Parece
que esta etapa de la vida de Mario Vargas Llosa lo cubrirá con una atmosfera espesa
y gris de frivolidad y huachafo conservadurismo.
Es
que el premio nobel se muestra renuente a aceptar una realidad que se observa sobre todo en la ciudad que pone jactancioso como
su lugar de nacimiento.
El
día de ayer en Madrid, en la inauguración de una feria de arte contemporáneo, el
autor de El pez en el agua afirmó, según El país, y textualmente, que el indigenismo como visión
dogmática que reivindica el Perú autóctono ajeno a las influencias externas,
“está muerto”.
Descomunal
superchería que pregona sin escrúpulos al
censurar o negar lo que está ocurriendo en el Perú los últimos años, esa revaloración
de la cultura andina, claro que esta especie de resurgimiento andino se da silenciosamente,
de forma oral, resguardada entre catacumbas, en la redes sociales o dentro de
las familias, entre cuatro paredes, alejados por seguridad de Palacio de
Gobierno y del Congreso, distanciados y ajenos a los grandes medios de comunicación.
Ese
indigenismo o la valoración de esta cultura milenaria que a estas alturas se
sabe por las evidencias encontradas que fue superior a la traída por los
forasteros en sus carabelas, está más viva que nunca pero ya no se muestra quizás
como lo vivió y observó Vargas Llosa con sus prejuicios en la primera mitad del
siglo XX porque ahora es más sofisticada.
En
el último censo nacional más del 20 % de peruanos se identificaron como pertenecientes
a la etnia quechua y cada vez crece en gran parte de la población nacional el
pedido de la enseñanza del idioma quechua en las escuelas de todo el país.
Hablar
quechua es sinónimo de orgullo.
Incluso
en la región Arequipa hace algunos meses en las últimas Elecciones para Gobernador
triunfó en las urnas el candidato que levantó las banderas de lo indígena, de
lo precolombino, de lo nativo, de lo autóctono, superponiéndolo a lo hispano y
occidental.
La
tolerancia de Mario Vargas Llosa llega hasta su Rubicón. Su civilizado
respeto finaliza cuando se enfrenta a
sus prejuicios que aprendió desde niño, ese racismo y menosprecio a la auténtica
cultura peruana, que hipócritamente lo oculta pero que aflora cuando tiene que tocar estos temas. Es el mal de una
importante minoría por acá, que los vuelve ciegos y sordos como el más
extremista yihaidista y obtusos como los más
tercos del politburó comunista antes del desplome soviético o como el
fundamentalista racista e hispanófilo director del diario El Pueblo de esta
ciudad andina llamada Arequipa.
Es
un pesado muerto que arrastran toda esta gente, son los infelices “boers” que
viven en medio de los Andes, que les apesta el entorno originario y que preferirían mil veces
estar como Vargas Llosa mirando y oliendo los pedos de los que ellos en su degradación consideran superiores.
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