Los
británicos nos dan cátedra a la hora de plasmar en sus libros la historia de tu propio país. Ellos y
sus historiadores fuera de los prejuicios y con férreo sentido de pertenencia han sabido hábilmente ilustrar en sus libros invirtiendo una estrepitosa derrota en transcendental victoria.
Por
algún motivo los que escriben la
historia en nuestro país, han olvidado, o en realidad, han ocultado el mayor
triunfo psicológico ocurrido sobre las tropas chilenas en la decimonónica Guerra del Pacífico. Y utilizo la palabra “ocultando” porque muchos de estos historiadores, escritores y también aquellos funcionarios puestos
a dedo en el Ministerio de Educación afectados
por los prejuicios un virus endémico en
el país que les hace instintivamente depreciar ciertas hazañas realizadas por gentes
que
por generaciones han considerado inferior, negando de esta manera, la oportunidad de que estos aparentes “insignificantes” triunfos se vuelvan grandes y trascendentales epopeyas que pueden servir como instrumentos que eleven la autoestima y el patriotismo dentro de la
población.
Los
Andes han sido siempre una enorme frontera infranqueable y poderosa, y cuando
el ser humano lo ha utilizado para la defensa
constituye una pieza fundamental para obtener la victoria.
Cuando
uno revisa la Guerra del Pacífico, no encontramos algún triunfo sobre las
fuerzas chilenas que se equipare por su
relevancia a las derrotas que le
infligimos ese 9 y 10 de julio de 1882.
Nos referimos a las batallas de Concepción,
Marcavalle y Pucará, origen de la mayor derrota psicológica que ha
sufrido aquel ejército extranjero invasor en esa infausta guerra.
Esos
días unos cuantos campesinos quechuahablantes, hoy olvidados por la inhibida historiografía capitalina,
lograron la mayor victoria acaecida sobre
el ejército invasor chileno. Hombres
humildes con solo hondas y uno que otro fusil anticuado derrotó a lo mejor de
la elite chilena armados hasta los dientes con lo último de la tecnología militar británica y norteamericana.
Este
triunfo de estos peruanos no fue un
hecho aislado o producto del azar, no. Y desde aquí lo venimos escribiendo hace
buen tiempo. El carácter del Perú está en los Andes. La energía victoriosa,
esos valores que hacen de un pueblo fuerte y hacedores de los mayores laureles siempre
ha tenido un cariz andino. Ahí están los motivos por los que hoy somos conocidos
en el mundo con esas maravillas modernas manifestado también con esa riqueza gastronómica.
El triunfo nos aguarda en el mundo si este es producto de interiorizar
ese brío que emana desde nuestra cultura milenaria, y muchos lo saben, Gastón Acuario no nos dejará mentir. El blanco
peruano como Jean Pierre Magnet o el tenor Juan Diego Flórez se envuelven de respeto y
fortaleza frente al público cuando eligen este camino y la
destacada negra Bartola se enaltece de orgullo cuando lo destaca, y el indio, cuando se asume, levanta el rostro
automáticamente sanando de esa enfermedad que lo estropea siglos.
Y
cuando el jugador de fútbol Claudio Pizarro escribe en quechua y aconseja a que
el resto lo haga se convierte en un ganador de por vida, como Gian Marco cuando termina sus conciertos entonando
en quechua trasmite toda esa energía a sus espectadores que al salir del
espectáculo se cargan de un inusitado arresto.
Lo
mismo ocurrió con esos campesinos quechua hablantes al arrancar de sus
entrañas esa fiereza de inspiración andina, energía milenaria que les dio el triunfo en Concepción,
Marcavalle y Pucará.
Este
es el gran mensaje que podemos extraer de la más importante victoria que hemos tenido sobre el ejército invasor
chileno en la infausta Guerra del Pacífico de 1879.