jueves, 28 de febrero de 2019

Mario Vargas Llosa y el antipático cadáver



Parece que esta etapa de la vida de Mario Vargas Llosa lo cubrirá con una atmosfera espesa y gris de frivolidad  y huachafo conservadurismo.
Es que el premio nobel se muestra renuente a aceptar una realidad que se observa  sobre todo en la ciudad que pone jactancioso como su lugar de nacimiento.
El día de ayer en Madrid, en la inauguración de una feria de arte contemporáneo, el autor de El pez en el agua afirmó, según El país,  y textualmente, que el indigenismo como visión dogmática que reivindica el Perú autóctono ajeno a las influencias externas, “está muerto”.
Descomunal superchería que pregona   sin escrúpulos al censurar o negar lo que está ocurriendo en el Perú los últimos años, esa revaloración de la cultura andina, claro que esta especie de resurgimiento andino se da silenciosamente, de forma oral, resguardada entre catacumbas, en la redes sociales o dentro de las familias, entre cuatro paredes, alejados por seguridad de Palacio de Gobierno y del Congreso, distanciados y ajenos  a los grandes medios de comunicación.  
Ese indigenismo o la valoración de esta cultura milenaria que a estas alturas se sabe por las evidencias encontradas que fue superior a la traída por los forasteros en sus carabelas, está más viva que nunca pero ya no se muestra quizás como lo vivió y observó Vargas Llosa con sus prejuicios en la primera mitad del siglo XX porque ahora es más sofisticada.
En el último censo nacional más del 20 % de peruanos se identificaron como pertenecientes a la etnia quechua y cada vez crece en gran parte de la población nacional el pedido de la enseñanza del idioma quechua en las escuelas de todo el país.
Hablar quechua es sinónimo de orgullo.
Incluso en la región Arequipa hace algunos meses en las últimas Elecciones para   Gobernador triunfó en las urnas el candidato que levantó las banderas de lo indígena, de lo precolombino, de lo nativo, de lo autóctono, superponiéndolo a lo hispano y occidental.   
La tolerancia de Mario Vargas Llosa llega hasta su Rubicón. Su civilizado respeto  finaliza cuando se enfrenta a sus prejuicios que aprendió desde niño, ese racismo y menosprecio a la auténtica cultura peruana, que hipócritamente lo oculta  pero que aflora  cuando tiene que tocar estos temas. Es el mal de una importante minoría por acá, que los vuelve ciegos y sordos como el más extremista yihaidista y obtusos como los más tercos del politburó comunista antes del desplome soviético o como el fundamentalista racista e hispanófilo director del diario El Pueblo de esta ciudad andina llamada Arequipa.
Es un pesado muerto que arrastran toda esta gente, son los infelices “boers” que viven en medio de los Andes, que les apesta el  entorno originario y que preferirían mil veces estar como Vargas Llosa mirando y oliendo los pedos de los que ellos en su degradación consideran superiores.   

martes, 12 de febrero de 2019

Roma



Ahora que el histórico triunfo de Andrés Manuel López Obrador lo hace ver mucho mejor a México,  su cine, como era lógico, tenía que impregnarse de algún rasgo  de conciencia social  desempolvando aunque sea tímidamente el racismo, la misoginia,  los grupos paramilitares conservadores y las gigantescas diferencias económicas y sociales que sufre la sociedad mejicana.  
Para comenzar, el  cartel que eligieron para esta película  te  recuerda a  Luperca amamantando a los gemelos Rómulo y Remo, pero cuando te vas acercando, te das cuenta que eran solo unos niños jugando en la playa y, que de italiano esa película mejicana solo iba a tener el nombre.  Podría haber parecido otra obra más de Cantinflas haciendo de los tres mosqueteros, representando a un  México (como podría ser también Guatemala o Perú) sin identidad, queriendo ser inútilmente ese occidente que profesa tanto, una novela trillada de un país “indio” que sueña con un rostro caucásico. No llegó a tanto.
Será que vivo en el Perú y estoy harto de su cine mediocre usurpado por una minoría alba y analfabeta, que sigue manteniendo  a la empleada como una ilusa india iletrada que a duras penas se comunica con un indescifrable idioma en un ambiente sórdido, mientras los “blanquiñosos” son los buenos y caritativos, los civilizados, pero tan torpes que viven alejados de la idea de nación, unos extranjeros en su propio país desconociendo la cultura de su tierra, reduciéndose a ser verdugos de su auténtica cultura precolombina. Algo parecido se encuentra en esta film, prolijo en silencios. Mutismo que sufre también algunas realizaciones peruanas, quizás se debe a una cuestión cultural, porque gran parte de los peruanos como los mexicanos, desde su memoria intrauterina no olvidan que durante miles de años se comunicaron con otro idioma y por eso  les cuesta ahora leer y hablar ese castellano impuesto a golpe de látigos y garrote.  
Esperé un guion agresivo, uno que despierte revancha o por lo menos la indignación nacional por los atentados de lesa humanidad que ocurrieron en ese País como las matanzas de Tlatelolco, pero solo dejó remanentes para tratar el tema desde la cómoda visión de  Alfonso Cuarón,  un mejicano clase mediero que sufre todos los días su propio  “American Dream”. Lo más repulsivo de la reciente historia mexicana se tocó de forma apresurada casi al final de la película. Lo que quizás hubiera despertado la indignación en el espectador hasta exigir que se reabran  los casos de atentados a los derechos humanos en México hábilmente quedó en segundo plano  para resaltar  el abuso en contra de la mujer,  que no diferencia clases sociales, porque lo pueden sufrir tanto la profesional blanca como la indígena analfabeta y pobre.
La película, en sí misma,  es larga, tediosa y casi muda, sobrevalorada, un grito tímido de protesta  tratando de rescatar aquellos conocidos sectores maltratados en un país o de cualquier otro país al sur del Río Grande,  que es la raíz del problema, según Trump, y que, para alejarlos les está construyendo un enorme muro.
Lo sobresaliente del film fue la destacada participación de Yalitza Aparicio. El momento del parto frustrado con sus escalofriantes gemidos traspasó la pantalla, y quién mejor para expresar fielmente  el dolor humano que el rostro de un indio latinoamericano.
Un final predecible en donde el blanco es el bueno y protege al sufrido indio, desperdiciando la oportunidad  de atreverse a reclamar  que estos prejuicios y falta de sentido de pertenencia con su cultura precolombina es la principal causa de que estos países estén condenados  a la degradación y la subordinación.

