Desde este lado del charco, los latinoamericanos estamos casi
acostumbrados a nuestras naturales censuras, tiranías, supersticiones, papismos,
corrupción, desigualdades, injusticias, que siempre nos han acompañado y seguirán arrullando en mayor
o menor grado, porque, desde que abrimos los ojos ha sido lo único que hemos
conocido, así que estamos resignados a nunca
esperar ser tratados como ciudadanos respetables al igual que un francés, alemán
ni mucho menos un estadounidense. Aquí un Rousseau o un Jefferson están proscritos
como modelos y si existiese algún personaje similar estamos seguros que se
diluiría bajo la infamia y la mediocridad.
Pero así son estas tierras, así que no pidamos peras al olmo.
Más de dos siglos tiene la democracia norteamericana, la peruana apenas cuenta con doce años y la chilena madura desde 1990, y lo mismo ocurre con gran parte de nuestros países.
Diariamente, ladrillo a ladrillo y lentamente se va construyendo por estas
latitudes. Es que, pareciera que para los que hablamos este idioma, convivir
dentro de un estado de derecho y el
respeto a la diversidad de opiniones no es todavía digerible, y España no es la excepción, después del culebrón de estos días, en donde,
se ha mostrado con total descaro cómo se impone a buena parte de su población
una monarquía. A 37 años de sus primeras elecciones
democráticas, nos están indicando que no
han llegado a una madurez suficiente
como para permitirles escuchar el sentir del resto de sus pobladores.
Este 19 de junio pasará a la
historia de España, cómo en pleno siglo XXI
y en un entorno de supuesta democracia
occidental y europea, con un sabor
ramplón y tirano, juramentan a un monarca mientras en los extramuros, una población era reprimida a golpe de censura
y prohibición. Con tristes maneras versallescas, un ambiente frívolo, y cortesanos con sordera y reacios a un proceso histórico imparable, transcurrió esa
ceremonia clandestina y con las espaldas
salvaguardadas por la enorme y embustera cobertura de información
parcializada de los principales medios
de comunicación; junto a más de cien
francotiradores y 6000 agentes armados
hasta los dientes, dictaminan a los españoles que tienen todo tipo de derechos,
menos el de atreverse a tocar al actual sistema
monárquico y a sus monarcas ataviados con amenazante ropa militar.
Todos los grandes medios de
comunicación ibéricos manejaron el mismo libreto, y con las mismas malas artes –maneras que conocemos muy bien aquí- les repiten
a los españoles en sus telediarios que es una completa estupidez exigir un referéndum y una exageración
llegar a ilusionarse con una república,
y torpemente intentan amedrentarlos, asegurando que aquella republica a la que
aspiran solo podría asemejarse a una de estilo norcoreano.
El lugar donde se ofició la
ceremonia para Felipe VI y sus alrededores, estuvieron fuertemente
blindados contra la memoria intrauterina de un pueblo que sufrió demasiado y que
palpita al saber que sus antiguos verdugos con las manos aun ensangrentadas de sus víctimas, sin arrepentimiento ni perdón, reconstruyeron
hace más de treinta años a esta monarquía y ahora intentan perdurarla, a pesar,
que mancha la dignidad de los españoles por el carácter fratricida de sus
propios orígenes.
Un rey, coronado mientras afuera un pueblo es
reprimido, solo es la muestra clara de cómo los considera: súbditos incapaces y escasos de criterio, ciudadanos de segunda para un país de segunda, porque con esas imágenes están alejando a
España de sus vecinas y civilizadas democracias,
para acercarla más a una de
estas subdesarrolladas realidades sudacas.