esa idea se levantó una enorme resistencia de parte de algunos. Pero, el
que más nos llamó la atención fue la
férrea oposición que hizo el congresista
puneño Yohny Lescano
Ancieta.
“Nadie está obligado a hablar un idioma que no quiere
hablar, si no es su idioma natal o natural” “El mundo está en otro camino”
afirmaba el parlamentario.
Yo me pregunto: ¿En qué país vivimos? Estamos en Uruguay en Argentina o
en uno poblado mayormente por
etnias amerindias y mestizas. Y
con esta realidad, no sería
justo que esas poblaciones por una
cuestión democrática y de sana identidad conozcan aquellos idiomas
que hablaban sus
padres o abuelos, es más, hasta al mismo parlamentario, por haber nacido
en tierras aimaras seguro que les servirá de mucho recordar aquellos sonidos que
escuchaba de niño.
Oponerse a tan importante iniciativa es tan descabellado
como impedirle a los vascos conocer el eusquera o al irlandés el gaélico.
La globalización es intercambio de culturas y no lo que
algunos pensamientos liliputienses creen, que es la sobre posición de una sobre
las otras. Además, que hay de malo en
querer equiparar al estudiante universitario peruano con su par europeo promedio que habla y escribe al menos
cuatro idiomas distintos.
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