lunes, 4 de febrero de 2019

Desdichada diplomacia



Este periodo de transición al pasar de un mundo  unipolar liderado por los EEUU a otro en donde Rusia y China buscan su tajada en el pastel, ha provocado esta crisis  y amenaza al descubierto y vulnerable  abdomen de algunos países sudamericanos.   
Los peruanos desde nuestra barbarie, pobreza y  desventajosa posición, los estragos del primer gran conflicto global,  los pocos que lo sabían en ese momento, lo leyeron en los diarios; mientras tanto,  la Segunda Guerra Mundial lo escucharon a través de las dos únicas radios que existían, pero, siempre muy alejados de los combates y devastaciones que se producían en Europa, salvo los enfrentamientos navales  frente a las costas de Chile y el de las Islas Malvinas de 1914.
Hoy no sucede lo mismo, porque la puja entre los actuales hegemones ha atravesado las fronteras del Perú y lo vemos con ese millón de venezolanos que han ingresado. Su gran numero en un país pobre como el nuestro tan escaso de empleo y con una tercera parte de su población sumida por debajo de la línea de pobreza significa un importante agente desestabilizador y muestra lo peligroso que significa  contar con una diplomacia ingenua o exageradamente torpe.  
Lo que podríamos llamar como la Tercera Guerra Mundial se puede iniciar tanto en  Europa Oriental, el Medio Oriente, Taiwán, Corea del Norte, o aquí cerca, en Venezuela.
Los bloques enfrentados del Atlántico norte y la zona Euroasiática se encuentran en una situación similar a la Entente y los imperios centrales de finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando en un conflicto  encontrábamos dentro de sus causas  la posesión de los recursos  y los mercados. Ahora,  no existen ideologías de por medio como en la época soviética,  ahora prima la ganancia del dinero al poseer el dominio de aquellos lugares en donde se explota el petróleo o  pasa ese oleoducto.  Por estas razones los diferentes tipos de conflictos que se produzcan pueden desencadenarse hasta en el mismo patio de tu casa y, lo sensato, para un país como el nuestro que ha sufrido terribles épocas de violencia que no se diferencian mucho de lo que ha pasado en Siria, sería intentar alejarse de estos focos de tensión, en este caso Venezuela.
Colombia ha traído a Sudamérica el enfrentamiento de los actuales bloques beligerantes  al formar parte de la OTAN como “socio global”, rótulo rimbombante para un televidente acostumbrado a los realitys  y que no percibe cuando un  país subdesarrollado se encuentra ocupado sin derechos a reclamo, obligado a ceder  su territorio y sus soldados para una posible invasión de un país vecino y latinoamericano.
En el pasado siglo XX surgieron los países no alineados y el Perú fue uno de los abanderados, hoy no se habla de ello.
Cómo se puede tomar partido  exageradamente por uno de los bandos cuando nuestro país mantiene buenas relaciones tanto con China, EEUU o Rusia, sobre todo en el ámbito comercial y sin olvidar  su triste realidad  de sediento importador de petróleo.
Es que los diplomáticos peruanos que dan la cara cuando se presentan en el Grupo de Lima no se pueden apartar de esa atmósfera de subordinación al apoyar un discurso promovido por los que insultan constantemente a los latinoamericanos al querer construir un muro.
La historia juzgará a aquellos que están a favor de la guerra en un país latinoamericano, un conflicto en donde se juegan los mezquinos intereses de las grandes potencias mundiales.
Es que lo vemos desde una posición cultural milenaria, como quizás lo vería el Siam del siglo XIX, cuando  negociaba con las amenazantes potencias  occidentales que presionaban  sus fronteras.
El Perú es un país milenario y creemos que sus más de 5000 años de antigüedad debería darles sensatez y autoestima  a los que manejan su diplomacia para no dar el patético espectáculo que estamos viendo, otra vergüenza más, como cuando Leguía entregó el trapecio amazónico por presión externa.

Ridley Scott en su Waterloo

  Las oscuras nubes de unas horas bajas no solo ensombrecen a Occidente en su enfrentamiento con Rusia para conservar la unipolaridad en el ...